– John, llegué a apreciar mucho a Michael. Me gustaba. Lamento mucho que ya no esté.
– No sigas. -Su voz era más ruda de lo que hubiera deseado-. Yo no te culpo, Rowan. Tienes que dejar de culparte.
John respiró largo y profundo. Tenía los puños apretados y los relajó lentamente, intentando aliviar la tensión acumulada desde la muerte de Michael. Era culpa suya más que de nadie.
No quería gritarle a Rowan, pero tenía que hacerle entender.
– Soy tan responsable como tú del hecho de que Michael estuviera donde estaba. No debería haber insistido en que se fuera a casa esa noche. Me porté como un egoísta, y lo criticaba por su manera de llevar el caso. -Vaya, costaba decirlo con palabras, pero ya lo había dicho.
– ¿Quien es Jessica?
John frunció el ceño ante el inesperado giro de la conversación.
– Una mujer con la que Michael tuvo una relación.
– Un día oí que tú y Tess decíais que yo era una segunda Jessica. ¿Qué queríais decir con eso?
John se quedó pensativo. No podía contárselo todo sin traicionar a Michael en algún sentido, pero no quería mentirle. No podía mentirle. Optó por una versión ligera de la verdad.
– Michael era poli, y le tocó ocuparse del caso. El ex de Jessica la acosaba. Un matón de la mafia del tres al cuarto. Michael le ayudó, y siguió viéndola. La cosa no funcionó. Jessica volvió con su tipo, y él la acabó matando. -Guardó silencio y luego añadió-: Michael tenía una debilidad por las damiselas en apuros.
– A mí difícilmente se me podría llamar una damisela en apuros -dijo ella y, cuando bajó la mirada, John no pudo verle la cara. Ya era bastante difícil con todas aquellas barreras que se había impuesto a sí misma, pero si no podía verle los ojos, no podía saber en qué pensaba.
– No, pero eres una mujer guapa y necesitabas que alguien se ocupara de ti -dijo él, con voz suave. Estiró la mano para coger la de Rowan-. Rowan, yo no me recuperaré tan fácilmente del golpe que significa la muerte de Michael. Fue culpa mía que estuviera solo. No pensé… nadie pensó… que Bobby iría a por él. -Alzó la mano que tenía libre cuando ella hizo ademán de interrumpirle-. Sin embargo -siguió-, lo superaré, con tiempo y a mi manera.
Ella asintió, y en sus bellos ojos se atisbaba la comprensión.
– Rowan -dijo una voz a sus espaldas.
Rowan sintió que John se ponía tenso. Le soltó la mano y se levantó.
– Peter -murmuró ella, y se giró para saludar a su hermano pequeño.
Peter llevaba un jersey por encima de su alzacuellos de clérigo, y en sus ojos grises asomaba un brillo de inquietud. Le ofreció los brazos y ella se entregó a su cálido saludo, respirando su olor seguro y familiar, apoyando la mejilla en su pecho. Peter era bastante alto, más alto que John, y más bien delgado.
Dio un paso atrás y lo miró de arriba abajo. En las incipientes arrugas del rostro plácido y bello de su hermano se veía claramente su inquietud. Su pelo oscuro ya tenía algunas canas, aquí y allá. Sólo tenía treinta años. ¿De dónde habían salido esas canas? Le acarició la cara.
– Me alegro tanto de verte. -Y era toda la verdad. Era más que alegría, era casi como una curación.
Él la besó en la frente, dio un paso atrás y le tendió la mano a John, que se había puesto de pie y asumido su talante de guardaespaldas, situándose al lado de Rowan, un poco por detrás.
– ¿John Flynn?
– Sí, padre.
Peter sonrió, y en su sonrisa había un toque de humor.
– Con llamarme Peter, basta. Gracias por su llamada.
John asintió con la cabeza y lo invitó a sentarse. Cuando estuvieron instalados, la camarera recogió el pedido y se fue.
– ¿Qué te ha dicho John? -preguntó Rowan, rompiendo un incómodo silencio. Tanto Peter como John parecían medirse con la mirada. Rowan se sintió rara.
– Supongo que debería preguntar lo que no me dijo -dijo Peter-. ¿Por qué habéis venido a Boston?
Rowan entrecerró los ojos.
– Para ver a nuestro padre.
– ¿Qué? -El impacto emocional en la voz grave de Peter sorprendió a Rowan-. Pero, pensé que tú… -balbuceó, y guardó silencio-. ¿Por qué?
– Bobby está vivo -dijo ella, con voz queda-. Está vivo y ha matado a varias personas. Él es el asesino, Peter.
Rowan le contó a Peter todo lo que sabía, de principio a fin. Le contó lo de los asesinatos, los lirios, las coletas, las mentiras de Roger. Llegó la comida y a todos les costó mucho empezar; nadie tenía ánimos para comer.
Cuando Rowan terminó su relato, Peter se volvió hacia John.
– Lamento mucho la muerte de su hermano.
– Gracias. -A Rowan le pareció que John contestaba con cierta rudeza, pero ¿qué otra cosa podía esperar? Acababa de contarle a Peter cómo Bobby había asesinado a Michael.
– ¿Papá ha hablado? Qué extraño -dijo Peter, y bebió un trago de agua.
Rowan asintió.
– A mí también me lo parece. Sabes, no dejo de darle vueltas en mi cabeza a lo que me dijo. Bobby le contó que Mamá estaba con alguien. ¿Fue Bobby el que montó toda la tragedia? ¿Quería provocar problemas entre Papá y Mamá? No lo entiendo.
– Bobby siempre sentía un placer especial haciendo daño a la gente. Física y emocionalmente -dijo Peter-. Yo era demasiado pequeño para entender por qué tenía esa rabia y ese odio tan arraigados, pero sabía lo bastante para mantenerme lo más lejos posible de él.
– Creo que Bobby manipulaba a Papá desde hacía tiempo. Quizá nunca pensó que él mataría a Mamá, y sólo quería causar problemas por puro placer. Pero a Papá le ocurrió algo y perdió la cabeza.
Rowan apartó el plato.
– O puede que sólo intente justificarlo.
– Porque golpeaba a Mamá.
Ella lo miró, sorprendida.
– ¿Tú lo sabías? Nunca dijiste nada.
Un profundo pesar asomó en la mirada de Peter.
– Lo sabía, pero no lo entendía. Yo tenía siete años cuando ella murió. Solía oír cómo reñían, no los veía. Excepto los moretones, que sí los veía -dijo, y respiró hondo-. Mamá decidió quedarse a su lado. Eso hace que todo sea más difícil de asimilar.
Una lágrima rodó por la mejilla de Rowan, y se la secó.
– Tendrías que haber hablado conmigo. Quizá podríamos habernos ayudado el uno al otro.
– Quizá, si hubiéramos sido mayores. Y hubiésemos estado juntos. Pero cuando a mí me adoptó O'Brien y Roger te acogió en su casa, ya no nos veíamos. Y luego…, el tiempo. El tiempo es muy cruel, Rowan. Yo he lidiado con mi pasado lo mejor que he podido, y estoy en paz con ello. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Excepto intentar ayudarte. Pero tú nunca has dejado entrar a nadie. -Peter miró a John-. Al menos, así ha sido durante mucho tiempo.
Rowan miró de reojo a John. Se adivinaba la tensión en su rostro, aunque la miraba a ella con simpatía. Y algo más. Algo que los unía. Fue como si el corazón se le hubiera parado cuando cayó en la cuenta de que, en muy poco tiempo, John había llegado a formar parte importante de su vida. Y ella sin percatarse.
No era un pensamiento del todo tranquilizador.
– ¿Por qué los O'Brien no adoptaron a Rowan? -preguntó John, mirando a uno y a otro.
Peter guardó silencio un rato largo.
– Eran momentos difíciles para los dos. Eran buenas personas, pero dos niños traumatizados eran difíciles para cualquiera. La tía Karen, la hermana de nuestra madre, se negó a aceptarnos. Rowan y yo le oímos que nos llamaba la «semilla del diablo».
Rowan nunca olvidaría eso. Le recordaba siempre de dónde venía. De las entrañas del diablo.
– Nuestros abuelos ya estaban viejos -explicó ella, con voz queda-. Estuvimos con ellos una semana, pero yo no se lo puse nada fácil.
– ¿Quién podría recriminártelo? -dijo Peter, como en un arranque, y en su voz vibraba una ira profunda-. ¿Cuándo dejarás de culpabilizarte? ¿Qué podrías haber hecho tú, una niña, para que nuestro padre no matara a Mamá a puñaladas? ¿Qué podrías haber hecho para proteger a Dani? Hiciste todo lo que pudiste. Me salvaste la vida.
Ella ahogó un sollozo, y Peter le cogió la mano con fuerza.
– Tienes que dejar ir el pasado.
– Lo sé -murmuró ella-. Pero no podré hasta que detengan a Bobby. Anda por ahí, suelto, matando a gente para llegar hasta mí. Por favor, ten cuidado, Peter. Si descubre que todavía estás vivo, irá a por ti.