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Michael estaba en buena compañía.

Se apretó el puente de la nariz y respiró hondo un par de veces. Era una tontería salir a hacer footing, lo sabía. No había comido desde el viernes por la noche. Pero quizás ayudaría a mitigar el dolor.

John esperaba con ansias salir a hacer footing. Lo necesitaba. Cualquier cosa que neutralizara el dolor de su corazón. Empezarían con tres vueltas. Cuatro vueltas podrían combatir el dolor. Cinco vueltas podrían ahogarlo.

Pero sería un error cansarse tanto. Si alguien los vigilaba, sería el momento indicado para atacar.

John miró por la ventana de la cocina, pero sólo vio la pared de la casa vecina a la de Rowan, y unos veinticinco metros del acantilado reforzado entre los dos terrenos.

Ya iba por la tercera taza de café y se obligó a comer una tostada. Sabía a papel y ahora tenía un nudo en el estómago, pero le serviría para absorber la cafeína. Empezaba a sentirse un poco más humano.

Rowan entró en la cocina y se sirvió un vaso de agua. Tenía mejor aspecto que veinte minutos antes, pero todavía estaba pálida. Sus pequeñas gafas oscuras le tapaban los ojos. Parecía preparada. Rígida. Fría. Inexpresiva.

Un pensamiento preocupante cruzó por su cabeza. Rowan no era tan fría como él había creído al conocerla. Era una manera de ocultar sus sentimientos, como esas gafas que le servían para ocultar sus ojos. Tal vez todo lo sucedido le estaba afectando.

Maldita sea, eso a él no le importaba. Él tenía una misión que cumplir. Encontrar al asesino de Michael y proteger a Rowan del fuego cruzado. No tenía energías para ocuparse de los sentimientos de ella.

– Vamos -dijo.

Sobre la arena mojada, ella apuró el paso. Él conservaba una distancia prudencial, dos zancadas por detrás, pero la apremiaba a seguir con su aliento en la nuca, pisándole los talones para ir más rápido, más duro. ¿Cómo purgaría el dolor a un ritmo tan lento? Necesitaba el aire frío para templar el dolor caliente, el escozor de la sal en sus pulmones.

Por eso la urgía a seguir. Cuando ella quiso detenerse al cabo de dos vueltas, él no quiso. Ni siquiera estaba cansado. Sabía que Rowan podía correr dos o tres vueltas más. Habían corrido muchas veces y ella estaba en excelente forma. ¿Acaso pensaba que él no podría? ¿Que se quedaría por el camino? Ni loco.

Casi habían llegado de vuelta a las escaleras de la casa cuando Rowan empezó a correr más despacio.

– ¡Venga, corre! -le gritó al oído, como un sargento de marines.

Rowan tropezó y cayó de rodillas. Él saltó por encima para no caer sobre ella, pero al rozarla tropezó y cayó al suelo.

Se incorporó rápidamente y permaneció agachado, barriendo la escena con una mirada y con la pistola desenfundada. Es una trampa, fue lo primero que pensó. El asesino había plantado algo en la arena para que tropezaran. ¿Acaso acechaba para dar el golpe?

Sólo vio las casas tranquilas lejos de la playa. No oyó más que el rugido de las olas, la brisa, el graznido de las gaviotas en busca de peces. Ningún reflejo del rifle de un francotirador, ni rastro de trampas.

¿Por qué, entonces, se le había erizado el pelo de la nuca?

– Está despejado, pero tendríamos que volver -dijo John.

Rowan seguía a cuatro patas, y respiraba con dificultad. Él le tendió la mano, pero ella no la aceptó.

– ¿Qué coño? -dijo-. Tenemos que seguir. Eres un blanco perfecto ahí sentada.

– Déjalo. -Rowan se dejó caer en la arena y hundió la cabeza entre los brazos.

– ¿Qué dices? -John se agachó y la levantó a pulso hasta ponerla de pie. Le habían saltado las gafas en la caída, y tenía los ojos llenos de lágrimas. Se tambaleó, incapaz de sostenerse, y cayó contra él, al tiempo que lo empujaba.

– Déjame -murmuró, intentando que le soltara el brazo.

No tenía fuerzas y a John no le costó sostenerla. Pero la dejó ir. Ella volvió a derrumbarse en la arena, con las piernas como dos plumas.

– Déjame. Él vendrá. Tú vigila desde el balcón y, cuando venga, lo matas. En mi armario hay un rifle de francotirador.

¿De qué diablos hablaba? ¿Utilizarse a sí misma como cebo? Si Rowan moría, John perdería a otro ser querido. No podía dejarla morir, y no lo haría.

La miró a la cara, enrojecida por el esfuerzo y medio cubierta de arena después de la caída. Ella no lo miraba a él sino al mar, con los ojos inundados de lágrimas. Seguía respirando con dificultad y tenía las mejillas hundidas.

Él no quería pensar en su dolor. No quería que le recordaran lo que él estaba haciendo cuando Michael murió. Cómo había manipulado a su hermano y lo había enviado a la muerte.

Cómo había disfrutado estando en brazos de Rowan, abrazándola, penetrándola.

Aquél no era ni el momento ni el lugar adecuado para una relación, ni siquiera para el sexo. Pero Rowan no tenía a nadie. Él no le dejaría ofrecerse al asesino como si fuera un cordero para un sacrificio.

La levantó en sus brazos y la llevó hasta la casa. Cuando Rowan ni siquiera protestó al ser cogida como un bebé, él supo que no estaba del todo bien.

John no había reflexionado sobre cómo se sentía Rowan por el asesinato de Michael. Poco a poco se fue dando cuenta de que todo aquello le provocaba un dolor espantoso. Pero Michael no era su hermano, ni su mejor amigo. Sólo había sido su guardaespaldas.

Aún así, en su imaginación, ella era responsable de que todas aquellas víctimas cayeran en manos del asesino. John debería haber pensado antes en esa asociación, pero había estado demasiado concentrado en conseguir que ella le contara la verdad y luego en llorar la muerte de Michael.

Ella también estaba sufriendo.

La dejó sobre el sofá, pero ella no quería mirarlo, y se quedó tendida mirando el techo. Él la vio esforzarse para controlar sus emociones, y la vio retirar el escudo que había construido con tanto éxito.

Rowan estaba agotada por el esfuerzo sostenido de la carrera además del poco sueño. ¿Habría comido? John lo dudaba. Él no había podido comer el día anterior. Sólo tomó unos cuantos sorbos de la sopa y únicamente porque había obligado a Tess a comer algo.

La dejó y fue a la cocina para servirse más café. ¿Qué iba a hacer ahora? Apenas podía mantener la compostura. ¿Y qué haría para que Rowan mantuviera la suya?

Centrarse, maldita sea; él sabía centrarse. Todos esos meses, y años, persiguiendo a Pomera y sus operativos. Después de que Denny murió, infiltrado en la banda de traficantes y cargándose lenta y trabajosamente a los camellos, uno tras otro. Centrarse. Perseverancia. Paciencia.

Lo haría. Por Michael.

Eso significaba que necesitaba a Rowan y cualquier información que guardara en su cabeza. Aunque a ella le pareciera irrelevante. Y no podría obtener nada de ella si se ponía enferma de culpa.

La comida no era más que combustible, y eso estaba bien, puesto que John no sabía cocinar. Tostó un poco de pan de trigo e hizo un bocadillo de mantequilla de cacahuete con mermelada. Dio por sentado que a Rowan le gustaba la mantequilla de cacahuete con mermelada, puesto que las había comprado. Le sirvió una taza de café y se la llevó al salón.

Rowan no estaba.

– Mierda. -Fue al escritorio y la encontró allí, en un rincón, mirando por la ventana a través de las venecianas parcialmente abiertas.

– Me ha estado observando -dijo, sin volverse, con voz suave y ronca.

– ¿Cómo lo sabes?

– Al principio, fue una corazonada. No me había dado cuenta antes, pero de vez en cuando me sentía incómoda. Un cosquilleo en la espalda, pero no he visto a nadie que me observara de manera extraña. -Sacudió la cabeza y se miró los pies-. Ha estado aquí, John. En mi casa.

– ¿Qué? -John se puso tenso y de inmediato se volvió alerta.

Por fin, Rowan le dirigió una mirada por encima del hombro antes de girarse hacia la biblioteca. En aquel momento, su rostro expresaba todo el tumulto de emociones que normalmente disimulaba.

– Se llevó uno de mis libros. Sé que ha sido él. Se lo dije a Quinn. Él ordenó que registraran toda la casa pero por ahora no hay nada. No creo que sea capaz de aguantar esto, John.