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Moshe Chasen creyó comprender la verdad.

– ¡Dios mío! ¡No me había dado cuenta!

– ¿De qué?

– ¡De que estás enamorada de Joshua!

Ella se enderezó con la rapidez y el amenazante gesto de una cobra y el doctor Chasen alejo su silla.

– No estoy enamorada de Joshua Christian -susurró entre dientes-. Estoy enamorada de la Operación Mesías.

Y salió de la habitación, echando chispas.

El doctor Chasen descolgó el auricular y marcó el número de la oficina de John Wayne.

– John, si te queda algo de inteligencia, te aconsejo que te escondas. Tu jefa se dirige hacia allí y te aseguro que su estado de ánimo no es demasiado feliz.

Sus informes de la computadora habían perdido su habitual interés para él; finalmente, empujó su sillón hacia atrás y permaneció largo rato mirando por la ventana. «¡Mierda!», pensó, no cabía ninguna duda de que era más fácil entenderse con los seres humanos, cuando éstos quedaban reducidos a cifras agradablemente anónimas. Pero el gran interrogante que quedaba sin resolver era si Judith Carriol lograría sobrevivir a ese encontronazo con una estadística de carne y hueso.

Capítulo 8

Las ediciones de tapa dura y de bolsillo de La Maldición Divina: Nueva Propuesta para la Neurosis del Milenio salieron el viernes 29 de octubre del 2032, ambas publicadas por «Atticus», aunque la edición de bolsillo llevara el sello de «Scroll Books».

Los comentarios internos habían llegado a su punto culminante a finales de junio, y a finales de julio los comentarios del mercado se extendían de Nueva York a Londres, París, Milán y Frankfurt. A mediados de agosto, el secreto sin precedentes que rodeaba a la edición fue roto con la entrega de las pruebas sin corregir a los vendedores de «Atticus», para que las distribuyeran entre las principales librerías. La edición de esas pruebas estaba limitada a dos mil ejemplares que, por supuesto, no se destinaban a la venta, pero como todo el mundo esperaba que en el futuro se convertirían en piezas de colección, aquellos que tuvieron la suerte de recibir alguna, la llevaban consigo a todas partes.

Toda la industria editorial pronunciaba el nombre del doctor Christian; los periódicos empezaban a publicar pequeñas notas sobre el libro y, sólo las horrendas condiciones del viaje impidieron que los periodistas visitaran Holloman. Por supuesto, algunos intrépidos lo hicieron, pero sólo lograron ponerse en contacto con mamá, que sin duda era una digna contrincante para cualquier periodista y, además, parecía demasiado joven para ser la madre del doctor. Pero ella disfrutó de esos primeros escarceos con la fama y de los cumplidos que llovían sobre ella.

Tras un apasionado debate que tuvo lugar en la editorial «Atticus», llegaron a la conclusión de que la gente no debía saber demasiado sobre el doctor Joshua Christian hasta que se emitiera la primera entrevista televisiva en Esta noche con Bob Smith, fijada para el viernes 29 de octubre. La directora de publicidad de «Atticus» todavía no daba crédito a lo que estaba viviendo. Era incapaz de creer que por fin había dado realmente con algo grande. Ese programa de televisión jamás había entrevistado a un escritor desconocido, antes de que su libro se hubiera hecho famoso en todo el país. Pero en cuanto la directora de publicidad tomó el teléfono para iniciar las palabras de rutina: «Hola ¿cómo te va? Te llamo para ofrecerte una entrevista fabulosa», los acontecimientos se precipitaron como por arte de magia, como en el cuento de hadas de un libro infantil. Y, uno tras otro, todos los programas se mostraron de acuerdo en ofrecerle una entrevista al doctor Christian, antes de que la azorada directora tuviera tiempo de utilizar sus argumentos de promoción. Lo único que ella tenía que hacer era fijar la fecha y avisarles. Y algunos programas, como el de Bob Smith, que nunca se habían comprometido a entrevistar a nadie sin una serie de exhaustivos ensayos previos, pasaron por alto todos sus principios, en honor al doctor Christian. Hubo incluso un programa que intentó obtener una entrevista en exclusiva. ¡Era sencillamente increíble y maravilloso!

El libro se convirtió en un éxito mucho antes de ser publicado y apareció en el Times en primer lugar entre los betssellers, en sus dos tipos de edición. Pero el hecho más alentador para los vendedores de «Atticus» que visitaron a los libreros de todo el país, afrontando condiciones de viaje durísimas y pésimos alojamientos, fue la respuesta que encontraron en todos aquellos que habían leído el libro. Hablaban de la obra con respeto y se negaban a separarse de sus propios ejemplares, aunque no estuvieran encuadernados.

Todos los esfuerzos de la «NBC» resultaron insuficientes para conseguir que Bob Smith leyera el libro; se negaba a leer un libro, cuyo autor aparecía en la televisión. Estaba convencido de que podría entrevistar mejor al autor sin prejuicios y lo cierto es que había demostrado en diversas ocasiones que su técnica era buena.

Atlanta, en Georgia, era la sede de todos los canales nacionales. Se habían mudado de la ciudad de Nueva York a finales del siglo pasado y habían abandonado Los Ángeles al comenzar el tercer milenio a causa de los elevadísimos alquileres, las huelgas de los aeropuertos, de los sindicatos, el precio de los combustibles y una infinidad de problemas. Ignoraban hacia dónde se dirigirían cuando Atlanta no necesitara esas redes televisivas, pero suponían que siempre encontrarían algún lugar que les recibiera con los brazos abiertos y, probablemente, tenían razón.

Antes de partir hacia Atlanta para aparecer en Esta noche con Bob Smith, el doctor Christian debió padecer los horrores de una conferencia de prensa en exclusiva para los periódicos; las revistas, los suplementos dominicales, las radios y el resto de representantes de la prensa escrita fueron enviados a Atlanta. En esa conferencia de prensa, él se desenvolvió muy bien, sin dejarse amilanar por los focos y por las preguntas que le lanzaban periodistas, cuyo rostro no alcanzaba a ver. Pero consideró que ésa no era la ocasión para lanzar sus fuegos de artificio verbales, lo cual alivió a la directora de publicidad de «Atticus», que deseaba que él reservara sus argumentos más fuertes para el programa de Bob Smith. Sin embargo, a esas alturas, ella ya le conocía lo suficientemente bien para no tener que advertírselo.

Ese hombre encerraba algunos misterios, que él no lograba descifrar; no comprendía cómo «Atticus» había logrado poner a su disposición un helicóptero para transportarle de un lugar a otro. Eso era algo que ni siquiera había conseguido Toshio Yokinori, premio Nobel de Literatura y célebre figura en el mundo cinematográfico. Sin dejarse intimidar, la directora de publicidad, viajó con el doctor Christian en coche, desde las oficinas de «Atticus», situadas en Park Avenue, hasta el helipuerto de East River, sacudiendo nerviosamente las pelusas de la chaqueta del doctor y lamentándose porque la sombra de la barba se notaba en sus mejillas. Pero él permanecía sentado, sin dejarse impresionar por la situación.

Aunque él lo ignorara, el pequeño helicóptero en el que viajó de Nueva York a Atlanta, pertenecía a la flotilla del Presidente y había sido pintado de nuevo para aquella ocasión especial. Podía viajar casi a la velocidad del sonido y era sumamente cómodo. A pesar de que nunca ignoraba los problemas que aturdían a sus semejantes, era suficientemente ingenuo para suponer que ésa era la forma de transporte habitual para los escritores de «Atticus» y la directora de publicidad mantuvo la boca cerrada a este respecto. Era evidente que no tenía la menor idea que el Gobierno de los Estados Unidos pagaba todas esas cuentas, las del helicóptero y las de los vehículos que utilizaba en tierra firme y las de los hoteles, donde se alojaba.