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Ya no era su trabajo, se recordó a sí mismo, al menos no lo era oficialmente. Sólo cuando ciertos poderes lo necesitaban, a él y sus conexiones, entonces tenía carta blanca para dar caza legalmente a Pomera. Se dejaba utilizar porque en cada una de esas ocasiones tenía la oportunidad de destruir un cargamento. Eliminar al menos un alijo de droga de las calles de Estados Unidos. Y quizás, en teoría, salvar una vida.

– Así es, Tess.

– No tienes por qué luchar por una causa perdida. Quédate aquí y ayuda a Mickey.

– Hablando de Mickey -dijo John, cambiando de tema. Tess no lo entendería. No podría. No sabía el daño que la gente desalmada hacía a otras personas. A personas que conocían, y también a extraños.

Céntrate en el problema que tienes delante.

– ¿Crees que la relación entre ellos va a más? -No sería la primera vez, pero Michael era un buen poli. Sí, a veces se había dejado llevar por los sentimientos, pero nunca dejaba de cumplir con su trabajo.

Ella asintió.

– Igual que con Jessica.

John recordó la foto de Rowan Smith en la contratapa de su libro, sobre todo porque era poco habitual entre los escritores. En lugar de un primer plano, o de un plano medio, la foto estaba tomada a cierta distancia, y ella estaba apoyada contra un pino, con el suelo cubierto de nieve y las ramas por encima de su cabeza también. Ni siquiera era una foto de frente sino de perfil. Un perfil aristocrático, elegante y desafiante.

La mayoría de la gente no la reconocería en la foto. Iba vestida toda de blanco, con el pelo largo tan rubio que se confundía con la nieve del fondo. Le caía sobre los hombros, suave y sedoso. La foto transmitía una sensación abrumadora de soledad, de separación.

– Me preocupa Michael -dijo Tess.

John le cogió la mano y se la apretó, al tiempo que sacudía la cabeza.

– Mickey ya es mayor. Es un buen guardaespaldas. Sabe lo que hace.

– No me refiero a su competencia profesional. Me preocupa su implicación personal en este caso.

– Es un poco pronto para hacer ese tipo de consideraciones, ¿no te parece? -Aunque John se oponía a esa especulación, pensó que la intuición de su hermana era acertada. Michael se lanzaba de cabeza cuando se trataba de mujeres. Era algo que sucedía siempre, desde Missy Sue Carmichael, la alumna de último curso del instituto que acabó con la virginidad de su hermano cuando tenía quince años. Siguió Brenda, al año siguiente, Tammy, María… vaya, John perdía la cuenta de las mujeres de las que Michael se había enamorado a lo largo de los años.

Tess lo miraba, arrugando su pequeña nariz con un gesto de incredulidad.

– Eso mismo pensaba yo, John.

Sí, Tess conocía a Michael tan bien como él.

– No te preocupes por él, Tessie. Sabe cuidarse solo.

– Puede que sí. Lo que pasa es que tengo la impresión de que este caso es diferente, por algún motivo. Hay más cosas en juego.

– Estaré atento -prometió John.

Después de treinta minutos de conversación sumamente discreta, frustrante y llena de tensión con el agente especial Quinn Peterson y Rowan, Michael abandonó la sala y fue a encerrarse en el estudio. Tenía que hacer unas cuantas llamadas.

Había buenas noticias, y eran que el FBI había revisado las medidas de seguridad que Michael había propuesto y la oficina de Los Ángeles iba a asignar otros dos agentes, a pesar de que Rowan se oponía a ello. Mañana interrogarían a los vecinos de Rowan en Malibú. Cuatro de la docena de casas de esa parte de la playa estaban vacías, alquiladas o cerradas porque los dueños vivían en una primera residencia. El FBI había alertado a todas las inmobiliarias de las propiedades para que vigilaran estrechamente esas casas y le notificaran si algo parecía estar fuera de lugar.

Se enviarían los equipos necesarios, pero dado que los recursos escaseaban, no se podía mantener una vigilancia permanente, sólo un equipo para toda la jornada, aparte de Peterson y su compañero. Sin embargo, el FBI trabajaba en estrecho contacto con los cuerpos de seguridad para coordinar la información. Además, ofrecían darle máxima prioridad al caso en sus laboratorios en Quántico.

Peterson había traído una caja llena de viejos archivos de los casos de Rowan. Ella no dejaba de hojear los documentos, ansiosa por empezar, sin disimular que tenía ganas de que Peterson se marchara.

Michael intuyó que había algo más que una relación profesional entre Rowan y el agente del FBI. Ella volvía a parapetarse tras su escudo invisible. Los esfuerzos de Michael por penetrar en su mente, entenderla y darle confianza para que bajara sus defensas, se desvanecieron por completo cuando apareció Quinn Peterson. Michael sintió una fuerte descarga de celos, aunque no tardó en aplacar la emoción.

No podía permitirse entablar una relación íntima con otra mujer vulnerable. No era que Rowan fuera vulnerable en el sentido tradicional. Todo lo contrario, su fuerza y su visión clara de las cosas le parecían admirables. Pero lo necesitaba a él, y Michael era muy consciente de su pasado junto a mujeres que lo necesitaban. En su interior luchaban dos bandos, y él estaba decidido a guardar sus distancias con ambos.

Sin embargo, tenía que reconocer que Rowan le intrigaba. Era diferente a todas las mujeres que había conocido.

En el estudio, Michael cogió el teléfono y marcó el número de un amigo que trabajaba en la oficina del FBI en Los Ángeles.

– Tony, soy Michael Flynn.

– Qué, tanto tiempo. ¿Cómo te va?

– Necesito una información. -Le contó al agente lo del caso y le pidió que mirara en los archivos del FBI sobre Rowan, en el Q-T. Aunque los federales ya estaban trabajando en la investigación, Michael quería saber todo lo que hacían.

Tony le respondió con un susurro de voz.

– Me estás pidiendo que me meta en los asuntos de la dirección superior. Yo sólo me ocupo de los fraudes bancarios.

– Eres el único que conozco en la oficina. ¿No puedes mirar a ver si encuentras algo?

– Lo intentaré, pero no cuentes con ello -dijo Tony, después de una pausa-. ¿Por qué no se lo pides a tu hermano? Tiene mejores contactos, y probablemente estén en Washington.

– John está fuera del país. -Además, Michael no quería inmiscuirlo. Pediría ayuda a su hermano cuando la necesitara de verdad, ni un minuto antes. Si no, John se adueñaría del asunto, como solía hacer.

– Vale, Mick, veré qué puedo encontrar. Pero, francamente, dudo que pueda dar con algo sin llamar muchísimo la atención.

– Gracias, Tony, te agradecería cualquier cosa que encuentres. -Al colgar, pensó que Tony tenía razón en una cosa. John tenía buenos contactos. Sería conveniente pedirle ayuda, pero Michael prefería no hacerlo.

Aún así, después de la florista…, debería llamarlo, aunque no fuera más que para pedirle consejo. Cogió el teléfono y llamó a casa de John. Sabía que no estaba, pero que escucharía los mensajes.

– John, soy Michael -dijo-, llámame cuando vuelvas a casa. Quiero saber tu opinión sobre un nuevo caso que tengo entre manos.

John debería estar de vuelta en Los Ángeles en un par de días, pensó Michael. Hablaría con él entonces.

El teléfono sonó en cuanto Michael colgó, y dejó que se activara el contestador.

– Rowan, llámame. -Pausa. Y luego colgó.

Una voz de hombre, preocupado.

Michael frunció el ceño. Podía ser inofensivo, quizá un viejo amigo de la universidad, o un antiguo colega del FBI. O quizá no.

¿Rowan guardaba algún secreto? ¿Algo que podía costarle la vida?

Michael hizo otra llamada.

Rowan cerró las puertas de doble batiente del estudio y respiró hondo. Por fin había convencido a Quinn de que se marchara y luego le pidió a Michael unos minutos a solas para relajarse.