– ¡Oh, por supuesto que es necesario! -contestó el doctor Christian-. Porque, ¿qué es mejor, dar a luz a un sólo hijo perfecto o arriesgarse a dar a luz a muchos niños casi humanos, cuando la única manera de conservar esa libertad es la guerra nuclear? Y, ¿qué prefiere, quedarse aislado en su coche propio sin combustible, en medio de una tormenta de nieve, cerca de Nueva York, o viajar a Buffalo, apretujado en un tren calentito y seguro? ¿Qué es peor, seguir reproduciéndonos como antes, permitiendo que la superpoblación de las ciudades empobrezca nuestros campos hasta dejarlos improductivos, o limitar nuestra reproducción y, por lo tanto, nuestra industria y el tamaño de nuestras ciudades, para poder vivir confortablemente durante las eras de hielo que nos aguardan?
Miró a su alrededor con lentitud y, de repente, se dio cuenta de que estaba cansado. Y el público también lo estaba.
– Recuerden que nosotros somos los que más sufrimos, porque recordamos otros tiempos. Y aquello que a nosotros nos resulta extraño, será normal para nuestros hijos. Uno no puede extrañar lo que no conoce, salvo como ejercicio de pensamiento abstracto. Y el peor daño que les podemos causar a nuestros solitarios es inculcarles la nostalgia por un mundo que no conocerán, que no podrán conocer. La neurosis del milenio es un fenómeno propio de nuestra generación. Y no sobrevivirá si nosotros tenemos la fortaleza de permitir que muera con nosotros. Porque cuando nosotros nos vayamos, la neurosis también debe irse.
– ¿Debo entender que la única forma de eliminar la neurosis del milenio es esperar el paso de nuestra generación?
La pregunta había surgido entre el público y el asistente de producción rechazó una sugerencia del control central de volver una cámara hacia él, porque el doctor Christian empezó rápidamente su respuesta.
– ¡No! Ni siquiera puedo asegurar que la neurosis del milenio desaparezca completamente con nuestra generación. ¡Lo único que afirmo es que, por el bien de nuestros hijos, deberíamos permitir que esa neurosis muriera con nosotros! Ya sinteticé algunas de las formas de combatirla al señor Croft y no voy a repetirlas ahora, pero en mi libro todo esto está mucho mejor expresado, con más lógica. -Dedicó una sonrisa al sector del público donde se encontraba la mujer que había formulado la pregunta-. Yo suelo dejarme llevar por el ímpetu, ¿sabe? Y eso significa que olvido la lógica. No soy más que un hombre y me temo que no soy un ejemplar demasiado perfecto. He intentado ofrecerles las imperfectas ideas de un hombre imperfecto, con respecto a lo que nos duele, a Dios y a nosotros. Y se las ofrezco, porque me consta que han ayudado a la gente que ha recurrido a mí en busca de auxilio.
– Oiga, doctor, usted dice que debemos mantenernos ocupados -dijo un hombre del público-. Pero hoy en día hace falta dinero para mantenerse ocupado.
– No estoy de acuerdo -contestó el doctor Christian-. Hay muchas maneras de mantenerse ocupado, que cuestan muy poco dinero. Algunos pasatiempos pueden incluso rendir beneficios, si se hacen bien, como los proyectos comunitarios del Gobierno estatal o federal. Cultivar plantas no es caro, pero exige tiempo y dedicación. Me atrevo a afirmar que en cualquier ciudad de este país hay una excelente biblioteca pública. Tal vez piensen que les estoy sermoneando, pero les aseguro que mantenerse ocupado es un hábito y, por lo tanto, hay que practicarlo mucho hasta que se arraiga en uno mismo. En mi casa notamos cuando mi madre está angustiada porque, en esos casos, se pone a lavar el suelo a cuatro patas. Permitan que les asegure que, en situaciones graves, es una terapia difícil de superar. Las actividades deportivas son maravillosas en este sentido para aquellas personas que aman el deporte y, actualmente, en todas partes hay estupendas instalaciones para ello. ¡Deben mantenerse ocupados! ¡Y, sobre todo, deben enseñar a sus hijos a mantenerse ocupados! La actitud más destructiva para el alma de un hombre es quedarse tumbado pensando, a menos que esos pensamientos se encaminen a hacer algo constructivo porque, en caso contrario, no dejará de ser un autoanálisis, una autopreocupación y una autodestrucción. -Se detuvo un instante antes de formular una pregunta-. Dígame, ¿qué ocupación es esa que le obliga a invertir dinero?
– ¡Me gusta contar dinero! Yo era cajero de un Banco, antes de que una máquina hiciera mi trabajo, doctor.
El doctor Christian tuvo un ataque de risa.
– Entonces, le sugiero que aprenda a jugar al «Monopoly» -aconsejó, poniéndose serio de repente e iba a decir algo, cuando Bob Smith se lo impidió con voz firme.
– ¿Qué le parece si regresamos a la mesa y nos sentamos, doctor Christian? -preguntó el conductor del programa, poniendo una mano sobre el hombro del doctor y guiándole hacia el desierto estrado-. Supongo que todavía hay mucha gente que quiere hacerle preguntas, así que le propongo que iniciemos un pequeño debate.
Se instalaron en sus lugares originales, con Manning Croft ocupando el extremo del sofá. El doctor Christian se encontraba casi extenuado, sudado y tembloroso por el esfuerzo que había hecho en ese largo y apasionado discurso.
– ¿Intenta usted crear una nueva religión? -preguntó Bob Smith con toda seriedad.
El doctor Christian sacudió vigorosamente la cabeza.
– ¡Oh, no, no! Simplemente intento ofrecer una idea más madura y aceptable de Dios a la gente que se siente decepcionada. Ya les dije que ésa no es más que mi propia idea de Dios, así que no puedo decir si es buena o mala. No soy teólogo, ni por carrera ni por vocación y, en última instancia, no es Dios lo que me preocupa. Me preocupa la gente y por eso me parece importante que vuelvan a creer en Dios. Porque sin Dios el hombre es una ridícula partícula de protoplasma que llega de la nada y se dirige hacia la nada; que no es responsable de sí mismo ni de su mundo. Es un accidente, una verruga en la piel del universo, una nada. Por lo tanto, creo que si un hombre no puede creer en ninguno de los conceptos que le han inculcado de Dios, debe encontrar a Dios por sus medios, sin necesidad de tener que agradecer ese descubrimiento a nadie más que a sí mismo.
– ¡Es imposible descubrir a Dios sin la ayuda de una iglesia! -protestó una voz desde la platea.
El doctor Christian alzó la cabeza para contestar.
– ¿Por qué? ¿Qué es lo que importa realmente, Dios o la Iglesia? ¡Ningún ser humano debería sentir la obligación de pertenecer o de asistir a una Iglesia para poder creer en Dios! Porque la palabra «iglesia» tiene dos significados. Puede ser el templo del culto, en el que se llevan a cabo ceremonias religiosas, o puede ser una institución religiosa que ha formulado un método determinado de adorar a Dios, en cuyo caso posee tierras, riquezas y hombres que las cuidan. Personalmente, ninguna de esas dos clases de Iglesia me gusta demasiado, pero eso no es más que una elección individual que yo he hecho. Sería un gran error que yo cerrara mi mente y mi espíritu a Dios, porque me resulta imposible militar en una Iglesia. Me resulta muy deprimente que la gente confunda la obediencia ciega a una religión ortodoxa con la falta de fe en Dios. Por eso me pregunto, ¿qué es más importante, Dios o la Iglesia?
– ¿Intenta insinuar que deberíamos abandonar nuestras Iglesias? -preguntó Manning Croft.
– ¡No, no! Si un ser humano puede encontrar a Dios en una de esas dos Iglesias, me parece maravilloso. Y no lo digo para reducir el impacto que mi inconformismo pueda haber causado o para ganarme el favor de los creyentes practicantes. Soy absolutamente sincero cuando digo que envidio su fe. Pero no puedo unirme a una institución en la que no creo, y no puedo aceptar que mi incredulidad sea interpretada como una evidencia de maldad o de falta de gracia. Si yo obedeciera a algo, en lo que no creo, sería el ser más despreciable a los ojos de Dios y del hombre, porque sería un hipócrita. ¡Tampoco estoy aquí para hacer proselitismo con nadie, ni siquiera con un ateo! Simplemente afirmo que la gente debe volver a encontrar a Dios, porque existe y debe seguir formando parte de la Humanidad, mientras ésta exista. Me asusta que haya tanta gente que crea que Dios es un concepto que hay que abandonar y que piense que nuestra raza no alcanzará la madurez hasta que no se despoje de él. ¡Yo no podría abandonar a Dios! ¡Y me niego a permitir que mis pacientes le abandonen! Porque he percibido esas pautas…, en el mundo…, en los demás y… en mí mismo.