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– ¡Mierda!

– ¡Así es, señor ministro! Al ritmo que avanzamos, y teniendo en cuenta que las tormentas de nieve nos retrasarán muchísimo, el doctor Christian tardará por lo menos otro año en terminar la gira.

– ¡Mierda!

– Sí, pero usted se queja cómodamente instalado en Washington, y yo soy la que debe seguir al doctor Christian y, francamente, no creo que pueda aguantar otro año de gira de un lado para otro. Pero no me será necesario aguantar, porque él no durará demasiado, señor. Lo presiento. Ese hombre se va a desmoronar en mil pedazos y espero que eso ocurra cuando ya estemos en Casper, Wyoming, y no en el centro del Madison Square Garden. -Se detuvo abruptamente porque se le acababa de ocurrir una idea que le quitó el aliento.

– Entonces, ¿qué debemos hacer?

– Bueno, a pesar de su última idea de añadir ciudades a la gira, creo que su estado de ánimo ha mejorado desde Navidad. Cuando salimos de Decatour anunció que no le parecía bien volar de ciudad a ciudad y decidió que cubriría esa distancia caminando.

– ¿En pleno invierno?

– Así es. Yo me encargué de sacarle esa idea de la cabeza o, más bien, se encargó su madre. Esa noche su madre se ganó muchos méritos y dejé de arrepentirme de llevarla con nosotros. Como usted sabe, el padre del doctor Christian murió en una tormenta de nieve. Cuando su madre oyó que pensaba cubrir ese trayecto a pie, perdió los estribos y se puso como loca. Eso fue el impacto que él necesitaba para entrar en razón.

Harold Magnus le pidió que guardara silencio un momento y apretó el botón del intercomunicador.

– Helena, por favor, tráiganos un poco de café y sándwiches. Cuando venga, traiga su libreta. Necesito que busque unos hombres.

El descanso les resultó agradable y la comida, aunque sólo se tratara de sándwiches también. A Harold Magnus le gustaba comer lo mejor y Helena Taverner siempre procuraba tener una buena provisión de pan y diversos fiambres en su cuartito privado.

Sin embargo, no fue la comida ni el café ni el descanso lo que le proporcionó a la doctora Carriol esa creciente sensación de felicidad, paz y bienestar. Era el hecho de estar en Washington, en su propia casa. A medida que tomaba conciencia de que se hallaba de nuevo en el lugar al que pertenecía, su mente funcionaba como antes y su extenuación física y emocional iban desapareciendo. En definitiva, volvía a encontrarse consigo misma. Y comprendió los peligros que el doctor Christian representaba para su ego y su personalidad. Durante las semanas que había vivido sin separarse de él, el centro de su ser se había desplazado. Detestaba ese efecto que torcía su naturaleza y se sentía incómoda y miserable cuando era atraída por la esfera de influencia de Joshua. El Ministerio del Medio Ambiente y Washington eran su medio natural. Empezó a preguntarse si odiaba realmente a Joshua Christian y si su odio crecería cada día que debiera pasar en su compañía. Tal vez se hubiera convertido en su propio agujero negro.

Harold Magnus había dado la orden a la señora Taverner de empezar a negociar con los departamentos de salud mental de los distintos servicios de seguridad, en busca de los guardaespaldas solicitados por la doctora Carriol y en ese momento se disponía a terminar su conversación con la jefa de la Cuarta Sección.

– Usted me estaba diciendo que no cree que el doctor Christian sobreviva a la distancia que piensa recorrer -resumió el señor Magnus, instalándose cómodamente en su sillón y observando a la doctora Carriol por encima del borde de su vaso, tras haber concluido su comida con una copa de un antiguo y excelente whisky de malta.

– Sí. Creo que seguirá bien mientras continúe en el Norte; lo que me preocupa es el momento en que vuelva al Sur. He calculado que llegará al paralelo treinta y cinco el primer día de mayo. Y en esa fecha, en el Sur, se reunirán las multitudes en cualquier lugar donde él se presente. No puedo imaginarme cómo reaccionará cuando se vea rodeado de tanta gente a su alrededor, pero creo que aumentará enormemente su aura mesiánica. Si él fuese un cínico o hiciese todo esto por dinero o para adquirir poder, no habría problema. Pero lo peor, señor, es que ese hombre es absolutamente sincero. Está convencido de que ayuda a los demás y, desde luego, les ayuda. Pero, ¿se imagina usted lo que será su llegada a Los Ángeles? Insistirá en caminar y habrá millones de personas caminando con él… -Se interrumpió y respiró con fuerza-. ¡Oh, Dios mío!

– ¿Qué?

– Se me acaba de ocurrir una idea. Pero, espere, volvamos a lo que le estaba diciendo. En mayo debemos dar por finalizada esta gira, debemos acabar con las apariciones públicas del doctor Christian. Si después de algún tratamiento, vuelve a ser el mismo, podrá reiniciar la gira donde la interrumpió.

– ¿Y qué vamos a hacer, sacarlo de la circulación y publicar un comunicado explicando que está enfermo?

– Era lo que yo pensaba, pero no creo que sea conveniente. Señor Magnus, debemos terminar ese asunto con un estallido, en lugar de un gemido. Es una idea que tengo en la cabeza desde que se presentó en el programa de Bob Smith. Nos es preciso hacer una gira interminable; deberíamos pensar en una última y espectacular aparición pública.

Una sonrisa iluminó el rostro de Harold Magnus.

– Mi querida Judith, es una pena que usted tenga un cargo en segundo plano. Sospecho que en el fondo tiene usted alma de empresaria, porque tiene razón. El doctor Christian debe desaparecer de la vida pública con una explosión publicitaria.

– ¡Washington! -exclamó ella.

– ¡No, la ciudad de Nueva York!

– ¡No, una caminata, señor ministro! ¡Una gran caminata! Eso es lo que él está deseando hacer desde Decatour. Puede caminar de Nueva York a Washington, en primavera, cuando los árboles empiezan a florecer, y cuando aquellos que regresen del Sur, empiecen a instalarse en su nueva rutina. ¡Dios mío, qué caminata! Podrá atraer a la gente durante todo el camino, desde la punta de Manhattan hasta las orillas del Potomac. ¡La marcha del milenio! -dijo, poniéndose tensa, con lo cual volvía a parecer una víbora, con la mirada fija y el cuerpo listo para atacar-. ¡Sí, así es como la llamaremos! Por fin podrá dirigirse a la multitud desde los escalones del «Lincoln Memorial» o desde algún otro lugar cercano a los monumentos, donde habrá lugar suficiente para que la gente se reúna a escucharlo. Y, cuando todo haya terminado, le internaremos en un sanatorio agradable y discreto por algún tiempo.

– ¡Dios mío! -exclamó Magnus, impresionado y un poco asustado al mismo tiempo-. Judith, una marcha de esa magnitud podría llegar a convertirse en un motín.

– No, no si lo organizamos bien. Desde luego, necesitaremos mucho apoyo militar para preparar refugios a lo largo del camino y puestos de primeros auxilios, puestos de refrescos, lugares de descanso y todas esas cosas. Y deberemos mantener el orden. Este país adora los desfiles, señor Magnus. Especialmente, cuando se trata de uno en el que el pueblo pueda participar. Él puede conducir al pueblo hasta la sede del poder, desde el lugar al que sus antepasados llegaron hace más de cien años como inmigrantes hasta el lugar donde establecieron su gobierno. ¿Y por qué debe eso desencadenar un motín? La atmósfera será festiva y no de huelga general. ¿Ha presenciado alguna vez una carrera ciclista o una maratón en un fin de semana soleado en Nueva York? Se reúnen millares y millares de personas que no crean jamás un solo problema. Se sienten felices y liberados, en contacto con el aire libre y han dejado en su casa sus penas y problemas. Durante muchos años los expertos han insistido en que el motivo, por el que los habitantes de Nueva York han aceptado tan bien el frío, la ley de un solo hijo, la falta de transporte privado y todo el resto, es que el gobierno de la ciudad les ha ofrecido alternativas en el estilo de vida. La marcha del milenio será una caminata de dimensiones astronómicas, conducida personalmente por el hombre. Él ha sacado a la gente de un infierno de dolor e inutilidad. Les ha proporcionado un credo que coincide con la época en que vivimos y que gusta a todos. Mientras él camina de Nueva York a Washington podemos organizar otras caminatas menos gigantescas a lo largo de todo el país, de Dallas a Fort Worth, de Gary a Chicago, de Fort Lauderdale a Miami. ¡Dará resultado, señor Magnus! ¡La marcha del milenio!