– Interesante -comentó el Presidente, cuyo rostro no denunciaba sus verdaderos pensamientos.
– Por otra parte, el senador no posee ese leve rasgo compulsivo de predestinación, que es tan evidente en el doctor Christian. Ustedes mismos le acaban de oír. Y yo creo que ése es un factor esencial. Estuvimos de acuerdo en que no elegiríamos a un hombre religioso para esta tarea por dos factores. En primer lugar, porque un credo determinado crearía prejuicios en todos aquellos que no lo compartiesen. En segundo lugar, porque fuimos testigos del fracaso de las religiones, en su intento por apoderarse y retener los pensamientos y los sentimientos de la gente. Y, sin embargo, el hombre indicado debe poseer una cierta aura religiosa. En otra época, anterior a la aparición del automóvil, del avión, de las computadoras y de la educación de masas, de los baños en las casas y todas las demás Comodidades de nuestra era, sólo un religioso podía haber llevado a cabo esta misión. Señores, no debo ni tengo ganas de hacer comentarios sobre la época en que vivimos con respecto a la religión. Me consta que ambos asisten a la iglesia y sé que allá fuera todavía hay gente que permanece fiel a determinadas religiones. Pero millones de personas las abandonan año tras año. El leve aumento en la proporción de gente que asistía a las iglesias, que se produjo durante el último cuarto del siglo pasado, se debió a la peligrosa política nuclear, desarrollada por los líderes políticos de esa época. Cuando esa amenaza desapareció, volvió a disminuir la asistencia a las iglesias. Y ha seguido disminuyendo. Las últimas estadísticas demuestran que sólo una persona de cada mil posee una determinada fe religiosa y sólo una de cada cincuenta mil asiste con regularidad a la iglesia. No pretendo decir que el que cumpla esta misión devuelva a la gente a Dios, pero en cambio estoy convencida de que la fe en Dios debe ser un elemento de fuerza en esa persona. El doctor Joshua Christian posee ese lamento, la leve convicción de ser un elegido, el carisma necesario y una importante dosis de sentido común que le mantiene con los pies encima de la tierra. En cuanto lean el libro, se darán cuenta de que no está volando en las nubes. Además de elementos metafísicos, posee un interesante conocimiento de detalles prácticos de la vida cotidiana: enseña cómo embellecer una casa, cuyas ventanas deben estar cerradas con tablones de madera; a vivir en medio del frío; a sacar el máximo partido de las reubicaciones; a tratar con toda clase de burocracia; a amar al único hijo sin malcriarlo… ¡es sencillamente maravilloso! En ese libro descubrirán cuánto amor hay en él hacia todos los hombres, particularmente hacia los de su país. Joshua Christian es, por encima de todo, un norteamericano.
– Eso es importante -concedió Harold Magnus, que la escuchaba, atentamente a pesar de que todavía no había podido digerir lo que la doctora Carriol había dicho sobre el senador Hillier. ¡Qué inteligente era esa mujer! Había dicho al Presidente todo lo que debía decirle sobra las características de un rival potencial.
– Hace cinco años coincidimos en que era necesario hacer por el pueblo algo más de lo que se hace en la actualidad y que teníamos que encontrar una manera de hacerlo, que no nos costara una cifra millonada que no poseemos. Estábamos demasiado comprometidos con el proyecto Phoebus, como para quitarle un presupuesto que le era indispensable. Así que no veo por qué no podemos ofrecerle al pueblo una persona, en la que puedan creer, no como creerían en un dios o en un político porque les podría traicionar, sino simplemente porque se trata de un hombre bueno y sabio. ¡Un hombre que les ama! Nuestra gente ha perdido demasiadas cosas, que en otra época tuvieron y amaron, desde las familias con varios hijos y los hogares permanentes y confortables hasta los cortos inviernos y los largos veranos. ¡Todo eso ha desaparecido! Sin embargo, muchos fieles se empeñan en creer que éste es el castigo, al estilo de Sodoma y Gomorra, por todas las generaciones de pecados. Y este tipo de explicaciones ya no son válidas. La mayoría de la gente no se considera mala, se niega a creer que lo es. Casi todos viven decentemente y consideran que merecen que eso se les reconozca. Se niegan a creer que ellos deben pagar por generaciones de pecados, simplemente porque les ha tocado nacer al principio de un nuevo milenio. ¡Se niegan a creer en un Dios que les ha enviado una era de hielo para castigarles! Las iglesias organizadas son instituciones humanas y la mejor prueba de ello es que cada una sostiene que es la única verdadera, la única que cuenta con la verdadera guía de Dios. Pero hoy en día la gente se ha vuelto escéptica y si aceptan a una iglesia, lo hacen más bien basándose en sus propios principios que en los de la iglesia en sí.
– Deduzco, doctora Carriol, que usted no se adhiere a ningún credo -dijo el Presidente con sequedad.
Ella se detuvo de inmediato con el corazón palpitante, calculando rápidamente si habría hablado demasiado, o si simplemente habría pronunciado las palabras incorrectas. Respiró hondo.
– No, señor Presidente, no pertenezco a ninguna iglesia -contestó.
– Me parece bastante justo-comentó él.
Al oír esas palabras, se dio cuenta de que debía modificar el curso de su argumentación, y así lo hizo.
– Lo que trato de demostrar es que ya nadie le demuestra amor a la gente, ni siquiera las iglesias. Y un gobierno puede cuidar de su pueblo y preocuparse por él pero, por definición, es imposible que ame. ¡Señor Presidente, ofrézcales un hombre sin ansias de poder personal! -Se enderezó-. Supongo que eso es todo lo que puedo decirles.
Tibor Reece lanzó un suspiro.
– Gracias, doctora Carriol. Ahora, me gustaría ver a los otros siete candidatos y le pido que, en pocas palabras, me dé su opinión sobre esos hombres y mujeres. Me alegro de poder admitir que ahora comprendo mucho mejor que antes la Operación de Búsqueda. Pero, ¿puedo hacerle una pregunta?
Ella le sonrió con una expresión de gratitud.
– Por supuesto, señor.
– ¿Usted siempre comprendió con tanta claridad los objetivos de la Operación de Búsqueda?
Ella meditó su respuesta, antes de contestar.
– Creo que sí, señor Presidente. Pero debo admitir que, en términos generales, lo comprendo mucho mejor desde que conozco al doctor Christian.
Él se quedó mirándola fijamente.
– Sí, claro -dijo. Después se puso las gafas y tomó las siete carpetas-. ¿El maestro Benjamín Steinfeld?
– Para gran regocijo de su ego, ha sido el favorito de la inteligencia musical durante demasiado tiempo, señor.
– ¿La doctora Schneider?
– Creo que está demasiado ligada a la NASA y al proyecto Phoebus para poder cortar ese cordón umbilical.
– ¿El doctor Hastings?
– Dudo que lográramos separar su imagen del campo de fútbol, lo cual es una pena porque ese hombre vale demasiado como para desperdiciar toda su vida en un deporte.
– ¿El profesor Charnowsky?
– En ciertos aspectos, es una persona sumamente liberal, pero creo que está demasiado ligado a la antigua concepción del catolicismo como para poder proyectarse en la forma en que necesitamos que nuestro hombre lo haga.
– ¿El doctor Christian?
– Desde mi punto de vista, es el único candidato, señor Presidente.
– ¿El senador Hillier?
– Un enamorado del poder.
– ¿Y el alcalde d'Este?
– Es un hombre ciertamente altruista, pero me parece demasiado estrecho de miras.
– Gracias, doctora Carriol. -El Presidente se volvió hacia Harold Magnus-. Harold, aparte de tu apoyo al senador Hillier, ¿tienes algún otro comentario que hacer?