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Michael se acercó al sofá con paso cauto mientras Rowan daba vueltas en su sueño.

– Rowan -dijo, con voz queda.

De pronto, Rowan dejó escapar un grito y su cara se transformó en el vivo retrato del terror, mientras se debatía entre la pesadilla y la vigilia.

– ¡Rowan! ¡Rowan! ¡Despierte! -Michael se sentó detrás de ella y casi la cogió en su regazo; intentaba sujetarle los brazos que ella agitaba en el aire. Desde el otro lado de la sala, hasta John podía ver lo tensa que estaba, con los brazos atrapados y temblando, casi un abrazo en el vacío.

– ¡Dani, Dani! -gritó, sumida en su pesadilla.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Tess, inquieta, y se incorporó del rincón de trabajo donde se había instalado con los ordenadores.

– Una pesadilla -dijo Michael, con voz grave.

¿Quién es Danny?, pensó John, frunciendo el ceño. Observaba de brazos cruzados, aunque también se había incorporado.

Rowan se fue calmando con las palabras que Michael le susurraba al oído mientras la atraía hacia él, le acariciaba el pelo y se lo alisaba por la espalda. Rowan se sacudía con violentos sollozos, pero en absoluto silencio.

– Rowan…

– Lo siento, lo siento. -Se giró hacia el pecho de Michael y su sollozo apagado le llegó a John al corazón.

Pero John tenía que ir al fondo de ese asunto.

– ¿Quién es Danny? -preguntó, y su voz sonó más dura de lo que hubiera querido.

Ella levantó la cabeza y le lanzó una mirada llena de rabia, los ojos rojos con las lágrimas no derramadas.

John hizo caso omiso de las señas que Michael le hacía para que se callara. Había algo en todo aquello que era importante.

Rowan se apartó de Michael, buscó algo en la espalda y sacó la Glock de su funda. Comprobó la munición, devolvió el arma a la funda y se quedó parada en medio del salón. John vio que controlaba el terror de la pesadilla y al mismo tiempo concentraba toda su rabia en él. ¿Por qué? Sólo había hecho una pregunta evidente. Una pregunta que debería haber hecho Michael en lugar de estar ahí consolándola.

En el fondo de su corazón, John también quería abrazar a Rowan. Pero, a diferencia de su hermano, sabía dejar los sentimientos a un lado cuando había vidas en juego.

– Tengo que llamar a mi jefe. Mi ex jefe -se corrigió-. He tenido un recuerdo de un caso en que trabajé. Mi último caso. Me pregunto si no habrá algún tipo de conexión. -Rowan sacudió la cabeza y cerró los ojos-. No lo entiendo -dijo, como si hablara consigo misma-, pero ¿por qué, si no, soñaría con el asesinato de los Franklin ahora?

– ¿El asesinato de los Franklin? -inquirió John.

Ella abrió los ojos y lo miró.

– Un caso brutal, de asesinato y suicidio. O al menos eso pensamos en aquel momento. Había ciertas dudas, pero yo no participé en la investigación. Necesito estudiar el caso, pero no está en la caja de archivos que me ha traído Quinn.

John asintió con la cabeza. Observó que Rowan recuperaba la compostura a medida que volvía en sí. Era una persona muy diferente de la mujer que acababa de despertarse de una violenta pesadilla.

– ¿Quién es Danny? -volvió a preguntar-. ¿Una de las víctimas?

Ella miró a Michael, no a John, y en sus ojos se veía que intentaba protegerse del dolor que había visto hacía un momento. Rowan se encogió de hombros.

– Es otro caso. He pasado la mayor parte del día revisando fotos y notas sobre escenas de crímenes. No sé con qué estaba soñando.

Maldita sea. John sabía que estaba mintiendo. Había tenido una pesadilla con un tipo llamado Danny, quien quiera que fuera.

Intuyó que no era el momento de entrar en detalles. Quizá fuera verdad que lo tenía todo mezclado en sus recuerdos. Sin embargo, algo había ahí, algo que él tenía que desvelar. Quizá fuera algo que Rowan ni siquiera consideraba importante.

– Voy a llamar a Roger -anunció Rowan, y salió del salón sin volver la vista atrás.

Michael se acercó a su hermano y le hundió un dedo en el pecho.

– ¿Qué puñetas estabas haciendo? ¿La estabas interrogando? ¿No has visto que acababa de tener una pesadilla?

John se quedó boquiabierto.

– ¿No crees que tu reacción es un poco exagerada, Mickey? Hay algo oculto en la cabecita de la señora Smith, y ya es hora de que alguien se atreva a hacer las preguntas difíciles. ¡Jo!, creo que ni siquiera ella sabe lo que pasa. Pero tenemos que seguir, tenemos que llegar al fondo de este asunto. El FBI se está ocupando de esto porque ella es una ex agente, pero no están aquí en esta habitación, ¿no?

– Ya estás otra vez -dijo Michael, lo cual hizo parpadear a John.

– ¿Qué?

– Te estás adueñando de mi caso.

John alzó las dos manos, una rara señal exterior de frustración y se acercó de un par de zancadas a la ventana de vidrio oscuro que reflejaba la airada expresión de Michael y los ojos vigilantes de Tess. Aquella discusión no era nueva.

– No es que me adueñe de tu caso, Mickey -se explicó John, aunque en el fondo ardía en deseos de hacer precisamente eso. Los planes de Michael eran razonables, pero en opinión de John tardarían demasiado en llevarlos a cabo. Quizá Michael intentaba mimar a Rowan para que ella se confiara a él, pero John no se andaba por las ramas. Y esperaba que los demás tampoco lo hicieran.

– Pues yo no diría eso -replicó Michael por lo bajo.

– Aquí ocurren muchas cosas de las que no estamos enterados. Maldita sea, ella sabe algo por lo que nos podrían matar a todos. Seguro que se trata de un puñetero asunto de seguridad del FBI, y, maldita sea, no dejaré que ni tú ni Tess corráis un riesgo sólo porque el jodido FBI no quiere compartir su información. -John se giró y encaró a su hermano-. Y si ella no es consciente de ello, te aseguro que lo tiene guardado en su cabeza, y con tu acaramelada compasión no conseguirás sonsacarle la verdad.

– He sido poli quince años, por si lo has olvidado -dijo Michael, y dio unos pasos en dirección a John-. Puede que no haya llegado a ser un gran comando Delta, pero te aseguro que sé muy bien cómo protegerme y proteger a los que están a mi cargo.

– ¡No puedes ver más allá de su cara bonita!

Michael apretó los puños, temblando de ira.

– Nunca olvidarás mi jodido fracaso con Jessica.

John estaba enfadado consigo mismo. No quería herir los sentimientos de su hermano.

– Lo siento, Mickey. No era mi intención confundir las dos situaciones. Pero, Dios mío, ¿no ves que aquí hay gato encerrado? No dejaré que arriesgues tu vida por una mujer, por cualquiera, que no nos lo cuente todo. Es evidente que el asesinato de los Franklin tiene algo que ver, sobre todo si ella tiene pesadillas. Creo que tenemos que averiguar algo más acerca de Rowan Smith. Ella tiene la clave.

Al final, Michael le devolvió la mirada.

– Tienes razón, John. Mañana por la mañana, cuando todos hayamos tenido tiempo para pensar en ello, nos sentaremos con Rowan y escarbaremos en su cerebro.

– Me parece un buen plan -dijo John, y se acercó a su hermano. Alargó el brazo y le dio un apretón en el hombro-. Somos un equipo en este asunto, Mickey, como siempre.

– ¿Lo somos?

John apenas lo escuchó, aunque estaban uno al lado del otro.

– Sí, Mickey, lo somos -respondió, también con un hilo de voz.

Pero no creía que su hermano lo escuchara.

John dejó escapar un suspiro, sacó su teléfono móvil y marcó un número de Washington.

– Soy Flynn. Necesito una información.

Se les veía tan encantadores, sentados juntos en el sofá comiendo palomitas de maíz y mirando una estúpida película romántica en la tele. Habían preparado las palomitas con una antigua olla para palomitas, no con las nuevas bolsas para microondas que se cocinaban en cuatro minutos. No, éstas eran de las que se hacían poniendo aceite en el fondo y mantequilla encima. Las palomitas saltaban hasta que llenaran la olla. Como solía hacerlas su madre.