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Bajó la cabeza para mirar la lente de la cámara, cuya luz roja estaba encendida, y lo hizo con la naturalidad de un profesional. En el control, situado en la parte superior del estudio, un estremecimiento de excitación recorrió a todos los presentes. La imagen del doctor Christian irradiaba un extraordinario poderío.

– El tercer milenio -continuó diciendo-, no fue el apocalipsis. Todo aquello que los mercaderes del juicio final habían predicado durante un siglo no se convirtió en realidad. No se produjo la guerra, que pondría fin a todas las guerras, ni perecimos en medio de las llamas. Pero, en lugar de eso, se pusieron en marcha los glaciares y la gente. A lo largo de todo el hemisferio norte, la gente empezó a trasladarse hacia el sur, donde todavía brillaba el sol y donde los inviernos todavía eran soportables. Fue una emigración masiva, la mayor emigración humana que jamás se haya producido en este planeta.

»Hubo que tomar algunas decisiones difíciles. Se nos prohibía tener más de un hijo, se nos prohibía utilizar combustibles fósiles y cualquier expansión debía ser, no sólo detenida, sino revertida. La alternativa consistía en reducir la población mundial mediante un holocausto nuclear, producir la masacre hasta lograr el equilibrio, si es que, después de ello, podía considerarse medio ambiente a todo lo que quedara en pie.

»Y fuimos lo suficientemente inteligentes para comprender ese mensaje, que Dios nos enviaba con el milenio, pero el pueblo fue expulsado de su tierra prometida y se introdujo en la selva lleno de temores e ignorancia. Había que hacer demasiadas cosas y la inteligencia no alcanzaba a coordinar tantos esfuerzos. Y, frecuentemente, llegaban primero las leyes y las explicaciones, después, expresadas en un lenguaje, que la mayoría no alcanzaba a comprender. Las noticias eran distribuidas con el dramatismo irresponsable y exagerado, que es habitual en la Prensa. Pero la verdadera tragedia de la humanidad del tercer milenio es que, con demasiada frecuencia, nuestras emociones e impulsos nos empujan hacia donde nuestro sentido común nos lo indica, mientras que nuestra inteligencia nos impide a gritos que tomemos ese camino.

El público del estudio permanecía en absoluto silencio. No se oía ni una tos. Hasta ese momento, no había dicho nada que ellos no supieran ya, pero lo decía con tanta fuerza y sinceridad, que le escuchaban como, antiguamente, escuchaba el pueblo a sus trovadores, pues poseía su mismo embrujo y hablaba, dejando que se deslizaran sus palabras, el ritmo, la cadencia de su voz y, en definitiva, poseía la habilidad para mantener en vilo a sus oyentes, gracias al carisma que emanaba de su persona.

– Los niños son los seres que pueden herirnos más profundamente y, sin embargo, es su ausencia lo que más nos hace sufrir, aunque no estamos solos, ya que todos los pueblos de la Tierra sufren el mismo destino y la misma tristeza. A veces, un hombre desea tener un hijo y, en su lugar, tiene una hija. A sus espaldas, se alza una tradición familiar de hijos varones, que se extiende hasta los albores de la Historia. A veces, una pareja que deseaba una hija, tiene un hijo. Y hay mujeres que desean tener muchos hijos, por un desbordante instinto maternal. Incluso aquellos cuyas preferencias sexuales se inclinan hacia personas de su mismo sexo, experimentan una fuerte necesidad de reproducirse. En un pasado relativamente cercano, uno de los principales dogmas humanos era poblar o morir. E incluso algunas instituciones religiosas sostenían que cualquier intento de controlar la natalidad iba en contra de las enseñanzas divinas y era motivo de condenación para la eternidad.

No podía permanecer ni un solo instante más en esa ridícula silla. Se puso en pie y caminó hasta el centro del escenario, dejando atrás la luz de los focos para divisar mejor los rostros de sus oyentes. Bob Smith, fuera de pantalla, hacía frenéticos gestos a sus oyentes para que le alcanzaran una silla, que él mismo llevó al centro del escenario y se sentó en ella. Como el programa se grababa entre las seis de la tarde y las ocho de la noche, hora del este, todavía faltaban tres horas para que los espectadores de todo el país vieran al inmutable Bob Smith cargando con su propia silla y sentándose como un alumno frente a su brillante maestro. Manning Croft decidió ser menos formal que Bob y se sentó con las piernas cruzadas sobre el suelo, frente a la primera fila de espectadores.

– Dentro de cada uno de nosotros existe un fuerte amor por el fuego, el hogar y los niños -continuó diciendo el doctor Christian con voz suave-, y las tres cosas van muy unidas. El fuego nos proporciona calor y una sensación de familiaridad; el hogar representa el refugio y la protección de la familia y los niños son el motivo de la existencia de la familia. El hombre es una criatura esencialmente conservadora que odia ser trasladada, a menos que el lugar donde vive se convierta en un sitio inhabitable, o que encuentre un nuevo lugar que le resulte tentador. Este país fue formado por inmigrantes, que llegaron en busca de libertad religiosa, de espacio suficiente para vivir mejor, mayor confort y riqueza y una liberación de las antiguas costumbres. Pero cuando estuvieron instalados en este país, recuperaron ese amor por el fuego y el hogar. Mis antepasados proceden de Gran Bretaña, de los fiordos noruegos, de las montañas armenias y las llanuras del sudoeste de Rusia. En este país, las generaciones siguientes prosperaron. Los Estados Unidos de Norteamérica se convirtieron en su hogar y en su patria, porque no hubieran podido mezclarse de esa forma en ningún otro lugar.

Se detuvo y miró al público, como si pretendiera descubrir cuántos rostros le estaban observando y, por primera vez, sonrió. Pero fue una sonrisa muy especial, que irradiaba amor, que parecía abrazar y consolar a cada uno de sus oyentes.

– Yo sigo viviendo en Holloman, en Connecticut, en la casa donde crecí, cerca de las escuelas a las que asistí, y de la Universidad a la que decidí ir. Cuando empezó el frío, sopesé las diferentes alternativas y, deliberadamente, decidí tener frío durante los inviernos. Porque mi hogar, a pesar de la falta de calefacción y del racionamiento de electricidad y de gas, seguía ofreciéndome un grado de confort y una sensación de familiaridad, que no podía ofrecerme ningún otro lugar del sur. Y, como poseo cierta cantidad de dinero, como fruto de la laboriosidad de mis antepasados, y mis necesidades personales son mínimas, puedo permitirme el lujo, por ejemplo, de pagar los elevados impuesto y de permanecer en Holloman, aunque ello suponga la anulación de cualquier deducción de éstos. Decidí no tener el hijo al que tenía derecho y me hice una vasectomía y ahora, quince años después de que mi familia tomara la decisión de permanecer en Holloman, nos vemos obligados a irnos de allí. Y, sin embargo…, sin embargo, puedo decir que soy feliz.

En la sala verde también reinaba el silencio. La doctora Carriol observó disimuladamente a los demás invitados para ver si alguno se mostraba inquieto o se impacientaba porque el doctor no se retiraba, pero nadie se movía. Ni siquiera advirtieron que esa noche el programa no tenía intermedios para la publicidad. Todos tenían su atención fija en los monitores.

– En la actualidad, en este mundo en que vivimos, la mayoría de la gente no es feliz -explicó el doctor Christian-, y esa profunda tristeza, que tanto nos hace sufrir, es lo que yo llamo la neurosis del milenio. ¿Saben ustedes lo que es exactamente una neurosis? Bueno, yo lo definiría como un estado o actitud mental negativo. Los motivos que la producen pueden ser poco importantes e incluso imaginarios, en cuyo caso se dice que la neurosis se basa en la inseguridad o en la falta de adecuación de la persona a su medio. Pero, en otros casos, el motivo de la neurosis puede ser real, válido e ineludible, como es el caso de algunas peculiaridades o enfermedades físicas, o de otros factores concretos, lo suficientemente serios para enfermar a la mente. La neurosis del milenio tiene unas causas verdaderamente reales. ¡La neurosis del milenio no es imaginaria! Es real en sí misma. ¡Y Dios sabe que eso es cierto! Nos repetimos constantemente que somos adultos, gente madura y responsable, pero en el fondo de nuestro ser, que está habitado por un niño, que llora cuando no tiene lo que desearía y no comprende por qué. Ese niño puede crear estragos físicos dentro de su adulto anfitrión. Y puede llegar a dominarle. Y, a menudo, lo hace.