Trató de apoderarse del póster para romperlo, pero Martha lo tomó antes, lo enrolló y se lo pasó a mamá con reverente gesto.
– Vete a la cama, Mary -dijo Andrew con tono de cansancio.
Ella se quedó allí un instante más, mirándoles; después se volvió y salió, sin ninguna prisa, pues no estaba dispuesta a proporcionarles esa satisfacción.
– ¡Ay!, ¿por qué será tan difícil esta chica? -preguntó mamá, angustiada y a la vez indefensa, porque no comprendía lo que le pasaba a Mary y, por lo tanto, no sabía qué podía hacer para ayudarla.
– Tienes celos de Joshua -dictaminó James-. Siempre los ha tenido. ¡Pobre Mary!
– Bueno -dijo mamá, tomando la camiseta y metiéndola dentro del cilindro del póster-, supongo que lo mejor que podemos hacer con esto es quemarlo.
Martha se levantó.
– Dámelos, yo los llevaré al incinerador -dijo con un tono que no admitía réplica.
Pero Andrew estiró el brazo y tomó el rollo de manos de mamá.
– No, de eso me encargaré yo -decidió-. Tú, mi querida ratita, puedes ir a prepararme una taza de chocolate caliente. -Alzó las cejas y miró a James y a Miriam-. ¡Estoy seguro de que a las plantas no les importará recibir un golpecito de calor, proporcionado por Joshua!
Ésa fue quizá la reacción más depresiva que tuvo la familia Christian ante la repentina fama de Joshua. Y fue seguida, poco tiempo después, por otra reacción, esta vez eufórica, provocada por la llegada de Elliot MacKenzie a la casa para hacerles una propuesta.
Saboreó la excelente comida que le ofreció la señora Christian y, durante ese tiempo, se dedicó a observar a los diferentes miembros de la familia, preguntándose cómo podían pertenecer a la misma familia esos plácidos seres, rubios y apuestos y Joshua, con su tez oscura y su carácter turbulento.
– Joshua tardará meses en recorrer los Estados Unidos -anunció Elliot MacKenzie, frente a su taza de café-, y yo tengo un importante mercado en el exterior, concretamente en Europa y en Sudamérica. Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda e Italia están pidiendo constantemente una visita de Joshua, al igual que los países al sur de Panamá.
Ellos le escuchaban atentamente, sintiéndose orgullosos y un tanto intrigados.
– De todos modos, se me ha ocurrido una idea, que me gustaría contarles -continuó diciendo-, aunque no tienen que contestarme en seguida. Ustedes siempre han apoyado a Joshua, son una familia unida y supongo que conocen bien a Joshua, su trabajo y sus ideas, mejor que cualquier otra persona en el mundo. -Hizo una pausa y se volvió hacia James-. James, Miriam, ¿qué os parecería la idea de hacer una gira por Europa, en representación de Joshua? Sé que Miriam es una excelente lingüista y eso les proporcionaría grandes ventajas. No será lo mismo que si fuera Joshua personalmente pero, sinceramente, no creo que eso tenga demasiada importancia. -Se volvió hacia Andrew-. Si te interesa, también tengo un objetivo para ti: Sudamérica. Tú y Martha podríais representar a Joshua en esta gira. Sé que tú hablas español fluidamente, pero antes de viajar tendrías que hacer un curso de portugués para desenvolverte bien en el Brasil.
– ¿Y cómo sabe usted los idiomas que hablamos? -preguntó Martha, clavando en él una mirada tan penetrante que le hizo moverse incómodo en su sillón.
– Me lo contó Joshua, una noche que vino a comer a casa. Como ya sabrán, está profundamente orgulloso de todos ustedes. Y estoy seguro de que le encantaría que ustedes le representaran en otros países.
– Es una decisión delicada -contestó James, lentamente-. Generalmente siempre contamos con Joshua para tomar decisiones. ¿No podríamos ponernos en contacto con él, aunque sea por teléfono, para saber qué opina?
– Bueno, no quisiera quebrantar la voluntad de Joshua pero, francamente, me parece que ahora está demasiado agobiado de trabajo y sería mejor que no le molestáramos -contestó Elliot MacKenzie con diplomacia.
– Iré yo -exclamó Mary, abruptamente.
Ambos hermanos se volvieron para mirarla, estupefactos.
– ¿Tú? -preguntó James.
– Sí, yo. ¿Por qué no?
– Para empezar, porque Andrew y yo estamos casados y nuestras esposas pueden ayudarnos. Y, además, conocemos los idiomas necesarios.
– ¡Por favor! ¡Déjenme ir! -pidió ella en un susurro.
Andrew lanzó una carcajada,
– Mary, todavía no hemos decidido si vamos a ir o no. Pero James tiene razón. Si va alguien, tendremos que ser nosotros, los casados. Tú y mamá deberéis quedaros aquí para encargaros de todo. -Miró a Martha, con expresión pensativa. Su mujer tenía los ojos bajos y el rostro inexpresivo-. Debo confesar que es una proposición muy tentadora, Elliot -dijo, sonriendo al editor de «Atticus»-. Un par de meses en Sudamérica le pueden sentar muy bien a mi mujer.
La madre del doctor Christian se reunió con él en Mobile, Alabama. Ella justificó su inesperada aparición, alegando que el súbito acceso a la fama del jefe de la familia había detenido el trabajo en la clínica.
– ¡Oh, no puedes imaginarte lo que ha sido! -le comentó a su hijo mayor-. ¡Gente por todas partes! Y no creas que vienen en busca de un tratamiento; vienen simplemente a conocer nuestras casas, a tomar una taza de café y conversar con nosotros, porque somos familiares tuyos. ¡Es como moverse con un millón de pollitos paseándose por toda la casa! Pero no te preocupes, querido -añadió, con gran sinceridad, al ver su rostro silencioso-, porque ya hemos encontrado otro trabajo. El señor Mackenzie ha decidido enviar a James y a Miriam a Europa, porque allí también han publicado tu libro y todo el mundo reclama a gritos tu presencia. Tú no puedes ir, porque tienes trabajo aquí y, de todos modos, no sabes idiomas. Y como Andrew habla español, el señor Mackenzie le ha enviado a él y a Martha a Sudamérica. También allí se ha publicado el libro. Así que me quedé sola y sin trabajo. James, Miriam, Andrew y Martha ya se han ido a Nueva York para que les preparen y ya no volverán a Holloman antes del viaje. Entonces le dije a Mary que tendría que hacerse cargo de las casas y de las plantas, porque yo he decidido acompañarte en tu gira.
La inmovilidad de Joshua se transformó en una fuerte desazón.
– ¡Pero… mi trabajo! -jadeó.
Su madre siguió parloteando nerviosamente.
– Bueno, querido, tu trabajo continúa, pero ya no es posible seguirlo haciendo en Holloman. Se llevará a cabo a lo largo de todo el país y de otros países. ¡Puedes estar seguro de que James y Andrew trabajarán muy duro por ti en el extranjero! Verás, cuando el señor Mackenzie regresó a Nueva York, tuvimos una reunión familiar y decidimos que, en estas circunstancias, lo mejor que podíamos hacer era ayudarte a promocionar el libro.
– ¿Qué he hecho? -preguntó, sin dirigirse a nadie en particular.
La doctora no había podido evitar que su madre le suministrara esa catarata de informaciones, aunque ella hubiera preferido que Joshua lo ignorara en aquellos momentos. Se sentía impotente y furiosa, pero pensó que era mejor mantener la boca cerrada hasta que decidiera callarse. Y entonces trató de entrar en escena para reparar el daño.
– Estás cumpliendo con tu deber -dijo, en tono tranquilizador-. ¡Joshua, estás haciendo lo que siempre deseaste hacer! Estás ayudando activamente a millones de personas para que superen la depresión que sufren hace varias décadas. En el país reina un nuevo estado de ánimo y te lo debemos enteramente a ti.
Él volvió hacia ella su angustiado rostro, preocupado, casi desesperado.
– ¿De veras crees eso Judith?
Ella tomó sus manos entre las suyas y las apretó con fuerza.
– ¡Querido yo nunca te engañaría en algo tan importante! ¡Estás a punto de lograr un importante milagro!
– ¡Pero yo no soy ningún mago! ¡No soy más que un hombre que hace todo lo que puede!