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En ese momento, cambió su tono de voz y, aunque era más fuerte que antes, era menos tajante y adquirió matices más tiernos, más cariñosos. Fue un cambio extraordinario, comparable a la diferencia que existe entre un diamante y un trozo de oro puro y rojizo. Y él cambió también, al mismo tiempo que su voz.

– ¿Por qué lloran ustedes así? -preguntó-. Yo puedo explicarles por qué; yo, que no he vertido jamás una lágrima por mí, porque ustedes son la iónica causa de mi llanto. Lloran por los hijos que no tienen. Lloran por la falta de estabilidad de sus hogares. Lloran por la necesidad de hacer lo que quieren y de vivir como quieren, por una tierra más habitable y más cálida. Y también lloran porque ya no pueden aceptar los conceptos de Dios, que les fueron inculcados, porque ya no les sirven de consuelo.

Nadie en el país estaba viendo el programa, excepto la Casa Blanca, donde un cable permanentemente tendido entre Atlanta y Washington, permitía al Presidente y a Harold Magnus ver el programa, cómodamente sentados en la Oficina Oval. Y lo observaban con mucha atención, sensibles a cada palabra y al tono de voz del doctor a la espera de cualquier detalle que resultara decepcionante, insatisfactorio o subversivo. Sin embargo, no habían advertido nada de eso.

– Las penas reales no son más que eso -continuó diciendo el doctor Christian-. Pueden ser resultado de la pérdida de algo o de alguien que ya no volverá, muerte, inocencia, salud, juventud, fertilidad, espontaneidad. En unas condiciones de vida normales, la mente posee mecanismos para enfrentarse a esas penas reales. En estos casos, el mejor amigo es el tiempo y el hecho de mantenerse ocupado acelera el paso del tiempo de la forma necesaria. Pero nosotros vivimos rodeados de perpetuos recuerdos de nuestras penas, y entonces el tiempo no tiene oportunidad de cumplir su tarea cicatrizante. Muchos de mi generación tenemos hermanos y hermanas y conocemos la alegría de la familia numerosa. Tenemos primos, tíos y tías. En cambio, nuestros hijos no tienen hermanos ni hermanas, ni sus hijos los tendrán. Muchos de nosotros todavía estamos viajando entre nuestros nuevos y viejos hogares o hemos tenido que abandonar los antiguos para instalarnos en casas peor construidas, más pequeñas y que apenas permiten un poco de intimidad. O tal vez nos hemos mudado de una casa pobre del norte para instalarnos en una casucha del sur. A muchos de ustedes les han obligado a jubilarse y ni siquiera pueden consolarse con un trabajo útil. Pero ninguno de nosotros se muere de hambre ni debe soportar una dieta especialmente monótona. Nadie se encuentra en tan mala situación económica como los habitantes del norte de Europa o del centro de Asia. Ni tenemos un Gobierno que sea indiferente a nuestros problemas. Las leyes de esta tierra son despiadadamente justas, cruelmente imparciales y nadie puede escapar al destino de todos los ciudadanos. Y, sin embargo, nada de lo que sufrimos consigue dar rienda suelta a nuestras emociones, porque todo lo que sufrimos no hace más que sofocarlas. Y por eso existe la neurosis del milenio.

Se detuvo aunque no estaba agotado ni indeciso acerca del camino a seguir. Se detuvo porque era un orador nato y su instinto le decía que era el momento adecuado para una pausa. Nadie se movió y él continuó hablando.

– Soy optimista -afirmó-. Creo en el futuro del hombre. Y pienso que todo lo que sucedió, sucede y sucederá es parte necesaria de la evolución del hombre y parte ineludible de los sueños trazados por Dios. No creer en el futuro del hombre me parece un insoportable insulto, que le estamos infligiendo a Dios.

Respiró hondo y las siguientes palabras que pronunció resonaron como un trueno, haciendo vibrar intensamente los indicadores de volumen de la sala de control.

«¡Dios existe! ¡Acepten esto de entrada y después pregúntense quién y cómo es! Se dice que el hombre se acerca a Dios a medida que el fin de sus días se acerca, porque tiene miedo a morir. ¡Yo no estoy de acuerdo! A medida que la mujer o el hombre madura, la fe sustituye al escepticismo, porque esa persona, por el solo hecho de vivir, ha empezado a percibir ciertas pautas en la vida. No son pautas, que afecten de forma general a toda la raza, sino de pautas que atañen directamente a su propia y humilde existencia; es un cúmulo de posibilidades, de coincidencias y de oportunidades realmente sorprendente. La juventud no alcanza a recibir esas pautas, porque realmente es demasiado joven; le faltan años y datos.

»¡Dios existe!, de eso estoy seguro. No condeno ninguna religión, pero no consigo creer en ninguna. Y no me gustaría que me malinterpretaran. El motivo que me conduce a estar aquí en este momento deriva de mi convicción de que puedo ayudar activamente a todos, aquellos que sufran la neurosis del milenio. Y, aunque ya he ayudado a algunos que viven en Holloman, no soy más que un hombre, un solo hombre. Y me vi obligado a escribir un libro, en el que me expreso en los mismos términos que estoy utilizando ahora, para poder llegar a todos ustedes. Por lo tanto, creo que tienen derecho a saber qué clase de hombre soy y qué fe profeso. Cuando digo que no soy un hombre religioso, quiero decir que no observo normas religiosas establecidas. Sin embargo, creo en Dios, en mi Dios, no en el de otros. Y Dios es esencial en mi vida, en mi terapia y en mi libro. Y por eso -respiró hondo- estoy aquí, habiéndoles de Dios en este extraño escenario, a rostros, que no alcanzo a ver; a gente, a la que jamás conoceré.

Adelantó la cabeza y su voz volvió a sufrir otra transformación, y el rugido del león se convirtió en la silenciosa tristeza de un largo dolor.

– Todos necesitamos defendernos de la soledad en la vida. ¡Porque la vida es solitaria! Algunas veces, intolerablemente solitaria. Dentro de cada uno de nosotros vive un espíritu humano solitario, intensamente individualista y perfecto, aunque el cerebro y el cuerpo que lo alojan sean imperfectos. Para mí, ese espíritu es la única parte del hombre que Dios creó a su imagen y semejanza, porque Dios no es humano. Probablemente, no habita en nuestro segmento de cielo infinitamente pequeño. Yo no creo que desee o que necesite que nosotros le amemos o que le personifiquemos de alguna manera. Los tiempos han cambiado y los hombres también y yo creo que han mejorado. Ya no estamos tan dispuestos a herirnos unos a otros, ni a ignorarnos. Pero mucha gente ha abandonado a Dios, creyendo que Él no ha cambiado, que Él no ha evolucionado con el tiempo, que Él no nos reconoce el mérito que merecemos. Todas esas presunciones son completamente falsas, porque lo que ha cambiado es el concepto humano, formal e institucionalizado de Dios. Dios no necesita cambiar porque no responde a la abstracción humana, que nosotros denominamos «cambio». El tercer milenio nos ha demostrado, especialmente a los norteamericanos, los peligros de la ingenuidad y las ventajas del escepticismo. ¡Pero eso no significa que deban ser escépticos con Dios! Pueden ser escépticos con los hombres que se han otorgado el derecho de definir a Dios, porque ellos no son más que hombres y no tienen pruebas que demuestren que ellos son más aptos que los demás para describir a Dios. En realidad, el principal motivo por el que tanta gente ha abandonado a Dios, en los últimos ciento cincuenta años, tiene muy poco que ver con Dios, pero mucho con los seres humanos. La gente me ha proporcionado toda clase de razones para alejarse de Dios, y en todos los casos las razones no se basan en Dios, sino en reglas, normas y dogmas humanos.