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Julia no tenía nada que ver con Olivia Rome. Tal vez, el Presidente había permanecido soltero durante demasiado tiempo. De todos modos, tan sólo le quedaban un par de períodos más y todo habría terminado. Ahora todavía le quedaba un mandato, porque lo que realmente deseaba era regresar a la hermosa casa, edificada sobre los riscos de Big South, a la que tenía muy pocas oportunidades de ir. Deseaba vivir allí tranquilamente con su hija, protegiéndola de las multitudes enloquecidas, pescar un poco, pasear por el bosque e imaginar ninfas por detrás de las rocas y de los árboles; fumar cigarros hasta destrozarse los pulmones y, sobre todo, no volver a ver a Julia nunca más.

– ¡Mierda, mierda, mierda! -susurró la doctora Carriol, entrando en la oficina del doctor Chasen.

No sería del todo exacto decir que él se sorprendió, porque se asustó. En todos los años que llevaba con ella, jamás había visto a su jefa presa de una furia semejante. Y era una furia descomunal. Tenía la mirada pétrea y temblaba visiblemente de indignación.

Él pensó inmediatamente en el doctor Joshua Christian y en la Operación, que acababa de ser bautizada Mesías, porque indudablemente, no había cosa que la pudiera preocupar de esa forma.

– ¿Qué ha sucedido?

– ¡Ese tonto de mierda! -Estaba tan furiosa, que no acertaba a encontrar otro adjetivo más contundente-. ¿Sabes lo que me ha hecho?

– No -contestó el doctor Chasen, suponiendo que se refería a Harold Magnus.

– Aceptó la invitación que le hizo Tibor Reece, para que visitara a la imbécil de su mujer. ¡Y no me consultó nada! ¿Quién mierda se habrá creído que es?

– ¡Judith! ¿Qué es todo este griterío? ¿De quién estás hablando?

– ¿Quién se ha creído que es para meterse en la Casa Blanca sin pedirme permiso? ¿Sabes lo que ha hecho? Estropearlo todo.

Moshe Chasen empezó a imaginar la verdad.

– ¿Te refieres a Joshua?

– ¡Por supuesto que me refiero a él! ¿Quién podría ser tan torpe?

– ¡Dios mío! -exclamó el doctor Chasen, que se había equivocado de nuevo, al imaginar que el doctor Christian había sucumbido a los encantos de la Primera Dama. Todo Washington sabía lo juguetona que era ella, pero no le daban importancia; todos los hombres tenían un talón de Aquiles; para unos, éste era su esposa y para otros, una mujer ilícita, un hombre o lo que fuese.

– ¡Por el amor de Dios, Judith! ¡Cuéntame lo que ha sucedido! No me digas que el mismo Presidente les pescó en el dormitorio de la Primera Dama.

La doctora Carriol empezó a recobrar el equilibrio y dirigió una profunda mirada de desprecio a su confidente.

– ¡Oh, Moshe! ¿Cómo puedes ser tan tonto? ¡Eso no es posible! Tibor Reece le pidió al doctor Christian que viajara a Washington para que curara milagrosamente a su esposa. ¡Y él tomó el tren y vino, sin decirme nada! Y, naturalmente, lo lió todo. Se metió en la Casa Blanca, sin que nadie le hubiera puesto al corriente de la situación y sin saber a quién iba a enfrentarse. Y Julia, en lugar de enloquecer por él, reaccionó de forma contraria. Posiblemente, porque él se parece muchísimo a Tibor Reece. ¡Qué sé yo! ¡Lo único que sé es que ella debe estar furiosa e intentará modificar la opinión del Presidente sobre Joshua y su libro, porque deseará vengarse de él a cualquier precio.

– ¡Mierda! -dijo el doctor Chasen, pero su cerebro empezó a funcionar de nuevo lúcidamente-. ¿Y cómo te has enterado tú de todo esto?

– Hace un par de semanas acepté una invitación de Gary Mannering, porque me consta que es uno de los más fieles amantes de Julia. ¿Qué otro motivo podía tener yo para salir con ese tipo? ¡Es espantoso, como todos los tenorios de Julia. Su vida debe ser tan interesante como la de una planta, pero sus antecedentes sociales son impecables y está lleno de oro.

El doctor Chasen estaba fascinado, porque hasta entonces no había tenido la oportunidad de conocer esa faceta curiosamente femenina de la personalidad de su jefe. No sabía por qué, pero esa situación le turbaba. Tal vez porque si tenía que tener a una jefa mujer, prefería que mantuviera una actitud imparcial. Y, en ese momento, las explicaciones de Judith se parecían bastante a lo que él denominaba «asuntos de tocador femenino».

– ¿Y por qué elegiste a Gary Mannering y no a un asistente presidencial o a un funcionario ejecutivo? Después de todo, supongo que lo que te interesa es saber cosas del Presidente y no de Julia.

– Cualquier asistente o ejecutivo olerían a gato encerrado en cuanto empezara a hacer preguntas sobre el Presidente. Y dudo que hablara de Joshua en sus horas de trabajo. Me parece más probable que haga comentarios sobre él durante las comidas. No es ningún secreto que Joshua va a editar un libro y no creo que el Presidente piense ocultar que lo ha leído. Así que pensé que la mejor manera de saber lo que el Presidente piensa de Joshua era intimar con uno de los amigos de su mujer. Así de sencillo, Moshe.

– ¡Qué complicada eres, Judith! Cuéntame el resto.

– Hace cinco minutos, me telefoneó Mannering para contarme e1 efecto que le produjo a Julia la visita del doctor Christian. Y necesité recurrir a alguien para descargar mi furia, porque si no hubiera hecho volar todo el Ministerio. Y allá arriba, con Magnus por los alrededores, la cosa hubiera sido demasiado pública.

– Cabe la posibilidad de que el informe sea exagerado y que no tome en cuenta más que un lado de la historia.

La furia de Judith había desaparecido casi por completo.

– Sí, puede ser -admitió a regañadientes-. Esperemos que sea así. Pero, de todos modos, no comprendo cómo se atrevió a hacer eso, sin consultármelo previamente.

Él la miró con expresión astuta.

– Creo que eso ha herido un poquito tu ego, ¿no es así, Judith?

– ¡A la mierda con el ego herido! ¡Se trata de él! Y es escurridizo y difícil de tratar. ¡Oh, Dios mío, Moshe! ¿Qué voy a hacer? Me pregunto cuánto tiempo tardará el Presidente en dar por terminada la Operación Mesías, antes de que ésta haya empezado. ¡Pero espera un momento! -Tomó el teléfono y marcó el número de John Wayne-. John, ¿por casualidad, el señor Tibor Reece o su esposa han intentado ponerse en contacto conmigo? ¡Ah, bueno! Si me necesitan o alguno de ellos me llamara, estoy en la oficina del doctor Chasen, ¿de acuerdo? -Colgó-. Todavía no han dado señales de vida.

– ¿Cuándo se supone que sucedió todo esto?

– El sábado.

– Y ya es lunes por la tarde, Judith. Si realmente pensara dejar la Operación sin efecto, ya se hubiera puesto en contacto con Magnus.

– Tratándose de él, no, porque piensa demasiado las cosas y le gusta analizarlas desde todos los ángulos. No, Moshe, todavía deberemos sudar algunos días.

Al doctor Chasen se le ocurrió otra idea.

– Y, ¿por qué no telefoneas a Joshua para que te cuente lo que realmente sucedió?

Por segunda vez en esa tarde, fulminó al doctor Chasen con la mirada.

– ¿Cómo quieres que haga eso, Moshe, sin descubrir todo mi juego? Para ciertas cosas, Joshua es un dulce imbécil, despistado, pero para otras es el tipo más peligrosamente agudo y perceptivo que he conocido. Y me pregunto si llegaré alguna vez a conocerle lo suficientemente bien para saber cuándo actúa una faceta de su personalidad y cuándo la otra. ¡Mierda, mierda, mierda!