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– Nosotros suponemos que la gente querrá permanecer en la marcha durante el día, aunque hay grupos que seguirán a Joshua hasta Washington. Durante el camino se unirán grupos a la Marcha y nos aseguraremos de que esa gente tenga la oportunidad de caminar un par de kilómetros junto a Joshua antes de que él les deje atrás. Habrá transportes durante todo el camino para que la gente que desee regresar a sus casas pueda hacerlo sin dificultad. La Guardia Nacional se ocupará de la comida y de la asistencia médica, mientras que el Ejército se encargará de mantener el orden durante la marcha. No tenemos ni idea de cuánta gente marchará, pero imaginamos que serán varios millones. Creo que el primer día veremos marchar a dos millones durante una buena parte del camino.

– Si Joshua camina por esa plataforma elevada, ¿no será un posible blanco para los asesinos? -preguntó Miriam con calma.

– Eso -dijo la doctora Carriol-, es un riesgo que hemos decidido aceptar. Joshua se niega a caminar entre los escudos antibalas, tal como se había planeado originalmente. También se niega a suspender la marcha y rechaza cualquier clase de escolta. Dijo que caminaría solo y sin protección.

Su madre empezó a gemir suavemente y buscó la mano de Miriam, que la tomó consoladoramente.

– Sí, ya lo sé -dijo la doctora Carriol-. Pero no tiene sentido que se lo ocultemos. Usted está mejor preparada. Y ya conoce a Joshua. Cuando se le ocurre algo, es imposible sacárselo de la cabeza. Ni el Presidente logró persuadirle.

– Joshua es demasiado orgulloso -dijo Andrew entre dientes.

La doctora Carriol levantó las cejas.

– Tal vez, pero no tengo la sensación de que nadie vaya a atacarle. Siempre ha sido una fuerza apaciguadora y se ha movido sin temor y sin ninguna protección entre multitudes en muchas ocasiones. Y nunca apareció un asesino, ni un loco. Es asombroso. La respuesta a la Marcha es uniformemente buena. Está dentro de la tradición de los antiguos festivales de Pascua, aunque todavía falta mucho para Pascua. Pascua era el Año Nuevo original, pero como los inviernos son cada vez más largos, quién sabe, si con el paso de los años, modificará la fecha, haciéndola coincidir con la nueva fecha de la primavera.

James suspiró.

– Seguro que es una nueva clase de mundo. Así que, ¿por qué no?

La noche anterior a la marcha, la familia se acostó temprano. Cuando la madre se hubo acostado, la doctora Carriol disfrutó de la solitaria posesión de la gran sala en la suite del doctor Christian.

Fue hacia la ventana y contempló el Central Park, donde los primeros grupos de caminantes se habían instalado. Venían de Connecticut y otras partes más lejanas del país. La doctora sabía que allí habían mimos, bailarines, payasos, títeres, saltimbanquis y bandas de música, porque había estado paseando por el parque esta tarde. Central Park albergaba la mayor reunión de la commedia dell'arte que el mundo pudiera ver jamás. Aunque hacía frío, no había humedad y el ánimo de los acampantes era muy alegre. Hablaban entre ellos con toda libertad, compartían lo que tenían, reían mucho y no demostraban miedo o sospecha ante los desconocidos; no tenían dinero ni preocupaciones. Durante dos horas se había paseado entre ellos, escuchando y observando y supo que todos ellos habían dejado de pensar en la aparición del doctor Christian. Todos los que interrogó sobre si realmente deseaban verle, respondieron que si hubiera sido así, se hubieran quedado en sus casas para mirar la marcha por televisión. Estaban allí porque querían ser una parte física de la marcha.

Pensó en decirles que todo había sido idea de ella Pero no lo hizo y acunó su triunfo secreto.

Había preguntado a muchos cómo pensaban regresar a sus casas, pese a que sabía mejor que nadie que el Ejército se había movilizado para realizar el transporte masivo más importante en la historia del país. Simplemente se preguntaba cuántas de esas personas habrían absorbido todas las semanas de mensajes preparatorios. Pero nadie parecía preocupado por volver a su casa. Se imaginaban que tarde o temprano deberían hacerlo, pero no iban a permitir que eso les estropeara el gran día.

El doctor Christian era probablemente el único que no se enteraba de lo que estaba sucediendo a su alrededor, lo grande que era ese proyecto y los peligros que encerraba en caso de que algo fallara. Iba a caminar de Nueva York a Washington y no podía pensar más allá de ese objetivo. La doctora Carriol le había dicho que debería decir un discurso al finalizar la marcha a orillas del Potomac, pero él no temía al desaliento. Las palabras acudían a su boca con facilidad. Si querían que hablara, hablaría. Le resultaba muy fácil. Se preguntaba una y otra vez por qué esas pequeñas cosas que él hacía eran tan importantes para la gente. Caminar era la actividad más natural y hablar era muy fácil. Levantar las manos para consolar a alguien tampoco le suponía ningún esfuerzo. Pero no podían ofrecer consuelo, porque eso era algo que ellos sólo podían encontrar en ellos mismos. Él no era más que una caja de resonancia, un catalizador mental de la gente, un conductor de corrientes espirituales.

En esos días se sentía muy enfermo. Caminaba en el más terrible estado de dolor físico y mental. Aunque no lo hubiera dicho ni demostrado a nadie, su cuerpo empezaba a desintegrarse. Los huesos de sus pies y de sus piernas comenzaban a agrietarse, como consecuencia de esos meses de caminatas sin cuidados, caminando sin calor interior. Aprendió a mantener las manos dentro de los bolsillos del abrigo, porque si las dejaba caer a ambos costados, los hombros se agobiaban. La cabeza se le hundía en el cuello y el cuello en el pecho, que a su vez se hundía en el abdomen y todos ellos se apoyaban en una crujiente pelvis. Cuando el fuego le abandonaba, porque le faltara la fuente vital, dejaba de preocuparse por sí mismo, tanto que ni siquiera utilizaba la ropa interior que Billy compraba y olvidaba ponerse las medias.

No importaba, nada le importaba. Sabía que esa gran caminata sería la última. Y ya había dejado de pensar qué haría cuando dejara de caminar. El futuro no tenía futuro. ¿Qué le quedaba a un hombre cuando había consumido todas sus fuerzas? Paz, contestaba su alma con tranquilidad, paz en un larguísimo sueño infinito. Deseaba ese sueño con todas sus fuerzas.

Acostado en la cama, la noche anterior al comienzo de la marcha, produjo el milagro de su mente sobre su cuerpo macerado. Se concentró para alejar de su cuerpo ese agudo dolor, pensando en el dulce descanso que seguiría a ese último esfuerzo sobrehumano, a esa agonía viviente que le atenazaba cada parte de su cuerpo.

Empezaba a salir el sol en un día despejado y una suave brisa recorría la ciudad. Las puntas de los rascacielos, alrededor de Wall Street brillaban en tonos dorados y cobrizos. El doctor Christian empezaba su última caminata. Le acompañaban sus dos hermanos, su hermana, sus dos hermanas políticas y también su madre, hasta que sus zapatos de moda la obligaron a subir tranquilamente al asiento trasero del coche, estacionado a la vuelta de la, esquina, por si alguna de las personalidades que participaban en la marcha tenía problemas.

Liam O'Connor, alcalde de Nueva York, caminaba con la esperanza de terminar la marcha, para la que se había entrenado durante semanas, ya que había sido un buen atleta en su juventud. El senador David Sims Hillier VII estaba con él. El gobernador Hughlings Canfield de Nueva York, William Griswold, gobernador de Connecticut, y Paul Kelly, gobernador de Massachusetts, formaban parte de la marcha y estaban decididos a terminar la marcha, y se habían entrenado para ello desde que Bob Smith la anunciara en febrero. Todos los concejales de Nueva York caminaban, al igual que la Policía y el jefe de los bomberos. Un numeroso grupo de bomberos desfilaba con uniforme. La Legión Americana se había reunido frente al «Hotel Plaza» para unirse a la marcha y también estaba presente la banda de un colegio de Manhattan, junto con sus líderes y algunos estudiantes. Los negros que quedaban en Harlem se reunieron en la Calle 125 y el resto de los puertorriqueños del West Side se reunían en la entrada al puente de George Washington.