– ¿Encontraste las respuestas que buscabas?
– No. A todos los criminales que interrogaba les preguntaba por qué. Jamás me dieron una respuesta que yo entendiera.
– Quizá porque tú no eres una asesina.
No, no soy una asesina. Mi padre sí lo es. Mi hermano lo era. Yo no. Todavía no.
Se quedó mirando la carpeta, temiendo su contenido, sabiendo que las fotos y los informes le harían daño y le traerían recuerdos que había intentado sepultar. Ya no podía seguir huyendo. Tenía que hacerlo. Poner fin a aquella locura.
Abrió la carpeta.
Los documentos, que habían imprimido desde el ordenador o que Roger había mandado por fax, no guardaban ningún orden. La primera página era el informe original de la policía. Homicidio múltiple. Los datos correspondientes a las víctimas eran nombre, edad, lugar y aparente causa de la muerte.
Elizabeth Regina MacIntosh, 46, mujer blanca, encontrada en la cocina. Múltiples heridas de arma punzante, fallecida.
Melanie Regina MacIntosh, 17, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.
Rachel Suzanne MacIntosh, 15, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.
Danielle Anne MacIntosh, 4, mujer blanca, encontrada en la habitación de matrimonio. Recibió un disparo en el pecho de una pistola de 9 mm, fallecida.
Rowan respiró hondo. Volvía a sentirse como una niña. Vio el cuerpo inerte y ensangrentado de su madre. Vio morir a sus hermanas. Corrió con Peter y Dani hasta el armario.
Pero Bobby los perseguía.
Dio la vuelta a la página y encontró los papeles del proceso de su padre. Los había leído tantas veces en el pasado que se los sabía de memoria, así que dio la vuelta rápidamente a la página.
La detención de Bobby.
El sospechoso del homicidio múltiple escapó por una ventana de la segunda planta y fue perseguido hasta la esquina de Crestline Drive y Bridgeview Court, donde fue detenido sin mayores incidentes. Se le leyeron sus derechos y el sospechoso solicitó un abogado.
Su descripción era clínica. Robert William MacIntosh Junior, 18 años. Pelo rubio, ojos azules, un metro ochenta y cinco, 77 kilos. No hay marcas distintivas. No hay tatuajes. No hay piercings.
Bobby parecía simpático, pero ella sabía la verdad. Siempre había sabido que era malvado. Gracias a Dios que había muerto.
Sin embargo, Bobby la había perseguido desde la tumba. En sus pesadillas. En la elección de su carrera, en su decisión de ingresar en el FBI y luego abandonarlo. Controlaba su vida desde el comienzo, más ahora que estaba muerto de lo que jamás pudo en vida. ¿Cómo es que no lo había visto antes? ¿Cómo podía haber vivido tanto tiempo bajo su sombra perversa sin darse cuenta del control que Bobby seguía ejerciendo sobre ella?
Ahora lo sabía. Y le pondría fin de una vez por todas.
Giró la página.
– ¿Estás bien, Ro? -preguntó Quinn, con voz queda, y puso un vaso de agua delante de ella.
Asintió y aceptó, agradecida, el agua. Tomó un trago, y el líquido frío le calmó la garganta irritada. Quinn permanecía de pie detrás de ella como un soldado. Ella sentía su mirada clavada en la espalda. Oía también el clic-clic-clic de Tess en el teclado. Pausa. Clic-clic-clic. Si no fuera tan rítmico, sería desagradable.
Giró otra página.
Fotos.
Dejó el vaso, temiendo que su mano temblorosa derramara el agua sobre la carpeta. La cocina. Mamá no estaba, pero ella vio la crudeza de la imagen en blanco y negro, las paredes salpicadas de sangre, la silla por el suelo. Algunos artistas elegían el blanco y negro porque su impacto era más potente que el color. No había nada que se comparara con la sangre en tono gris oscuro. Uno esperaba que fuera de color rojo, y no se daba cuenta de que tenía tanta profundidad hasta que el color era lavado de la imagen.
Hojeó rápidamente las fotos. No podía mirar. Había venido a hacer eso, pero no podía. Quinn las cogió del montón y las colocó boca abajo, lejos de ella. Rowan se pasó la mano por la cara, y le sorprendió darse cuenta de que tenía las mejillas húmedas.
Tenía que concentrarse en los informes. Imaginar que no había estado en la escena. Sólo se trataba de una investigación más, los miembros de la familia eran extraños.
No sabía si sería capaz de terminar, pero tenía que hacerlo.
Volvió a coger las fotos y respiró hondo.
Se percató de que se había hecho el silencio en la sala. Quinn la observaba atentamente. Tess había dejado de trabajar y la miraba con el ceño fruncido. Maldita sea. Si las respuestas estaban ahí, en aquella maldita carpeta, ella tenía que encontrarlas.
Sonó el teléfono móvil de Quinn y él contestó.
– Peterson… De acuerdo, gracias por decírmelo -dijo, y apagó el móvil con gesto brusco.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Rowan, temiendo lo peor. No será otro cadáver.
– Colleen está con Adam y John en el garaje. Ahora suben.
Ella asintió y volvió a las carpetas. Las palabras eran borrosas. ¿Iba a desmayarse? No. Eran lágrimas. ¿Había conocido a esas personas cuando era una niña? ¿Estaban ahora de alguna manera en su vida?
Tenía que fingir, pensar que esa familia masacrada sin piedad no era la suya. Imaginar que eran extraños.
Eso es. Extraños que venían a molestarla en sus sueños.
Alzó la vista y vio que Tess seguía mirándola, con una expresión rara pintada en la cara. La puerta se abrió y Tess volvió a su trabajo en el ordenador. John entró en la sala con Adam, acompañándolo con una mano en el hombro. El chico parecía aterrado y miraba a John en busca de seguridad. Cuando vio a Rowan, retrocedió con un gesto visible y se acercó a John. Rowan se sintió pequeña y miserable. Había hecho daño a alguien que quería y ahora no sabía cómo repararlo. Tampoco sabía si era posible.
John le murmuró algo al oído y Adam se relajó un poco, pero evitó mirar a Rowan. John lo sentó ante otra mesa mirando hacia la pared.
– ¿Las fotos? -le preguntó a Quinn.
Rowan lanzó un suspiro de alivio cuando Quinn cogió la carpeta que tenía delante y se la entregó a John.
Éste la abrió, la repasó rápidamente y sacó las fotos.
– Adam, recuerda lo que te he dicho -dijo John, inclinándose sobre la mesa y mirando fijamente al chico asustado-. Yo estaré aquí. Sólo quiero que mires estas fotos y me digas si alguna vez has visto a alguna de estas personas. Recuerda, puede que no tengan el mismo aspecto, puede que ahora sean mayores.
– Sí, John -dijo Adam, con voz temblorosa.
Rowan intentó concentrarse en su tarea y dejó de mirar a John y a Adam.
Sentía el peso del corazón en el pecho. John miró las fotos con Adam, y la miró a ella. ¿Era tristeza lo que ella veía en sus ojos? John apretó la mandíbula y ella vio el pulso latiéndole en el cuello.
No, no era tristeza, sino rabia. No iba dirigida contra ella, pero la ponía incómoda. No quería que nadie, sobre todo John, luchara contra sus fantasmas. Pero, si no podía controlarse, no podría combatir a sus demonios, ni al demonio real que era el asesino ni a los demonios de sus pesadillas.
Volvió a concentrarse en el archivo.
La sala permaneció en silencio durante los próximos diez largos minutos. Adam fue el primero en hablar, con la cabeza gacha.
– Lo siento, lo siento. No está aquí. Lo juro, John, no está aquí. Lo recordaría, ¡estoy seguro, seguro! -dijo, alzando la voz, frustrado.
John apoyó la mano en el hombro de Adam.
– No te preocupes, Adam. -Miró a Quinn-. Peterson, ¿has conseguido aquella foto de la que te hablé?
– ¿O'Brien? Sí. -Se inclinó sobre la mesa donde estaba Rowan y le entregó a John una carpeta delgada.
Rowan levantó la cabeza como impulsada por un resorte y entrecerró los ojos.
– ¡Ya te he dicho que Peter no tiene nada que ver con esto!
– Collins lo ha comprobado, pero sólo quiero una segunda verificación.
Ella le dio la espalda y apretó los ojos hasta que le dolió.
Peter no tenía nada que ver con todo eso. Pero si ella no lo conociera tan bien, ¿acaso no pensaría también que había razones para sospechar de él?