– ¡Dios mío! -exclamó mamá, desplomándose en un sillón.
– No te preocupes, no pretendo que Judith y tú caminéis también -aclaró él en tono tranquilizador-. Podéis seguirme con el coche.
La doctora Carriol reunió la dignidad que le quedaba para intentar un movimiento desde la retaguardia.
– Todo eso está muy bien, Joshua, pero debes ser un poco sensato -aconsejó-. Tendrás que aparecer en algunos programas de Radio y Televisión, y lo peor es que en todas las ciudades las principales cadenas de Televisión están en las afueras, a varios kilómetros de la ciudad. Así que tendrás que ceder y utilizar el coche para dirigirte a cualquier lugar que esté a más de un kilómetro y medio de distancia.
– No pienso utilizar el coche. Caminaré.
– ¡Debes ser razonable! Hace cinco semanas que empezamos esta gira por todo el país y, por lo menos, todavía nos quedan diez semanas más. Cada día se prolonga la gira, los directivos de la editorial deciden añadir cada día una y otra maldita ciudad. ¡Joshua, esto tiene que terminar lo más rápidamente posible, porque si no los dos moriremos extenuados! Yo estoy empezando a perder la guerra con Washington… -Se interrumpió, asustada ante su propia indiscreción, que él ni siquiera advirtió.
– ¡Esto no es una gira publicitaria! ¡Es el trabajo de mi vida! ¡He nacido para esto! ¡Fui arrancado de mi vida en Holloman para llevar a cabo esta misión! Creí que habías dicho que lo comprendías.
– Por supuesto que lo comprendo -contestó Judith-. ¡Tienes razón, Joshua! ¡Está bien! -Se llevó las manos a la cabeza-. Por favor, no digas una palabra más. Déjame pensar. ¡Tengo que pensar! -Se sentó en un sillón para recobrar la calma-. Muy bien, ahora estamos, en Little Rock y no podemos viajar hacia el Norte, porque el invierno se ha instalado allí como una venganza. Así que nos dirigiremos hacia el Sur. Tenemos que recorrer algunas ciudades de reubicados en Arkansas; después quedará Nuevo México, Arizona y California, lo que supondrá como máximo doce semanas más. Pero, en lugar de quedarnos un día en cada ciudad, permaneceremos dos días, para que puedas caminar sin extenuarte. Y cancelaremos por completo nuestros compromisos con las ciudades del Norte.
Esa última idea le horrorizó.
– ¡No! ¡No podemos hacer eso, de ninguna manera! Judith, debemos ir hacia el Norte y adentrarnos en el invierno, porque esa gente me necesita más que cualquier persona del Sur, ya sea reubicado o no. Las ciudades y los pueblos del Norte todavía no están muertos, Judith. Pero es obvio que morirán, después de la decisión que ha tomado Washington de reubicar a la gente seis meses en lugar de cuatro. Acaban de recibir la noticia. Piensa en la cantidad de personas que, en pleno invierno, tratan de enfrentarse a un hecho que, hasta ahora, nunca se había atrevido a imaginar. ¡Deben estar asustados, deprimidos, como si les hubieran partido su casa en dos! Iremos al Norte o a ninguna parte. Navidad, en Chicago y Año Nuevo en… ¡Qué sé yo!, en Minneápolis o en Omaha.
– ¡Joshua Christian, te has vuelto completamente loco! ¡Es imposible caminar allí en invierno! ¡Morirás congelado!
Mamá le rogó entre llantos que cambiara de idea, mientras que la doctora Carriol intentaba encontrar argumentos más lógicos.
Pero él hizo oídos sordos a las palabras de las dos. Iría al Norte o a ninguna parte. Estaba decidido a caminar.
Desde Little Rock se dirigieron hacia el Norte, internándose en el peor de los inviernos que el mundo hubiera conocido. Ya había nevado, incluso en la Costa del Golfo. Las ciudades del Norte se encontraban prácticamente enterradas en la nieve y debían soportar una nevada semanal. Pero Joshua caminó, a través de Cincinnati, Indianápolis, Fort Wayne. Y tenía razón. La gente salía a recibirlo y caminaba con él.
Al principio, la doctora Carriol hizo un valiente esfuerzo por caminar a su lado, al igual que mamá. Pero ninguna de las dos poseía reservas comparables a las suyas, porque no tenían ningún interés en acabar destrozadas Así que, mientras él caminaba, su madre y Judith hacían el recorrido en coche. Cuando no era posible, le esperaban en el hotel, cosiendo, leyendo, charlando. Y esperaban.
La nueva agenda extendió a tres días la permanencia en cada lugar, en vez de uno, como se había previsto. De este modo, la gira resultaba más llevadera para la madre y Judith, pero no para Joshua. Empezaron a dormir más horas, no cambiaban con tanta frecuencia de alojamiento y la doctora Carriol pudo abandonar la tarea de vigilar constantemente al doctor Christian durante sus presentaciones en Radio y Televisión, que habían quedado prácticamente anuladas del programa diario. Billy, el piloto, también agradeció esta nueva medida; él mismo se encargaba de las reparaciones del helicóptero y sabía que su pájaro seguiría surcando el cielo con absoluta normalidad.
Mientras tanto, el increíble doctor Christian se aproximaba al lago Michigan. Su aspecto había cambiado un poco. Seguía afeitándose la barba y el bigote y llevaba el cabello corto. Pero había abandonado su chaqueta sport y se vestía como un explorador del polo. Caminaba con mucha rapidez, cubriendo una distancia media de siete kilómetros y medio por hora, cuando las condiciones atmosféricas lo permitían. Y caminando a ese ritmo, nunca se encontraba rodeado de la misma gente; cada grupo le acompañaba unos ciento cincuenta metros y eran remplazados por otros, que le esperaban a lo largo de su ruta planificada.
Las autoridades de las ciudades se ocupaban de mantener limpias de nieve las carreteras que seguía el doctor Christian. Casualmente, cesaron las tormentas de nieve, que asolaban normalmente la región en esa época del año. Todo ello dio al doctor una falsa impresión de las condiciones generales que imperaban en el Norte en invierno y cuando llegó a Decatour, anunció que iba a prescindir del helicóptero.
– Voy a caminar de una ciudad a otra -decidió.
– ¡Dios mío, Joshua, no puedes! -gritó la doctora Carriol-. ¿Vas a caminar de Decatour a Gary en Navidad? ¡Morirás congelado! Y aunque llegaras a hacerlo, tardarías semanas en cubrir esa distancia. ¿Y si te sorprende una tormenta de nieve? ¿Por qué diablos crees que de repente disponemos de más tiempo? ¡Oh, Joshua, por favor, te pido que seas sensato!
– ¡Iré caminando! -repitió él.
– ¡Ah, no, no lo harás!
Esa última frase llegó a oídos de su madre que se encontraba en su habitación. Entró tímidamente en la sala donde ellos estaban, temerosa de lo que iba a oír pero convencida de que era peor quedarse en su cuarto, llena de dudas.
La doctora Carriol se volvió en seguida hacia ella.
– ¿Quiere saber lo que este… idiota pretende hacer? ¡Quiere ir caminando de Decatour hasta Gary! ¿Y si le sorprende una tormenta de nieve? ¿Pretende que le sobrevolemos durante todo el camino para recogerle en el momento menos pensado? Este hijo suyo no tiene una pizca de sentido común. ¡Hable usted con él! ¡Yo me doy por vencida!
Pero ella no habló. La imagen del cuerpo de su marido, congelado y perfectamente conservado, se le presentó tan claramente, como si fuese ayer cuando la avisaron para que fuera a reconocer el cadáver de su marido. Pero en su imaginación no veía el cadáver de su marido, sino el de Joshua.
Los recuerdos se arremolinaban en su mente, recuerdos de miles de mujeres como ella que iban de un cadáver rígido al otro, conteniendo los sollozos, y luego el repentino grito ante una identificación, la odiosa esperanza de que tal vez, después de todo, el ser querido estuviera atrapado todavía por la nieve en alguna granja solitaria. Hasta que llegaba el momento terrible y aparecía el rostro.
Entonces, su madre se dejó llevar por la histeria, chilló, aulló, se golpeó la cabeza contra las paredes y los muebles, como si estuviera poseída por una extraña fuerza. Ni su hijo ni la doctora Carriol podían acercarse a ella. Tuvieron que permanecer a un lado, dejando que se lastimara físicamente hasta que llegó la relativa calma entre enormes y tormentosos sollozos.