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Tenía los nudillos blancos de apretar con tanta fuerza los puños. Hizo un esfuerzo consciente por liberarse de la tensión en los músculos.

– No creo que lo de matarla haya sido algo salido de la nada -dijo John-. Es un patrón, tú ya lo sabrás. Las relaciones en que hay maltrato suelen acabar con una muerte.

– Llevaban diecinueve años casados. Seis hijos. Y ella… ella siempre estuvo a su lado, hiciera lo que le hiciese. -Rowan recordó las flores que él solía comprarle. Los besos que le daba cuando volvía por la noche-. Era como el doctor Jekyll y mister Hyde. La golpeaba. Discutían mucho. Pero no podía creer que la hubiese matado. No quería creerlo. Él solía llamarla «reina mía».

Ella respiró hondo. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que John le secó las lágrimas de las mejillas.

– Yo amaba a mi padre y lo odiaba. Podía ser una persona maravillosa, jugaba con nosotros, nos llevaba al parque, a comer helados… pero le pegaba a mi madre. -La voz le tembló-. Yo estaba muy confundida. Y luego, verlo tan… tan vacío -dijo, y volvió a respirar hondo-. Eso no supe aceptarlo. En aquel momento, no.

– Eras una niña, Rowan. Una niña obligada por la vida a madurar demasiado rápido.

– Bobby era diferente.

Rowan no había olvidado la crueldad de su hermano. El terror silencioso que despertaba en ellos. Incluso en Mamá.

– Hay personas que nacen malvadas.

Ella no dijo nada para contradecirlo.

– Creo que Bobby aprendió lo peor de mi padre y lo hizo más retorcido. Quiero decir, era el mayor. Sabía lo que estaba pasando. Se portaba como un matón de barrio con Mel y Rachel, igual que Papá con Mamá. Les pegaba.

– ¿Y nadie hacía nada? -La voz de John estaba teñida por el asombro. Aquello no era raro, puesto que, al fin y al cabo, la suya había sido una infancia feliz.

– En una ocasión, Mel se lo contó a mi padre. Le dijo que Bobby le había pegado tan fuerte a Rachel que la había tirado escaleras abajo. Papá y Bobby tuvieron una bronca muy fuerte en el garaje. Bobby se fue y estuvo ausente varios días. Y yo me sentía feliz. Muy feliz.

– Pero volvió.

Con una venganza en mente, pensó Rowan. Eso había ocurrido un año antes de los asesinatos. Ella tenía la esperanza de que cuando cumpliera dieciocho años, Bobby se iría. Pero no se fue.

– Bobby le dijo a mi padre que era un débil y un encoñado. Yo no sabía que significaba eso por aquel entonces. Pero nunca lo desafió cara a cara, excepto esa única vez. Cuando mi padre no estaba en casa, Bobby nos aterrorizaba. Le rompió el brazo a Peter cuando todavía no sabía caminar. Yo lo vi. Pero él me dijo que si contaba la verdad, me mataría. Yo le creí, y le dije a Mamá que había sido un accidente.

– Nadie te habría culpado, Rowan -dijo John.

– ¿Habría cambiado algo si yo hubiera dicho la verdad entonces? -siguió ella, como si no le hubiera oído-. ¿Se habrían llevado a Bobby? ¿Lo habrían castigado? ¿Habrían hecho algo?

Rowan sacudió la cabeza y soltó un suspiro profundo y cansado.

– Nunca lo sabré -concluyó. Rió, pero sin ver nada divertido en ello. Sólo un vacío profundo y permanente. Se preguntó si algún día volvería a sentir la felicidad de estar viva.

John le apretó la mano y la tomó entre las suyas. Rowan estaba fría. A John le escocía la garganta. Le venían lágrimas de indignación y rabia, y él las reprimió. Ningún niño debería vivir jamás lo que había vivido Rowan. Pensar en la locura y el horror de todo lo que había aguantado era como una estocada en el corazón.

Sin embargo, lo que de verdad le indignaba no era la maldad de Bobby. Eran los padres. ¿Qué hacían viviendo con un hijo que maltrataba a los demás, un joven que los atormentaba a ellos y a sus hijos? ¿Cómo era posible que no lo remediaran? ¿Cómo podía vivir la madre en esa casa, dejar que sus hijos fueran testigos del maltrato y no sacarlos de allí?

Había otras dos chicas mayores. ¿No podría una de ellas haber acudido a las autoridades? Era evidente que habían sufrido los maltratos de Bobby. Ellas mismas habían sido víctimas. Sin embargo, Rowan cargaba con todo el peso, como si hubiera sido la única que podría haber hecho algo y luego desistido.

Ojalá pudiera explicárselo, darle seguridad, decirle que el hecho de que hubiera hecho algo o no, nada tenía que ver con lo que había ocurrido.

– Rowan, nada de eso fue culpa tuya -dijo John, con voz queda.

Ella se encogió de hombros. ¿Habría oído lo que le había dicho?

– Supongo que quiero decir que sabía que Bobby algún día haría algo malo. Algo muy malo.

– ¿Por qué crees que tu padre se vino abajo?

– No lo sé. Es la razón por la que estudié psicología criminal en la universidad. Por eso ingresé en el FBI. Quería respuestas. Y encontré respuestas. Pero no sobre mi padre. Sólo lo habituaclass="underline" sucede a menudo que los cónyuges maltratadores matan o son asesinados.

John la atrajo hacia él. No soportaba escucharla torturarse a sí misma. El mal no conocía límites. Ricos o pobres, hombres o mujeres, viejos o jóvenes. No sabía qué había impulsado a Robert MacIntosh a matar a su mujer, pero lo había hundido para siempre. Veintitrés años sin hablar, sin siquiera reconocer la presencia de otro ser humano.

Bobby MacIntosh era otra cosa. Si John estaba en lo cierto y el hermano de Rowan era el protagonista de aquel festín sangriento, expertamente diseñado y premeditado que duraba ya tres semanas, tenía el corazón más retorcido y estaba mucho más sano que su padre.

Roger Collins se paseaba de arriba abajo por la sala de espera de Beaumont, la cárcel de máxima seguridad adonde habían trasladado a Bobby MacIntosh hacía un año. El alcaide ordenó llevarlo a una sala de reuniones privada, pero Roger esperaba a Rowan.

Tenía ganas de estrangular a John Flynn pero, al mismo tiempo, temía que su teoría fuera acertada. Que Bobby MacIntosh no estuviera en Beaumont sino en libertad, y que fuera él quien estuviera aterrorizando a Rowan.

Dejando de lado las buenas intenciones, había cometido un grave error. Un error que había costado la vida a siete personas. Y quizá serían más.

A los dieciocho años Bobby MacIntosh era apenas un joven, pero más peligroso que muchos criminales curtidos con décadas de agresiones en su haber. Ningún remordimiento y, desde luego, se refocilaba pensando en la noche de su matanza.

– Mira, mira, mira. Si es el agente especial Roger Collins -había dicho Bobby MacIntosh veintitrés años antes, cuando Roger lo interrogó en la celda de una cárcel de Boston.

Roger estaba al otro lado de los barrotes y miraba al chico que había matado a tres de sus hermanas.

– Lily declarará en tu contra -le había dicho a Bobby, queriendo verlo retorcerse-. Está viva, goza de buena salud y quiere enviarte a la silla eléctrica.

Bobby entrecerró los ojos al tiempo que le lanzaba a Roger una mirada diabólica.

– En Massachusetts no hay pena de muerte. Es inconstitucional -se burló él.

– Qué lástima. Yo pulsaría el interruptor de buena gana. Lily también. Has hecho lo posible por destrozarle la vida, pero ella es fuerte. Más fuerte de lo que crees. Más fuerte de lo que jamás le has reconocido. Cuando suba a declarar, no habrá ni un solo jurado que vote la absolución. Pasarás el resto de tu vida en prisión.

Se había acercado a los barrotes, a sólo centímetros de su cara. Jamás había sentido tanta repugnancia hacia un sospechoso. Después de oír el relato de Lily, Roger odiaba a ese chaval.

– Y si crees que vivirás mucho tiempo entre rejas -añadió, con voz grave y segura-, piénsatelo dos veces.

Bobby se limitó a mirarlo con ojos burlones, y se reclinó cómodamente en el camastro.

– Tú no me conoces -dijo, sacudiendo la cabeza-. Soy un sobreviviente. Y si crees que me pasaré el resto de mi vida en chirona, el que está loco eres tú.

Bobby se sentó, puso las manos sobre las rodillas y frunció el ceño. La ira reconcentrada de su expresión obligó a Roger a tragar saliva sin quererlo. Éste era el hombre que Lily temía, el hermano con que había vivido diez años, un chico que mataba sin remordimientos. Lo hacía por puro placer.

– Mataré a Lily. No ahora. Ni mañana. Algún día. Le cogeré su pescuezo de desnutrida y se lo romperé.

– No cuentes con ello -dijo Roger, apretando los dientes. Dio media vuelta y salió a grandes zancadas de la cárcel. Pero oyó las últimas palabras de Bobby MacIntosh.