– Se podría decir. Estoy ayudando a mi hermano con un caso. ¿Tienes algo para mí?
– No. Te dije que tardaría lo suyo. Meterme a averiguar cosas sobre la vida del director adjunto me podría costar el empleo, amigo. Espero que tengas un empleo para mí en el comando Delta.
John rió.
– Puedes acompañarme la próxima vez que vaya a América del Sur.
– No, gracias. Prefiero trabajar en un McDonald's. Querías un informe de la situación. Ahora no tengo nada. Llámame la semana que viene.
– No. Otra pregunta, que debería ser fácil.
– Dime.
John oyó que un vehículo se detenía frente a la casa. Se acercó a la cortina y miró, pero no vio nada.
– ¿Cuándo dejó Rowan Smith el FBI? Fue hace cuatro años. Quiero una fecha exacta.
– Eso te lo puedo decir. No cuelgues.
– Gracias.
Mientras esperaba, John siguió mirando por la ventana. Sólo podía ver los techos de los coches que pasaban por la autopista a unos quince metros, por un elevado terraplén que la separaba de la casa de Rowan. Era una carretera muy transitada.
Antes de que Andy volviera al teléfono, un camión viejo pasó lentamente delante de la casa pero sin detenerse. Si el conductor buscaba una casa, podía ser cualquiera de las docenas que había en ese trozo de la carretera del Pacífico. El camión pasó de largo y salió de su campo visual. Pero John nunca dudaba de su intuición y esperó junto a la ventana, ajustando la veneciana para ver sin ser visto.
– ¿John?
– Sigo aquí.
– Su finiquito data del treinta y uno de agosto, pero ella renunció a toda actividad el dos de mayo.
John no tenía que volver a mirar el periódico para saber que Franklin mató a su familia el primero de mayo. No sólo había sido su último caso sino también el motivo de su renuncia. ¿Por qué? John había leído los demás expedientes. Algunos eran crímenes mucho más brutales, y ella los había investigado sin titubear.
– Una cosa más.
Andy suspiró con un resoplido trágico.
– Me van a despedir.
– Puedes mirar a ver si hay otros crímenes similares al de Franklin.
– ¿Dónde? ¿Cuándo?
– Estados Unidos. Cuando sea.
– Mierda, John. Suerte que tus preguntas no son nada difíciles.
John no pudo evitar una sonrisa.
– Te debo una -dijo.
– Ya lo creo que sí. Te llamaré. No sé cuándo. Es un asunto muy extenso que cubrir.
– Gracias, colega. Lo ideal sería lo más pronto posible.
– Ya no sé si seguimos siendo colegas -dijo Andy, y colgó.
John sonrió. Andy nunca cambiaría. Era agradable cuando la reacción de las personas se volvía predecible.
Se quedó junto a la ventana y esperó. Al cabo de diez minutos, pensó que el conductor había venido de visita a otra casa en la calle. Se apartó de la ventana y paseó la mirada por el estudio una última vez.
Aquel lugar no podía revelarle nada más. Pero John salió con la sensación de que conocía mucho mejor a Rowan Smith.
Salió del estudio, no sin antes asegurarse de que todo estaba tal como lo había encontrado. El ordenador apagado, el montón de papeles, los cajones cerrados. Todo en orden.
Era pasada la hora de comer, y tenía hambre. Aunque no sabía cocinar ni la mitad de bien que su hermano, sabía hacer unos bocadillos muy suculentos. Tess le había dicho que Rowan tenía poca comida en casa hasta que llegó Michael. Mientras John miraba en la nevera y en la despensa bien surtidas, no pudo evitar preguntarse hasta cuándo se quedaría Michael. Por la cantidad de comida, parecía que pensaba quedarse para siempre.
Una vez más, era como lo de Jessica. Y lo peor era que Michael no lo veía.
John se preparó un bocadillo, y empezó a comer, más por una cuestión de hábito que porque le gustara su sabor.
Si no le fallaba su intuición, a Rowan la habían asignado al caso Franklin y había renunciado después de visitar la escena del crimen. Era probable que le hubieran propuesto tomar una baja antes de que se aceptara su renuncia, con la esperanza de que cambiara de opinión. John sabía que algunos agentes que trabajaban en tareas muy duras a veces necesitaban un tiempo para recuperar la salud mental. De otra manera, se quemaban.
Rowan Smith, un caso clásico de agente quemada. Pero en lugar de integrarse en un cuerpo de policía menor, como hacían otros, o de trabajar como consultora privada, o aceptar un trabajo en un despacho, ella había iniciado una segunda carrera, muy exitosa, escribiendo novelas policiacas. En sus libros ahondaba en los detalles del horror que un ser humano podía infligir a otro, cosas que habría visto no pocas veces, sobre todo en los casos que investigaba.
Pero, quizá no fuera un caso clásico.
John oyó un crujido en el balcón de afuera y se quedó quieto, a punto de dar un mordisco al bocadillo. Se tensó entero ante la alerta. Sus orejas casi se estremecieron buscando localizar a un posible intruso.
Siguieron otros crujidos. Crac, crac.
Alguien subía las escaleras que venían de la playa.
Sin hacer ruido, John dejó el plato y desenfundó su pistola. Cuando se acercó a la puerta lateral sus zapatillas deportivas no crujían sobre el suelo de baldosas. Bajó sigilosamente las escaleras y siguió hacia la playa.
Cuidando de no mostrarse al intruso ocultándose detrás de los pilares de apoyo del balcón, siguió hasta llegar a las escaleras de atrás. Las había revisado al llegar la primera vez y sabía que si pisaba en el exterior del peldaño, evitaba el crujido de la madera.
Se detuvo a unos diez escalones de la parte superior y miró por el pasamanos. Un intruso. Era un joven de unos veinte años. Era alto y delgado y tenía el pelo oscuro. Llevaba un enorme ramo de flores. Si hubiera llamado a la puerta de entrada, John no le habría dado mayor importancia.
El chico llamó a la puerta trasera y apoyó la mano en el vidrio para mirar dentro. Trató de abrir lentamente la puerta.
John se acercó sigilosamente por detrás.
– No se mueva. Tengo una pistola. ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?
El chico se giró bruscamente, y miró de un lado a otro, nervioso.
– Es… estoy buscando a… a Ro… Rowan. -Abrió desmesuradamente los ojos al ver la pistola de John y apretó con fuerza el ramo de flores.
– ¿Quién eres?
– Adam. Soy Adam. Eh, Adam Williams. Cuatro-cuatro-cinco, West Toluca Boulevard, Bloque B.
John tuvo la impresión de que el chico era de fiar. Había algo raro en él. Sin embargo, los criminales más astutos sabían fingir. Con voz severa, preguntó:
– ¿De qué conoces a Rowan?
– Ella me… me consiguió mi empleo. Soy su fan número uno. He leído todos sus libros. Ella me consiguió mi empleo. Trabajo para Barry en los estudios. Barry es un tío muy bueno, pero se enfadó conmigo por la jugarreta que le hice a Marcy, y Rowan también se enfadó y yo dije que lo sentía pero pensé que a Rowan le gustarían las flores porque es una chica y mi madre decía «a todas las chicas les gustan las flores, estúpido».
John enfundó el arma, confiando que el chico era quien decía ser.
– Adam. Soy John Flynn, también soy amigo de Rowan.
Adam frunció el ceño.
– ¿Cómo sé que no está mintiendo? Rowan dijo que había un hombre malo que hacía daño a la gente. -Adam dio un paso atrás.
John alzó las manos para demostrarle que no era un enemigo.
– Podemos llamarla. ¿Quieres llamarla?
Adam asintió con un gesto enérgico. Luego paró, y negó con la cabeza con la misma convicción.
– No, podría ser una trampa. Podría ser que usted le haya tendido una trampa. No, ella debería mantenerse alejada. Tiene un guardaespaldas, ¿sabía eso?
– Lo sé. Es mi hermano, Michael. ¿Tú lo conoces?
Un aire de reconocimiento pasó fugazmente por la expresión de Adam, pero siguió alerta.
– Podría ser -dijo, como un chico desafiante.
John metió la mano en el bolsillo y sacó su teléfono móvil.
– Voy a llamar a Rowan y ella vendrá a casa y hablará contigo. ¿De acuerdo? -Cuando vio que el muchacho seguía indeciso, dijo-: Tú también podrás hablar con ella. Ella te dirá que no soy un peligro, luego entraremos en la casa y esperaremos.
– De acuerdo -aceptó Adam, con voz queda.
John marcó el número del móvil de Michael, recriminándose por no tener el número de Rowan.