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– ¿Lo consultó con él?

– En absoluto. Ni siquiera con mi hija, que se enteró mucho más tarde, cuando se conoció la existencia de quien ustedes bautizaron como Vísperas… -al pronunciar el nombre, la vieja dama lo hizo con evidente satisfacción, y Quart se preguntó qué cara pondrían Su Eminencia Jerzy Iwaszkiewicz y monseñor Paolo Spada, de estar oyendo aquello-. Al principio mi idea era dejar un simple mensaje en el sistema central del Vaticano, esperando que cayera en buenas manos. La idea de manipular el ordenador del Papa se me ocurrió más tarde, a medida que iba profundizando en el sistema. Encontré un archivo inesperado, INMAVAT, muy protegido, y comprendí que guardaba algo importante. Así que hice un par de ensayos de entrada, recurrí a los trucos de mis amigos más expertos, y una noche me colé dentro… Durante una semana estuve visitando INMAVAT hasta que comprendí de qué se trataba. Así que, tras localizar lo que quería, dispuse mis fuerzas e inicié el asalto. El resto ya lo conoce usted.

– ¿Quién me envió la postal?

– Oh, eso. Fui yo, naturalmente. Ya que estaba aquí, me pareció buena idea que empezara a ver el otro lado del problema. Así que subí al palomar y busqué algo apropiado en el baúl de Carlota. El recurso fue un poco rocambolesco, pero surtió efecto.

Muy a su pesar, Quart se echó a reír:

– ¿Cómo llegó hasta mi habitación?

La vieja dama parecía escandalizada.

– Cielos, no fui yo quien lo hizo personalmente. ¿Me imagina de puntillas por los pasillos de su hotel?… Lo resolví de manera más prosaica. Mi doncella le dio una propina a la camarera -se volvió a medias hacia su hija-. Cuando usted le mostró la postal, ella supo en el acto que había sido yo. Pero tuvo la delicadeza de no reñirme demasiado.

Quart leyó la confirmación en los ojos de Macarena. Tampoco es que necesitara que nadie confirmase nada: todo resultaba, al fin, de una veracidad aplastante. Miró la pantalla del ordenador:

– Cuénteme en qué se ocupa ahora.

– Oh, esto -Cruz Bruner siguió la dirección de los ojos del sa cerdote-. Podríamos llamarlo un último ajuste de cuentas… Pero no se alarme. Nada tiene que ver con Roma esta vez. Es algo más próximo. Más personal.

Echó Quart un vistazo. S amp;B Confidencial, pudo leer. Resumen investigación interna B.C. asunto P.T. y otros. Los nombres del Banco Cartujano y de Pencho Gavira figuraban en el texto:

… Como argucias de esa ocultación pueden señalarse: frenética búsqueda de nuevos y costosos recursos, contabilidad falsa con transgresión de las normas bancarias, y un riesgo calificable de temerario que, sin la materialización de la esperada venta de Puerto Targa a Sun Qafer Alley (anunciada en unos 180 millones de dólares), puede producir un descalabro de gravísimas consecuencias para el Banco Cartujano, así como un escándalo público que merme considerablemente su prestigio social entre un accionariado hecho de pequeños accionistas de carácter conservador.

En cuanto a las irregularidades directamente achacables a la actual vicepresidencia, la investigación ha detectado…

Miró a Macarena y luego a la duquesa. Aquello era un cañonazo en la línea de flotación del ex marido. Por un momento recordó al financiero la noche anterior en el muelle; la breve comente de simpatía establecida entre ambos cuando se disponían a liberar al párroco.

– ¿Qué piensan hacer con esto?

No es asunto mío, decía el gesto de Macarena. Mis ajustes de cuentas son cosa más personal. Fue Cruz Bruner quien despejó la incógnita:

– Me dispongo a equilibrar un poco la situación. Todos han hecho mucho por esa iglesia. Usted mismo, con la misa de ayer, nos concedió una semana más de tiempo… -observó al sacerdote y luego a su hija-. Supongo que por eso creyó ella que merecía venir aquí esta noche.

– El no dirá nada -apuntó Macarena, muy seria, los ojos fijos en Quart.

– ¿No lo hará?… Lo celebro -se la quedó mirando con súbita atención, el ceño fruncido, antes de dirigirle otra ojeada a Quart-… Aunque me ocurre lo que al padre Ferro. A mi edad las cosas dejan de tener importancia, y una puede aventurarse sin miedo a las consecuencias -acarició distraídamente el teclado del ordenador-. Ahora, por ejemplo, voy a hacer justicia. Ya sé que no es un sentimiento muy cristiano, padre Quart -había una nueva cadencia en su voz, endurecido el tono. Una determinación que a él le pareció súbitamente peligrosa-. Después de esto tendré que confesarme, imagino. Estoy a punto de pecar contra la caridad.

– Mamá.

– Déjame en paz, hija, por favor -se dirigía a Quart como si esperase de él más comprensión que de Macarena, mostrándole el texto de la pantalla-… Éste es el informe de una auditoría interna del Banco Cartujano, que pone al descubierto los problemas de Pencho y todo su montaje con Nuestra Señora de las Lágrimas. Hacerlo público perjudicará un poco al banco y mucho a mi yerno. Supongo que muchísimo -una pequeña sonrisa suavizó su boca-. No sé si Octavio Machuca me lo perdonará alguna vez.

– ¿Piensas contárselo? -preguntó Macarena.

– Naturalmente. No voy a tirar la piedra y esconder la mano. Pero ha vivido lo suficiente para comprender… Además, el banco le importa un pimiento. Con la edad se ha vuelto un irresponsable.

– ¿De dónde ha sacado ese informe? -preguntó Quart.

– Del ordenador de mi yerno. Su clave de seguridad no es difícil- movió la cabeza, mostrando una pesadumbre que parecía sincera-… Y lo siento de verdad, porque Pencho siempre me fue simpático. Pero es la iglesia o él. Cada palo debe aguantar su vela.

Una luz piloto parpadeaba en el aparato de enlace con la línea telefónica, y Quart se interesó por aquello. Cruz Bruner miró un instante la lucecita y luego, al volverse hacia el sacerdote, todas las generaciones de duques del Nuevo Extremo que descansaban en su sangre se concitaron en ella:

– Es el fax -dijo, los ojos chispeantes. Y sus labios apergaminados se distendieron en una mueca que Quart nunca le había visto antes: despectiva y cruel-. Estoy transmitiendo el informe a todos los periódicos de Sevilla.

De pie a su lado, el rostro en penumbra. Macarena había retrocedido y miraba el vacío. Las lentas campanadas del reloj inglés sonaron abajo, entre los cuadros de barniz oscuro que montaban guardia secular en las sombras de la Casa del Postigo. Toda la vida posible en aquellas paredes muertas parecía refugiarse bajo la luz del flexo que iluminaba el teclado de ordenador y las manos huesudas de la anciana. Y Quart tuvo la certeza de que, en ese mismo instante, el fantasma de Carlota Bruner sonreía en la torre del jardín, y las velas blancas de una goleta se deslizaban río arriba, impulsadas por la brisa que cada noche subía del mar.

Cruz Bruner de Lebrija, duquesa del Nuevo Extremo, falleció a principios del invierno, cuando Lorenzo Quart llevaba cinco meses como tercer secretario en la Nunciatura Apostólica de Santa Fe de Bogotá. Se enteró por unas líneas en la edición internacional del diario ABC, acompañadas de una esquela con la larga relación nobiliaria de la fallecida y el ruego de su hija Macarena Bruner, heredera del título, de que se dijesen oraciones por su alma. Un par de semanas más tarde llegó un sobre con matasellos de Sevilla, que sólo contenía un pequeño recordatorio de difuntos orlado en negro, repitiendo más o menos el texto de la esquela. No lo acompañaba ninguna carta, pero sí la postal de Nuestra Señora de las Lágrimas dirigida por Carlota Bruner al capitán Xaloc, que una vez había encontrado Quart en la habitación de su hotel.