– Lo único que comprendo perfectamente -contestó él-, es la cuestión económica del asunto. Y te puedo asegurar que «Atticus» ha conseguido imprimir el libro más importante de la historia de las editoriales.
– ¿Incluyendo a la Biblia? -preguntó ella con sequedad. Él lanzó una carcajada, encogiéndose de hombros y le proporcionó una valiente respuesta. -¿Quién sabe?
La doctora Carriol estaba felicitándose del éxito de la Operación, mientras descendía del pequeño helicóptero ultrasónico, que la había llevado de Washington en menos de una hora, a través del cielo desierto, como si le persiguieran las peores furias. ¡Eso era vida! El único coche oficial de Holloman la estaba esperando junto a la pista del aeropuerto, que ya no se utilizaba y que estaba lleno de basuras. Un chófer uniformado la ayudó a instalarse en el asiento trasero. No es que ella se hiciera ilusiones o que se estuviera dando demasiada importancia. En cuanto finalizara la Operación Mesías, tendría que volver a los autobuses y a las caminatas. Sin embargo, disfrutaba de la oportunidad que le estaba permitiendo lujos, generalmente reservados a los altos funcionarios elegidos por el pueblo. No paraba de repetirse que no debía acostumbrarse demasiado a esos lujos, para que la vuelta a la normalidad no le resultara después insufrible. Parecía una página extraída de un libro de Joshua Christian. Puedes divertirte, pero cuando se termine la diversión, no mires hacia atrás. Sigue adelante y hacia arriba, en dirección al futuro.
Era extraño. Hacía dos meses que no le veía, pero en el último momento, cuando ya estaba frente a la casa, no sabía si entrar a la clínica por la puerta trasera, ya que él estaría allí o si entrar a su casa. Finalmente, decidió tocar, el timbre de su casa.
Mamá la recibió con un cálido y natural abrazo, como si estuviera dando la bienvenida a una hija.
– ¡Oh, Judith! ¡Cuánto tiempo sin verte! -le dijo, mientras la apartaba ligeramente' para observarla con una expresión de verdadero amor en sus suaves y profundos ojos-. ¡Y has llegado en coche! Lo vi cuando paró. Estaba en el patio, tendiendo la ropa… ¿no te parece maravilloso poder volver a tender al sol la ropa lavada, en lugar de tener que hacerlo en el sótano?
La doctora Carriol se preguntó si su madre sabría afrontar el hecho de ver convertidos en realidad todos los sueños que ella había tenido para su hijo. ¿Cómo será de grande el alma que alberga ese cuerpo tan bonito? Se preguntó por qué la estaría recibiendo como si ella fuera la futura esposa de Joshua, a la cual ella, su madre, había escogido. Al lugar donde yo voy a enviarle, no habrá tiempo ni energía para una esposa, y al lugar al que yo me dirijo, no hay lugar para un marido.
– Tuve miedo de molestarle si entraba en la clínica, así que pensé que sería mejor entrar por aquí. -Siguió a mamá hasta la cocina-. ¿Cómo está Joshua? -preguntó, tomando asiento, mientras mamá preparaba el café.
– Joshua está bien, Judith, muy bien. Pero creo que se alegra de librarse de Lucy. Escribir ese libro le resultó un esfuerzo realmente excesivo. El problema fue que al mismo tiempo debía atender a sus pacientes en la clínica. Desde luego, Lucy Greco se portó muy bien. Es una persona muy agradable y muy buena. Pero en realidad, él te necesitaba muchísimo a ti. Yo nunca perdí la esperanza de que volvieras. Ya va siendo hora de que Joshua deje de estar solo.
– ¡Pero eso es ridículo! Es la segunda vez que me ves y no sabes absolutamente nada acerca de mí. Y me tratas como si yo fuera el centro de la vida afectiva de Joshua. Es… No tiene sentido. ¡Yo no soy la novia de Joshua! Él no está enamorado de mí, ni yo de él. Y te pido por favor que no te ilusiones pensando en una posible boda, porque eso no va a suceder.
– ¡Qué boba eres! -exclamó mamá cariñosamente. Colocó sus mejores tazas sobre la mesa y se inclinó para ver el café-. No te alteres, y no seas tan negativa. Bebe tu café y luego puedes irle a esperar a la sala de estar. Le diré que venga en cuanto termine su trabajo.
Esa conducta le parecía interesante, pero al mismo tiempo la exasperaba. Las madres de este mundo estaban desapareciendo y ella era una de las más jóvenes. Tenía apenas cuarenta y ocho años. Una generación moría, la de las mujeres que se podían permitir el lujo de ser maternales porque tenían la casa llena de hijos. Habían canalizado todas sus energías naturales en ese único objetivo. Y no todas las mujeres de la nueva generación lograban encontrar un sustituto satisfactorio para su espíritu; o se negaban a hacerlo. Sin duda Joshua sería capaz de ayudar a las que no pudieran pero a aquellas que se negaran, nadie podría ayudarlas.
Como por arte de magia, habían aparecido entre el follaje amplios ventanales sin marcos, por los cuales entraba el sol a raudales. Las plantas explotaban en capullos, espigas y hojas de textura sedosa y las había rosadas, amarillas, azules, lilas, color crema y naranjas. Había sido una idea muy acertada evitar las flores blancas en esa habitación tan blanca. Ese lugar de ensueño les llenaba de emoción cada vez que lo miraban, cosa que sucedía raramente.
Era una gente maravillosa, que se había creado un hermoso entorno, cuando en realidad es mucho más fácil soportar la fealdad.
Cuando su madre le llamó por el interfono para comunicarle que Judith Carriol le esperaba en la sala de estar, el doctor Christian se sorprendió un poco. Habían sucedido tantas cosas desde la última vez que la había visto, que casi había olvidado que ella había sido la iniciadora de todo. Para él, Judith se había convertido en un vago recuerdo de violetas y rojos, de conversaciones estimulantes, una amiga sin edad y una enemiga eterna…
Desde entonces hasta ese momento, él se había dedicado a sembrar, cultivar, cuidar y cosechar un amplio campo del pensamiento; en ese momento se preguntaba qué sería lo próximo que debía sembrar. Jugueteaba con posibilidades absolutamente desconectadas de personas concretas, analizaba la extraña sensación que le había acosado durante todo el invierno y se atrevió incluso a soñar que quizá, después de todo, le esperara un destino más amplio e importante que su clínica de Holloman.
«¿Por qué estaré tan triste? -se preguntaba, mientras se dirigía a la sala de estar a través del pasillo que unía las dos casas-. Entre nosotros dos nunca hubo nada, absolutamente nada, aparte de que nos estimulamos mutuamente y nos compenetramos en seguida. Yo era consciente de que ella era importante para mí… y es cierto que eso me daba miedo. Pero no hubo nada más y, teniendo en cuenta quiénes somos, no era posible que ocurriera otra cosa, porque perder el tiempo en brazos de un amante, aunque estuviéramos enamorados, es una alternativa que los dos hemos descartado hace años. Ella no puede entrar en mi presente llevando tras de sí trozos de pasado, como si fuese el velo de una novia. No comprendo por qué me da tanto miedo verla y por qué no quiero recordarla.»
Pero, a pesar de estas reflexiones, no le resultó difícil mirarla a los ojos y asimilar el rostro al que se enfrentaba. Ella le recibió con una cálida sonrisa y él notó que se alegraba de verle, sin reclamar trozos de su espíritu; le abrazó simplemente como a un amigo muy querido.
– Sólo puedo quedarme una hora -informó, instalándose de nuevo en el sillón-. Quería ver cómo estabas y cómo te sentías con respecto al libro. Lo he leído y debo decirte que me pareció magnífico. Me gustaría saber qué piensas hacer cuando lo publiquen, si es que has pensado en eso.
Él la miró sorprendido.
– ¿A qué te refieres?
– Vamos por orden. Primero, dime si estás contento con el libro.
– ¡Oh, sí, por supuesto que estoy contento! Y te estoy muy agradecido por haberme presentado en «Atticus», Judith. La mujer que me pusieron como editora fue… fue… -Se encogió de hombros con un gesto de impotencia-. La verdad es que no sé cómo definirlo con palabras. Trabajó conmigo como si fuera la parte de mí ser que siempre me ha faltado. Y juntos hemos escrito exactamente el tipo de libro que yo siempre quise escribir. -Lanzó una carcajada con un deje de tristeza-. Es decir, si yo alguna vez hubiese llegado a pensar seriamente en la posibilidad de escribir un libro, cosa que nunca hice. O tal vez lo hubiera pensado alguna vez. No lo sé, es difícil recordarlo. Y además, ¡han sucedido tantas cosas! -dijo inquieto, al tiempo que cambiaba de postura-. Me parece bien trabajar para obtener un fin, Judith, pero este libro me parece más bien un regalo que me han hecho desde el exterior. Parece como si mi subconsciente expresara un deseo y al instante aparecieras tú, en forma de geniecillo, para concedérmelo en toda su amplitud.