– Un ascenso, un coche, independencia. ¡Poder! -dijo ella.
– Yo no puedo ofrecerte nada de eso.
– ¡Oh, no lo sé! Todo eso es gracias a ti, en realidad.
Entre los árboles y lo arbustos, fuera en la empalizada, giraban las hélices del helicóptero. Un hombre le ayudó a subir y le acomodó en el asiento trasero, con los cinturones de seguridad. Billy la esperaba con el motor encendido desde que llegaron, consciente de que el motor haría más ruido si lo apagaba y volvía a ponerlo en marcha.
La doctora Carriol esperó hasta que el hombre bajó y se dispuso a subir. A mitad de camino se detuvo y llamó al soldado para que volviera al helicóptero.
– Puede que lo necesite, soldado. Colóquese al lado del doctor Christian, ¿quiere? Yo iré delante con Billy.
Un capitán se acercó corriendo por el parque, empujó al soldado y entró en el helicóptero.
La doctora Carriol se inclinó, impaciente por marchar.
– ¿Qué sucede?
– Mensaje de la Casa Blanca, señora. El Presidente quiere verla en la Casa Blanca a las ocho en punto.
– ¡Maldición! ¿Y qué más? -Su reloj marcaba las seis y media. Miró al piloto.
– Billy, ¿cuánto tiempo tardaremos en llegar allí?
Billy consultó rápidamente los mapas.
– Primero, habrá que ir a buscar combustible, señora. Lo siento, podría haberlo hecho antes, pero creí que usted volvería en seguida. Así que supongo que una hora, más media hora para volver, más el tiempo que usted quiera estar en tierra.
Por lo menos estaría diez minutos en la isla de Pocahontas. No sabía qué hacer.
Finalmente, ganó la ambición. Suspirando, se desprendió del cinturón de seglaridad y descolgó las piernas para bajar.
– Billy, tendrás que llevar al doctor Christian y volver a buscarme. -Con el rostro ceñudo se volvió para estudiar el rostro del doctor Christian, que permanecía con los ojos cerrados, bien sujeto con el cinturón. El soldado iba a su lado. ¿Podría confiar en él? ¿Se quedaría tranquilo o pretendería caminar de nuevo? ¿Se pondría violento? Tal vez debería mandar al mayor Whiters. Miró al pequeño grupo de hombres y estudió el del mayor con la misma intensidad que estudiara antes el de Joshua. Y vio algo que no le gustó. No, no enviaría al mayor Whiters. Volvió a mirar al soldado. Era un muchacho fuerte y bien entrenado. Debería ser bastante competente si le habían elegido como guardia de las más importantes personalidades. Tenía un rostro tranquilo y seguro, ¿sería discreto? Debía decidirse. El equipo de médicos ya habría llegado y eso sería de una gran ayuda. Había que terminar de una vez. Joshua estaría bien atendido.
– Billy,-repitió al piloto-, te irás sin mí. No puedo arriesgarme a llegar tarde a mi cita con el Presidente. Lleva al, doctor Christian lo í más rápido posible a la isla, ¿de acuerdo? Encuentra la casa que te / dije y coloca el aparato lo más cerca que puedas. -Se volvió hacia el soldado-. ¿Puedo confiar en usted, soldado?
La contempló con sus grandes ojos grises.
– Sí, señora.
– Muy bien. El doctor Christian está muy enfermo. Lo mandamos a un lugar especial para un tratamiento. Está físicamente enfermo, no mentalmente, pero tiene tantos dolores, que se siente un poco perdido. Quiero que le cuide y cuando Billy aterrice, le acompañará a la casa. No se detenga a curiosear, cuanto menos vea mejor será para usted. Allí hay médicos y enfermeras esperando al doctor Christian. Así que usted déjelo en la casa y salga corriendo. ¿Ha comprendido?
La miró como si se preparara a morir por la más importante misión de su vida y, probablemente, por la oportunidad de subir al helicóptero.
– Comprendido, señora -respondió e1 soldado-. Debo vigilar al doctor Christian durante el vuelo y luego acompañarlo hasta la casa. No debo esperar ni mirar a mí alrededor. Tengo que volver directamente al helicóptero.
– ¡Muy bien! -le sonrió-. Y ni una palabra a nadie, ni siquiera a sus oficiales, órdenes del Presidente.
– Sí, señora.
Dio una afectuosa palmada a Billy en la espalda y bajó. Luego se inclinó a la parte grasera del aparato y tocó una rodilla del doctor Christian.
– ¿Joshua?
Abrió los ojos y la examinó y un vestigio de tristeza y lucidez apareció en su mirada y se apagó.
– Ahora estarás bien, querido, créeme. Duerme si quieres y cuando despiertes, todo habrá terminado. Podrás comenzar a vivir otra vez. La horrible Judas Carriol saldrá de tu vida para siempre.
Él no contestó, como si no advirtiera su presencia.
Se colocó junto a los soldados, mientras el helicóptero se alejaba, deslizándose lentamente. Ascendió muy despacio y luego se alejó rápidamente.
La doctora Carriol advirtió de pronto que el círculo de hombres que la rodeaban la miraban de reojo, con esa curiosa expresión impenetrable de las tropas bien entrenadas, ante las inexplicables maniobras del alto comando.
– Aquí no ha sucedido nada esta mañana -dijo-. Y quiero decir nada. Ustedes no han visto ni oído nada. Y esa orden sólo cambiará cuando el Presidente de nuevas órdenes. ¿Han comprendido?
– Sí, señora -dijo el mayor Whiters.
Billy miro el contador del combustible e hizo un rápido cálculo, luego asintió. Quería mucho al doctor Christian. Todos esos meses recorriendo el país habían reafirmado su admiración por ese hombre de increíble bondad. Ellos parecían no comprender lo duro que había sido para el pobre muchacho ir de un lugar a otro sin descansar. Ahora le llegaba el descanso, pero ya era demasiado tarde para poder terminar lo que había empezado. Billy pensó que podía hacer algo bueno por él, antes de que sus caminos se separaran. Había un abastecedor de combustible en Hatteras así que iría directamente a Pocahontas dejaría al doctor Christian en manos de los médicos para su bien merecido descanso y luego volaría hasta Hatteras para cargar combustible, en lugar de detenerse en la ruta.
– ¡Anímese, doctor! -gritó-. ¡Vamos a llevarle rápidamente!
La doctora Christian se dirigió a la carpa de los Christian. Sus pies obedientes la llevaban, la hicieron entrar y avanzar hasta donde la esperaba el grupo familiar.
Su madre fue la primera en gemir, temblorosa.
– ¡Judith, Joshua se ha ido, ha comenzado la marcha sin nosotros!
La doctora Carriol se dejó caer en la primera silla que encontró y les miró con preocupación. Esa mañana se le notaba la edad.
– Martha, querida, ¿hay café? Debo tomar algo estimulante o nunca llegaré a mi destino.
Martha llegó hasta la mesa, donde había un jarro humeante, llenó un jarro y se lo alcanzó. Realizó esa tarea seria y sin mirarla. Desde Nueva York, contemplaba a la doctora Carriol como a una entrometida que se había hecho cargo de Joshua, relegándoles a un segundo plano.
– Siéntese, mamá -dijo amablemente la doctora, bebiendo un sorbo de café y gimiendo-. ¡Oh, está caliente! Me temo que no es que Joshua haya empezado sin ustedes, sino que ustedes deberán empezar sin él. Está bien, pero está muy enfermo. Yo lo supe desde que llegamos a New Brunswick, pero no quiso atender a razones y sentí que no podía traicionarle. -Se interrumpió recordando el dolor que le había provocado esa frase. Traidora. La había llamado Judas. Aunque ella sabía que estaba loco, la había herido. Traidora. ¿Qué había hecho durante todos esos meses? Traicionarle. Pero, no iba a llorar. Nunca lloraba-. Quería caminar y le dejé. Ya le conocen. No quería oír hablar de terminar y no quería que se lo contara a nadie. Pero esta mañana… ya no fue capaz de caminar más. Así que el Presidente ha organizado un hospital especial para él solo, donde podrán tratarlo con tranquilidad. Acabo de enviarle allí en helicóptero.
Su madre lloró. Había llorado mucho en los últimos meses, desde que llegara para acompañar a Joshua para compartir su triunfo. Hubiera hecho mejor quedándose en Holloman. Mary no la hubiera hecho sufrir tanto. La fresca belleza que la caracterizaba había declinado poco a poco. Apenas quedaban vestigios de su esplendorosa juventud.