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– De todos modos, no le mantendré más tiempo en suspense -dijo el Presidente-. He decidido que debemos seguir adelante con la Operación de Búsqueda y que la doctora Carriol tiene razón con respecto a la naturaleza del candidato que debe llevar a cabo la tarea. De modo que la Operación de Búsqueda entrará en su tercera fase y debo coincidir una vez más con la doctora Carriol en que existe un solo candidato posible: el doctor Joshua Christian.

Evidentemente, Harold Magnus no pudo protestar; se limitó a fruncir los labios y su redondo rostro adquirió una expresión distinta, egoísta y cruel; malhumorada y caprichosa. La doctora Carriol permaneció con el rostro impasible.

– Por supuesto -continuó Tibor Reece-, que la logística es competencia del Ministerio del Medio Ambiente y, por lo tanto, no pienso hacerles más preguntas en este momento. Pero les pediré frecuentes informes sobre la marcha y espero poder ver muy pronto los primeros resultados. Todavía no he aprobado el presupuesto para esta tercera fase, pero sepan que contarán con todo el dinero necesario. En este momento, sólo me interesa conocer un detalle más. -Miró a la doctora Carriol-. Doctora Carriol, ¿cómo piensa tratar al doctor Christian? ¿Piensa ponerle al corriente de la existencia de la Operación de Búsqueda? ¿Ha pensado en ese aspecto del problema?

Ella asintió.

– Sí, señor Presidente, lo he pensado. Si usted hubiera elegido al senador Hillier, le diría que consideraba necesario explicarle la verdad. Pero estoy absolutamente en contra de que el doctor Christian se entere de que el Gobierno está involucrado en este asunto. Él tiene vocación para realizar esta tarea y, por lo tanto, no necesita que nosotros le impulsemos a consagrarse a ella. Tampoco será necesario apelar a su patriotismo. En realidad, creo que si el doctor Christian se entera de la existencia de la Operación de Búsqueda, le perderemos inmediatamente y con él, a todos los posibles beneficios de nuestra tarea.

Tibor Reece sonrió.

– Estoy de acuerdo con usted.

– ¡Señor Presidente! ¡Me parece que estamos depositando demasiada fe, una fe ciega, en un hombre al que no podremos controlar! -exclamó Harold Magnus, mordiendo las palabras, para darles un énfasis que no era necesario. En ese momento le resultaba imposible ocultar sus sentimientos-. Ése es el punto que me inspira más graves temores con respecto al doctor Joshua Christian. Nunca llegué a imaginar que elegiríamos a un hombre, al que no se le pudiera explicar el qué, el porqué y el cómo. -Se estremeció desde el fondo de su alma-. ¡Quiero decir que no tendremos más remedio que confiar en él!

– No nos queda otra alternativa -dijo el Presidente.

– Señor Magnus, nuestra confianza tendrá un límite -aseguró con calma la doctora Carriol-. El doctor Christian estará sometido a una vigilancia constante. Yo misma soy íntima amiga de él y permaneceré en el mismo centro de su vida. Y eso significa que ustedes tendrán que confiar en mí, pero pueden estar seguros de que si en algún momento siento que el doctor Christian pone en peligro nuestro proyecto, me encargaré de él antes de que nos perjudique. Le doy mi palabra.

Eso fue una tranquilizadora noticia para ambos. Tibor Reece sonrió y Harold Magnus se calmó. Ambos supusieron que ella era amante del doctor Christian y ella estaba dispuesta a dejar que lo creyeran, si con ello conseguía calmar sus preocupaciones.

– Debí haberlo imaginado -dijo Magnus.

– ¿Me necesita personalmente pará algo más, doctora Carriol? -preguntó el Presidente.

Ella frunció el entrecejo, pensativa.

– Por lo menos, ahora, no creo que esta tercera fase resulte demasiado costosa. Como máximo, costará unos miles de dólares.

– ¡Eso es una buena noticia! -exclamó el Presidente.

La doctora Carriol esbozó una sonrisa y continuó hablando.

– La ventaja de haber elegido al doctor Christian es que él sigue su propio impulso. Elliot MacKenzie, de «Atticus Press», afirma que se venderán millones de ejemplares del libro del doctor Christian, y Elliot sabe muy bien lo que dice. El Ministerio no correrá ningún riesgo con su oferta inicial de respaldar las posibles pérdidas que ocasionara la edición del libro. El doctor Christian se convertirá en un hombre sumamente rico. La ayuda que necesitaré de usted, señor Presidente, es totalmente distinta. Necesito permisos de viaje, prioridad para conseguir los lugares más cómodos en los automóviles, aviones, helicópteros y toda clase de vehículos. -Miró fijamente a Harold Magnus-. También necesitaré que me proporcionen fondos personales, porque pienso acompañar personalmente a nuestro candidato en su gira publicitaria.

– Tendrá todo lo que desee -afirmó Tibor Reece.

– No puedo decir que esté de acuerdo con su elección, señor Presidente -aclaró Harold Magnus-, pero admito que me quedo mucho más tranquilo sabiendo que la doctora Carriol estará con él todo el tiempo.

– ¡Muchas gracias, señor! -exclamó la doctora Carriol.

Ahora que creía conocer la naturaleza de su relación con el doctor Christian, Tibor Reece empezó a sentir curiosidad por Judith Carriol como mujer.

– Doctora Carriol, ¿le importaría que le hiciera una pregunta bastante personal?

– En absoluto, señor.

– ¿Significa algo para usted el doctor Christian, como hombre o como persona?

– ¡Por supuesto!

– Y si tuviera que elegir entre el hombre y el éxito del proyecto, en el que estamos comprometidos, ¿qué decidiría? ¿Qué sentiría?

– Me sentiría sumamente desgraciada. Pero le aseguro que haré todo lo necesario por salvaguardar el proyecto, a pesar de lo que sienta por él como hombre.

– Eso es algo muy difícil de prometer.

– Sí, pero he dedicado cinco años de mi vida a trabajar con la mira puesta en un solo objetivo. Y no se trata de un objetivo sin importancia. No estoy acostumbrada a arrojar mi trabajo por la ventana, en beneficio de mis sentimientos personales. Lamento si lo que les digo les hace pensar que soy inhumana, pero es así de simple.

– ¿Sería más feliz si fuera capaz de arrojar su trabajo por la ventana?

– No me siento desgraciada, señor -contestó ella con firmeza.

– Comprendo. -El Presidente apoyó su enorme mano sobre el montón de vídeos, carpetas y manuscritos que cubrían su escritorio-. La Operación de Búsqueda ya forma parte del pasado. Deberíamos encontrarle un nuevo nombre.

– Yo puedo sugerirle uno, señor Presidente -dijo Judith Carriol, con tanta rapidez que era imposible que lo hubiera pensado en ese instante.

– ¡Ah! Ya veo que se nos ha adelantado. Muy bien, ¿cuál es?

Ella respiró hondo.

– Operación Mesías.

– ¡Estupendo! -exclamó Tibor Reece, aunque no le gustó demasiado.

– Nunca fue otra cosa -afirmó ella.

Capítulo 6

El doctor Joshua Christian no echaba de menos a la doctora Carriol.; En realidad, casi nunca pensaba en ella. Estaba demasiado ocupado escribiendo, el libro y dedicando, al mismo tiempo, la habitual atención a sus pacientes. El libro le inspiraba y le apasionaba. Era milagroso. Hermosas y fluidas palabras, cuyo sonido exquisito se asemejaba a él y retumbaban como su voz.

Su madre, James, Andrew, Mary, Miriam y Martha le brindaban un apoyo total, le aliviaban de todas las tareas posibles, no hacían preguntas, y eran pacientes con sus repentinos olvidos. Reorganizaron toda la casa para proporcionarles más comodidad a él y a su indomable colaboradora. Cocinaban, lavaban, cuidaban las plantas e involucraban a sus pacientes en la conspiración general. «Está escribiendo un libro, ¿saben? -les decían-. Piensen en lo que significará para toda la gente que le necesita y que él no pueda atender.» Jamás se quejaban ni le criticaban; ni siquiera esperaban que él notara los esfuerzos que hacían por él y mucho menos que les expresara su agradecimiento. Estaban radiantes y más llenos de amor que nunca. Es decir, todos a excepción de Mary, que trabajaba tanto como los demás y recibía su dosis de agradecimiento, de la que hubiera preferido prescindir.