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– Sí, ya lo sé. Lo dije metafóricamente.

Ella lanzó un pequeño suspiro, exasperada y frustrada al mismo tiempo.

– Escucha, en el plazo de un mes, has pasado de ser un perfecto desconocido a ser un personaje famoso. ¿Cómo podías imaginarte lo que iba a suceder? ¡Nadie podía adivinarlo, ni siquiera yo! Decididamente, nunca se me ocurrió pensar lo que podría pasar en Holloman. Pero aunque la clínica esté cerrada, tú sigues avanzando a una velocidad vertiginosa.

– Entonces, ¿crees de verdad que éste es el trabajo de mi vida? ¡Pero, Judith, todo esto no es real! ¡Esto no puede durar! ¡Nunca pensamos que esto duraría demasiado tiempo! La clínica… -Se detuvo, porque la emoción le impedía seguir hablando.

– Joshua, cuando todo esto haya terminado, podrás volver a abrir la clínica. Lo que ha sucedido en Holloman, tampoco durará eternamente. James y Andrew regresarán, volveréis a reuniros de nuevo, abriréis la clínica y todo volverá a la normalidad. Por supuesto, nunca te verás enteramente libre de los efectos de tu libro, pero supongo que no es eso lo que quieres. ¡Podrás continuar con tu trabajo en Holloman! Las noticias que te acaba de dar mamá te parecen catastróficas, porque te hacen pensar que si hubieras estado allí, no hubiera sido necesario cerrar la clínica. ¡Debes tranquilizarte y pensarlo todo! La vida que vives en este momento es la más irreal del mundo: no paras de viajar, conoces gente nueva constantemente y tienes que dar cada vez más de ti. Pero te recuerdo que nunca pensamos que esto iba a ser fácil, Joshua. ¿Por qué no das un poco más de tiempo a las cosas? Trabaja durante este período de transición y después podrás reorganizarte. Tú mismo afirmas en tu libro que cambiar es reorganizarse y que esa reorganización requiere tiempo, paciencia y trabajo.

Él intentó reír, pero sólo consiguió emitir un sonido poco convincente.

– El problema es que yo no llevo a la práctica lo que predico. Sólo consigo escuchar mis palabras dentro de mi propia cabeza, que a estas alturas empieza a ser un lugar muy poco tranquilo.

– Es tarde, Joshua -dijo ella, con inconsciente solicitud-. Mañana debemos levantarnos a las seis de la mañana, porque participarás en un programa que se emite a la hora del desayuno. Ve a acostarte.

Él obedeció, sintiendo que esa noche ya no le acompañaba esa sensación de euforia. Por primera vez desde el principio de la gira, la doctora Carriol supo que Joshua estaba deprimido. Maldijo a su madre interiormente, preguntándose por qué el instinto maternal de algunas mujeres no les permitía ver más allá de su propio útero. Y, mientras la doctora Carriol hacía desesperados esfuerzos por enmendar los errores de su madre, ella permanecía allí sentada y sorprendida, mirando alternativamente a ambos como si no comprendiera lo que estaba sucediendo.

Era obvio que no entendía nada, porque cuando él se puso en pie para abandonar la habitación, ella se dispuso a seguirle para llenarle de mimos.

Con un gesto bastante brusco, la doctora Carriol estiró una mano para detenerla.

– ¡Ah, no! ¡Usted no se va! Antes, tenemos que hablar de algunas cosas -dijo con aire severo, arrastrándola hacia su habitación. Era evidente que su madre no había pensado en su alojamiento o tal vez pretendiera compartir el dormitorio con su querida Judith. No comprendía cómo había logrado hacer el trayecto hasta Mobile. Sin duda, no había sido con ayuda de «Atticus». Y lo había hecho, aun sabiendo que no era correcto. La doctora Carriol la miró con amargura.

– ¿Qué sucede, Judith? -preguntó con voz temblorosa-. ¿Qué pasa? ¿Qué he hecho?

– Lo último que Joshua necesitaba es que usted le contara que habían cerrado la clínica y que sus hermanos viajarían a países extranjeros.

– ¡Pero si es la verdad! ¿Por qué no podía decírselo? -lloriqueó.

– Tenía tiempo más que suficiente para contárselo cuando regresara a Holloman, después de la gira. ¿Por qué cree que no se lo conté yo? En este momento, Joshua está sometido a increíbles tensiones. Viaja sin descanso, duerme poco, y consume sus energías hablando con la gente, firmando cientos de ejemplares de su libro, estrechando su mano con la de la gente… ¿Por qué ha venido? ¿No comprende que su presencia es una carga más que él deberá soportar?

Su madre jadeaba y su pecho se estremecía.

– ¡Soy su madre! Y he sido enteramente responsable de él desde que cumplió los cuatro años. ¡Sé perfectamente bien que está sujeto a una enorme tensión y por eso vine! ¡Créame, doctora Carriol, no seré una carga!

– ¡Oh, por amor de Dios! ¡No haga teatro conmigo! -exclamó la doctora Carriol con cansancio-. Sabe perfectamente de qué le estoy hablando. ¡Sea sincera! Se quedó sentada allí, contemplando las ruinas de su clínica, mientras sus hijos se alejaban para realizar apasionantes tareas en lugares excitantes y usted quedaba al margen de todo. Si realmente estuviera preocupada por el bienestar de Joshua, hubiera enviado a Mary y se hubiera quedado en Holloman para cuidar la fortaleza familiar. Pero siempre se aprovechan de la pobre Mary, simplemente porque es buena. ¡Sea sincera! Usted sintió que la dejaban de lado y se moría de curiosidad. Su hijo preferido se había hecho famoso y como usted le considera obra suya decidió que también tenía derecho a gozar de una parte de la fiesta. Sabe que es una mujer muy hermosa y joven y que la gente no dejará de mirarla. La admirarán y la felicitarán por ser la madre de Joshua, con lo cual considerará que le están concediendo una parte del mérito.

– ¡Judith!

– Mire, a mí no me impresiona en absoluto que usted se haga la mártir, así que no se tome esa molestia. Yo soy la que debe cuidarle en esta enloquecida gira por el país y lo peor que puede pasarle a él es que tenga que ocuparse de usted, cuando se dedique a destruir todo lo que él está haciendo, hablando de la suerte de haber tenido cuatro hijos, mientras él intenta convencer a la gente de que el número ideal es uno. Se angustiará al verla tan cansada y se preocupará por si usted se aburre o se siente relegada a un segundo plano. ¡Ésa es la pura verdad!

El único refugio eran las lágrimas, que ella empezó a derramar y eran lágrimas sinceras porque, ciertamente, ella no se había preguntado los motivos que la habían llevado a reunirse con su hijo y, en ese momento, alguien en quien ella confiaba y admiraba, se los señalaba con desastrosa claridad. Se sentía destrozada y avergonzada, en parte, por no haber pensado en Mary, la solterona de la familia, a la que nadie le prestaba atención y que nunca podía disfrutar de las cosas agradables que sucedían.

– Mañana a primera hora regresaré a casa y enviaré a Mary en mi lugar -decidió con voz apesadumbrada.

– No, ya es demasiado tarde para eso. Ya está aquí y aquí se quedará -decidió la doctora Carriol con cansancio y resignación-. Pero le advierto una cosa: ¡Manténgase en segundo plano! No abra la boca, pero tampoco la mantenga cerrada con expresión de mártir. Conténtese con lucirse y no haga absolutamente nada que pueda aumentar la ansiedad de Joshua.

– ¡No lo haré, Judith! ¡Te prometo que no lo haré! -dijo, volviendo a alegrarse-. Y les seré útil, de veras. Puedo lavar toda la ropa de Joshua y también la tuya.

La doctora Carriol lanzó una carcajada, que la sorprendió a ella misma.

– ¡Oh, por favor! ¡No hay tiempo ni condiciones para lavar! Viajamos tan rápido que ni siquiera podemos utilizar los lavaderos de las habitaciones y éstas son demasiado frías para lavar en ellas, así que no lavamos. Todos los días el piloto, mientras nos espera, compra la ropa limpia que necesitamos y también la que necesita él. Y ya que usted se une a nuestro grupo, le aconsejo que le proporcione a Billysus medidas, antes de que se le acabe la ropa limpia porque, de lo contrario, tendrá que usar su ropa interior sucia.

La señora Christian se ruborizó por completo.

La doctora Carriol se dio por vencida.