– No estoy tan seguro, Millie… Intenté hablar por teléfono con Moshe, pero no contesta nadie. En toda la noche, no ha contestado nadie.
– ¡Oh, Sam! ¡Vete a la cama y deja ya de especular! -exclamó la doctora Hemingway y cortó la comunicación.
¿Casualidad? ¿Coincidencia? En todo caso, ésa era una evidencia de la innegable y brillante capacidad de Moshe Chasen. Y eso era todo. ¡Dios, ese doctor Christian era realmente muy poderoso! Aparecía en pantalla como si fuese tridimensional. Y Moshe tenía razón. Era carismático. Y todo lo que decía tenía mucho sentido, esas pautas de las que hablaba… Lo único que él ignoraba era que él mismo era un ejemplar de sus propios argumentos.
El doctor Chasen había visto todo el programa desde su oficina con el teléfono desconectado.
– ¡Ése es mi muchacho! -fue todo lo que comentó.
Capítulo 9
La noche del viernes 29 de octubre del 2032, el doctor Christian accedió a la fama. Toda la primera edición de su libro quedó agotada en el término de un mes y el libro continuó vendiéndose a un ritmo de cien mil ejemplares diarios. Todo el mundo, llevaba consigo el volumen de letras rojas atravesadas por el plateado rayo y lo leían por todas partes.
A petición del público, el programa de Bob Smith de esa noche, volvió a emitirse a la semana siguiente, después de una impresionante campaña publicitaria, y esa noche, todo el país lo vio. El programa no tuvo pérdidas en esa primera audición, pero el Ministerio del Medio Ambiente se hizo cargo de los gastos.
Y muy pronto, ese rostro hundido de ojos oscuros y mirada penetrante, apareció en las portadas de todas las revistas y periódicos; lo estamparon en camisetas y la primera edición de un póster, en el que se leía la palabra CREDO, se vendió en un sólo día.
El doctor Moshe Chasen había conseguido esquivar a sus colegas, la noche en que el doctor Christian se presentó en el programa, pero sabía que eso sólo posponía el inevitable enfrentamiento. Cuando llegó a su oficina el lunes siguiente, encontró dos notas sobre su despacho. Se rascó la cabeza, suspirando, y después invitó a la doctora Hemingway y al doctor Abraham a tomar un café en su despacho.
– ¿Viste el programa del viernes pasado, Moshe? -preguntó el doctor Abraham antes de sentarse.
– Sí, lo vi -contestó el doctor Chasen-. La doctora Carriol me mandó decir que me resultaría muy interesante.
– ¡Aja! -comentó la doctora Hemingway- Así que la doctora Carriol estaba enterada, ¿verdad?
El doctor Chasen se reclinó entonces contra su sillón, e imitó a la doctora Carriol, alzando las cejas todo lo que pudo y arrastrando sus palabras.
– Mi querida Millie, ¿cuándo has pescado a nuestra jefa distraída?
Eso hizo callar a ambos, porque era una pregunta difícil de contestar.
– Lo único que pasa -continuó diciendo el doctor Chasen, en un tono que indicaba que le inspiraban lástima-, es que ella es muy amiga del editor de «Atticus» y ellos contrataron al doctor Christian. Supongo que «Atticus» le pidió a Judith que leyera libro del doctor, cuando éste aún no era más que un manuscrito.
– De modo que el programa del viernes no te sorprendió, ¿verdad? -preguntó el doctor Abraham, todavía escéptico.
– En absoluto.
– Entonces, ¿por qué no nos avisaste? -quiso saber la doctora Hemingway.
El doctor Chasen esbozó una malvada sonrisa.
– No pude resistir la tentación de no avisarles. Lo que me sorprende es que no le vieran ustedes mismos cuando estuvo aquí, en el Ministerio, hace algunos meses.
Ambos se irguieron en sus asientos.
– ¿Aquí? -chilló el doctor Abraham.
– Así es. Después de que Judith leyera el libro, le invitó a venir para que cambiara impresiones conmigo sobre el tema de la reubicación.
Eso les dejó completamente desilusionados y clavaron sus miradas en el doctor Chasen, con la expresión de dos niños, que acaban de descubrir demasiado tarde que se han perdido un reparto de chocolatinas.
– Nunca pensé que fueras tan reservado -dijo el doctor Abraham con voz temblorosa.
«Pues yo soy -pensó el doctor Chasen-, y no te hubiera hablado de su visita al Ministerio, si no supiera que es probable que alguien le haya visto y que podrías enterarte. Simplemente, acabo de ofrecerte una explicación que debes aceptar, te guste o no».
– Pero la Operación fue un ejercicio, ¿verdad? -preguntó la doctora Hemingway.
– Sí, Millie, lo fue -la tranquilizó el doctor Chasen.
El doctor Abraham sacudió la cabeza con poca convicción.
– No sé -dijo-. En todo esto, hay algo que me huele a gato encerrado.
El doctor Joshua Christian pasó una semana en Atlanta, confinado en algunos de los edificios que rodeaban a la plaza de los Medios de Comunicación. Conversó con Daniel Connors y con Marlene Feldman, con Bob Smith, con Dominic d'Este, Benjamín Steinfeld, Wolf Man Jack VI y, por radio, con Reginald Parker y Mischa Bronsky. Concedió extensas entrevistas a todos los periódicos y revistas importantes y firmó libros en las principales librerías de la ciudad. Los tiempos habían cambiado y, en ese momento, Atlanta era la ciudad más influyente del país y eclipsaba a Nueva York como capital cultural de la nación. Ello se debía a que ya tenía más de cinco millones de habitantes y era el centro de una amplia constelación de reubicaciones de la Zona A y la Zona B.
Joshua adquiría cada vez más fuerza. Judith Carriol se sorprendió incluso al notar la escasa oposición que encontraban sus ideas. Teóricamente, podía pensarse que eso se debía a que no renegaba de Dios y, por lo tanto, no podía ser acusado de malvado o corrupto, salvo por aquellos que creían que su fe era la única que tenía importancia ante Dios. Pero interiormente ella consideraba que el verdadero motivo de su positivo e instantáneo efecto sobre la gente se debía a su extraordinaria fuerza interior. Aparecía en la televisión o en la radio, rodeado de gente y conseguía infiltrarse hasta lo más hondo de sus almas. Lograba que la gente creyera en lo que decía, abriéndose paso a través de sus emociones, los instintos, el dolor y la sensación de soledad de sus oyentes. El concepto de verdad universal era algo que siempre la había intrigado y fascinado al mismo tiempo. Él era capaz de proyectar ese concepto sin que Judith lograra desentrañar su naturaleza.
Sin embargo, Atlanta fue sólo el principio de la gira publicitaria del doctor Christian. Judith Carriol, en representación del Ministerio del Medio Ambiente y Elliot MacKenzie, en representación de «Atticus Press», se encargaron de planificarla. Tenían la sensación de que el doctor Christian debía ser visto por el mayor número de gente posible. Así que, a diferencia de las giras de otros autores, que se basaban en las presentaciones en los medios de comunicación masiva, la gira del doctor Christian incluyó deliberadamente un gran número de apariciones en público en los mayores centros de reubicación, en las ciudades más importantes y en las zonas de más influencia. Tras dos experiencias levemente desagradables, que tuvieron lugar en Atlanta, las sesiones de firmas de libros fueron abandonadas. Atrajo a tal multitud a las librerías que se creó una caótica situación y tuvieron que sacarle de allí apresuradamente. Entonces, se organizaron presentaciones formales, que se anunciaban como conferencias y a las que sólo se podía asistir retirando previamente una entrada, que era gratuita pero que había que reservar con antelación.
Nadie, incluyendo a la doctora Carriol, hubiera imaginado la fortaleza, que soportó el doctor Christian durante la agobiante gira publicitaria. Porque, en esos casos, la novedad se desgastaba rápidamente para dar paso al nerviosismo. Sin embargo, ella se había preparado lo mejor posible para ello, realizando algunas investigaciones preliminares. Conversó con escritores importantes, con estrellas de cine y con los representantes de las tres firmas más conocidas de relaciones públicas. Y todos le dijeron lo mismo: que las giras publicitarias agobiaban rápidamente al personaje promocionado y que éste pronto empezaba a enloquecer por los breves contactos que se veía obligado a establecer con tanta gente, que le hacía siempre las mismas preguntas, hasta el punto de que, a veces, la estrella de la gira terminaba haciendo su equipaje y regresando a su casa sin previo aviso y sin pedir disculpas.