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La cadena «ABC» compró el vídeo a la televisión local y se exhibió esa noche en el telediario para todo el país. La emisión produjo dos resultados inmediatos. El primero fue una reunión de jefes directivos del Congreso y del Presidente para que la Oficina del Segundo Hijo aboliera de inmediato el test de bienes materiales. El segundo fue una oleada de cartas dirigidas al doctor Christian por amantes de los gatos, alegando que los gatos eran seres mucho mejores, cariñosos y más dignos de amor que cualquier ser humano, incluyendo al doctor Christian. Pero hubo otros dos resultados que se notaron con mayor lentitud. Socialmente, la gente perdió la costumbre de acosar a los padres de dos hijos y la alegoría de los gatos pasó a formar parte del mito del doctor Christian, mientras que otras cosas, mucho más importantes, quedaron totalmente olvidadas.

– ¡Yo nunca supe que tuvieras gatos! -gritó la doctora Carriol al doctor Christian en el helicóptero que les conducía de San Luis a Kansas City.

– No los tengo -contestó él, riendo.

Ella se abstuvo de hacer comentarios.

– Ahora comprendo por qué mamá parecía tan estupefacta -comentó después-. ¡Pero debo admitir que se hizo cargo de la situación perfectamente! ¡Mamá! -gritó, inclinándose hacia delante para que la oyera desde el asiento delantero-. No sabía que fueras una actriz tan espléndida. Cuando terminó el programa, oí cómo le daba toda clase de detalles a esa pobre muchacha sobre Hannibal y Dido. Uno es rubio y el otro es atigrado.

– Bueno, en principio pensé que debían ser siameses -contestó mamá, volviéndose para sonreír a su hijo-. Pero después pensé que si alguna vez Joshua tenía gatos, éstos jamás serían de raza. Le encanta adoptar a pobres y vagabundos.

– Sin duda, te van a hacer muchas más preguntas sobre Hannibal y Dido, Joshua. ¿Qué vas a decir?

– ¡Oh, me limitaré a pasarle las preguntas a mamá! Acabo de nombrarla especialista en ese tema.

– ¡Gatos que escriben las ofensas que reciben! ¿De dónde sacaste eso?

– De un amigo -contestó él tranquilamente, negándose a dar más explicaciones.

En Mobile y San Luis se fue perfilando lo que la doctora Carriol calificó como la tercera faceta en la cambiante personalidad del doctor Christian. La primera faceta era el doctor de Holloman. La segunda fue el doctor feliz, entregándose totalmente a la gente, en el mes que siguió a la publicación del libro. La tercera fase era la de un ser perplejo y levemente aturdido, pero capaz todavía de conseguir los efectos de la segunda faceta. Esa última faceta era más introvertida, más huraña, más mística. Pero su conocimiento de las tres facetas dé su personalidad no la preparó para la aparición de la cuarta, que les aguardaba en una sala de espera, a meses de distancia, en el frío e impenetrable futuro.

Él nunca había hablado de lo que sintió al enterarse del cierre de la clínica de Holloman, de los viajes de sus hermanos y cuñadas por diversos países para representarlo. La única forma que tenía ella de medir la importancia que él otorgaba a esos hechos era la reacción que había tenido cuando su madre le diera la noticia. En este instante, había mostrado claramente el impacto recibido, su consternación y su desaliento. La doctora Carriol ignoraba si le había causado verdadero dolor. Dedujo que el problema era que, al igual que la mayoría de gente que llega súbitamente a la fama, él nunca pensó en las consecuencias que tendría esa fama, en su vida personal y en la de sus seres queridos. Sin duda, había supuesto que cuando se calmara el tumulto provocado por la edición del libro, podría volver libremente y en silencio a su vida anterior. El doctor Christian era una persona humilde por naturaleza y se juzgaba a sí mismo con una buena dosis de escepticismo. Tal vez pensara que su éxito sería modesto o, en el mejor de los casos, contundente pero efímero, una fama que crecería con rapidez para apagarse y morir al cabo de poco tiempo. Pero él se había convertido de la noche a la mañana, no en un objeto de adulación basado en la fantasía, sino en un maestro reverenciado, respetado y agradecido. Y eso exigía un proceso de adaptación muy diferente.

Existían motivos más que suficientes para explicar la aparición de la tercera faceta de su personalidad que la doctora Carriol denominaba la de super gurú. Y en realidad también había motivos para que más tarde apareciera la cuarta faceta.

El doctor Christian había abandonado toda clase de autoanálisis. Las circunstancias le habían convertido simplemente en una esponja que absorbía las emociones intensas y penetrantes que recibía constantemente.

Durante las primeras semanas se desenvolvió mejor, sin duda, porque su propia imagen se encontraba parcialmente anestesiada por el impacto que le producía viajar tan rápido y conocer rostros y lugares tan distintos. Entonces había salido de sí mismo y había disfrutado de la experiencia. Recordó esa época y a ese hombre feo, delgado y parecido a un espantapájaros, que siempre estaba rodeado de gente. Pero la alegría de su sorprendente éxito, más allá del placer de ver cumplidas sus aspiraciones, le aguardaba un pozo de tristeza… Le decían que era el hombre más apuesto del mundo, que era un ser lleno de magnetismo, de carisma, un ser con poderes hipnóticos, electrizante y poderoso y… Los adjetivos y las metáforas caían por todos los rincones de su cerebro, mientras él trataba de asimilarlo todo porque, en realidad, él siempre había ignorado su fuerza interior.

Parecía que sus sentimientos, sus pensamientos y sus cambios de personalidad fueran dirigidos desde afuera, sin que su voluntad interviniera conscientemente. Las oleadas de ese mar de idolatría en las que nadaba tan a gusto le llevaban de un lado a otro y eran demasiado fuertes para que él pudiera luchar contra ellas. Simplemente trataba de mantenerse a flote.

Ese día tenía dos compromisos con dos cadenas de Radio, que se encontraban a cuatro manzanas de distancia una de otra. Cuando el doctor Christian salió de la primera de ellas, la «WKCM», su coche se encontraba estacionado frente a la puerta principal. En todas las ciudades que visitaba ponían a su disposición un coche del gobierno, amplio y cómodo, del cual se borraba antes cuidadosamente todo rastro de su actividad habitual.

Su madre había adquirido la costumbre de salir dos o tres minutos antes de que acabara la conferencia para estar ya instalada en el coche cuando su hijo llegara. La doctora Carriol tenía la misión de dirigir al doctor Christian con rapidez y determinación entre los grupos de gente que siempre se reunían frente a las emisoras y, gracias a esta escolta, lo único que el doctor podía hacer era sonreír y saludar a sus admiradores, antes de ser introducido en el automóvil, que en el acto se alejaba del lugar.

Pero esa mañana, Joshua no subiría al automóvil. En el exterior, frente a la emisora, le aguardaba un gentío, gracias al detallado itinerario del conferenciante, publicado por el periódico local, junto con un artículo de primera página sobre la visita del doctor Christian a la ciudad de Kansas. Los policías le habían abierto un amplio camino entre las trescientas o cuatrocientas personas que, de otro modo, le hubieran bloqueado el acceso al automóvil. Hacía un frío espantoso, casi veinticinco grados bajo cero y soplaba un fuerte viento, a pesar de lo cual la multitud aguardaba en la salida.