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Brooke sintió un nudo en la garganta. El corazón se volcó en la pequeña. La rodeó con los brazos y la consoló.

– Voy a cuidar de ti. Todo saldrá bien.

– ¿Crees que Charlie me buscará?

– No lo sé.

– Se pondrá furioso y me pegará cuando me encuentre. No dejes que me encuentre -suplicó.

Al instante Brooke supo que no se trataba de un juego ni de una exageración infantil… la pequeña decía la verdad. Tuvo que morderse la lengua antes de responder.

– Jamás volverá a acercarse a ti. ¿Me crees? -la abrazó-. Se está bien aquí, ¿verdad? -con desesperación intentó cambiar de tema.

– Sí.

– ¿Quieres unas galletitas?

– Sí.

Alargó la mano hacia la caja que había quedado del almuerzo y la depositó en el regazo de la niña.

– Come todas las que quieras mientras yo voy al otro cuarto a hacer una llamada de teléfono.

– ¡No me dejes! -gritó con pánico.

Demasiado tarde Brooke comprendió su error. La alzó en brazos con las galletitas y la llevó a la parte delantera de la tienda. Después de sentarla sobre el mostrador, levantó el auricular y marcó el número de la policía.

– ¿Julia? -preguntó al oír la voz de su amiga-. ¿Cómo es que estás de servicio esta noche? Pensé que nos íbamos a reunir en la fiesta de los Garnett.

– Y así es, pero Ruth me pidió si podía suplirla hasta las nueve. Iba a llamarte para decirte que te reunieras con Kyle y conmigo después.

– Me temo que no iré. Ha surgido una emergencia.

– Cuéntame qué sucede.

De pronto su amiga se convirtió en la profesional que era. En cuanto oyó la historia de Brooke, le dijo que se llevara a la pequeña a casa con ella, que en uno o dos días enviaría a un agente a comenzar la investigación.

Al parecer se habían producido algunos accidentes de coche en la carretera y en ese momento los caminos se hallaban cerrados en todas las direcciones. Los patrulleros disponibles se encontraban ocupados. Lo que pensaba hacer era transmitir la información a la policía estatal.

A Julia se le pagaba para pensar deprisa y tomar la decisión acertada. Al ser Nochebuena, Brooke alabó la sabiduría de su amiga. Como en West Yellowstone no había hospital y los caminos estaban cerrados, su casa era el mejor lugar para ocuparse de las necesidades de Sarah. En una zona remota como esa, en particular en invierno, lo práctico resultaba tan importante como la letra de la ley.

– Quienquiera que sea ese Charlie… -a Brooke le tembló la voz-… ha traumatizado a esta niña y debería pagar por lo que ha hecho.

– Estoy de acuerdo -convino Julia con igual crispación-. Pobrecita. Tuvo suerte de que la encontraras. Si alguien es capaz de hacer que una niña se sienta mejor, esa eres tú. Me mantendré en contacto. Cuando salga de trabajar, Kyle y yo pasaremos por tu casa a ver si podemos ayudarte en algo.

– Sería maravilloso -le dio las gracias a su amiga, colgó y volvió a tomar a Sarah en brazos-. ¿Te gustaría venir conmigo a casa esta noche? No se encuentra muy lejos de aquí. Cenaremos algo rico. ¿Te parece bien? -Sarah asintió-. Antes de que nos vayamos necesitamos buscarte ropa. Puedes elegir lo que más te guste.

Resultó evidente que a la pequeña jamás se le había permitido elegir qué ponerse. Al principio no pareció entenderlo, pero después de que Brooke insistiera, escogió una camisa roja de lana, vaqueros, calcetines, botas vaqueras, un anorak de estilo vaquero con gorra y guantes de esquí. Mientras se ponía la ropa nueva, Brooke guardó algunos otros artículos en una bolsa.

Cuando Sarah terminó de vestirse, le dijo:

– Tengo el coche justo afuera. Va a estar frío antes de que pueda calentarlo, así que creo que nos llevaremos la manta. ¿Estás lista?

No fue necesario que formulara la pregunta. Su diminuta sombra la siguió al exterior de la tienda y se aferró a su mano con todas sus fuerzas.

Capítulo Dos

La casa pequeña pero acogedora de los Longley estaba rodeada de pinos y se hallaba justo a las afueras de West Yellowstone. Aparte de la calefacción central, tenía una chimenea de piedra, que, en caso de ser necesario, podía mantener todo el interior caliente en invierno.

A pesar de la ventisca, que tal vez durara varias horas más, a Brooke no le costó llegar en el todoterreno. Había algo agradable en el hecho de saber que esa Nochebuena no estaría sola. La niña perdida, sentada a su lado, la necesitaba si quería sobrevivir. Era bueno sentirse necesitada en esa noche. Y sus amigos pasarían más tarde.

– ¿Sarah? ¿Sabías que esta noche es Nochebuena?

– ¿Qué es eso? -preguntó la pequeña mientras los pies se le hundían en la nieve que conducía al porche.

Otra punzada de dolor le atravesó el corazón.

– Aguarda un minuto y te lo mostraré -la ayudó a subir los escalones, luego abrió y entraron. En cuanto cerraron la puerta, encendió la luz que automáticamente activaba las luces navideñas.

– ¡Ooh! -exclamó Sarah con ojos brillantes mientras contemplaba las luces y las bolas de colores que adornaban el abeto recién cortado.

– Ven a ver este adorno, Sarah.

La pequeña se acercó con expresión de reverencia.

– ¡Hay un bebé dentro!

– Así es. Es el pequeño niño Jesús. Mañana es su cumpleaños. Lo llamamos Navidad. El día en que nació Cristo. Nos damos regalos y es un día muy especial. Esta noche, después de que te arrebuje en la cama, te hablaré de él. Cómo vivió y murió, y cómo ama a todo el mundo en la Tierra y nos bendice cuando tenemos problemas.

– ¿Qué es una bendición? -Sarah ladeó la cabeza.

– Él nos hace felices cuando nadie más puede.

Mientras Sarah meditaba en lo que Brooke consideró una explicación menos que adecuada, puso una cinta con grabaciones de villancicos. La casa se llenó de música. Sarah la recompensó con una sonrisa dulce.

– ¿Podemos dormir junto al niño Jesús toda la noche?

– Si lo deseas -sintió un nudo en la garganta-. Encenderé un fuego, luego iremos a la cocina y prepararemos la cena. Espero que te gusten las patatas gratinadas. Anoche hice mucha comida. Solo tenemos que calentarla y podremos comerla.

La niña dio un salto al lado de Brooke, como alguien muy feliz.

Mientras Sarah ponía la mesa siguiendo las instrucciones de Brooke, esta calentó la comida y un poco de zumo de manzana con palitos de canela y clavos. Al rato estuvieron listas para empezar.

Sarah había comenzado su segunda ración de patatas cuando Brooke oyó que llamaban a la puerta. El miedo en los ojos de la pequeña se tornó tangible.

– ¡Qui… quizá sea Charlie! -gritó antes de soltar el tenedor. Abandonó la silla, corrió al lado de Brooke y se agarró a ella-. No dejes que me lleve.

Brooke le apretó el hombro para ocultar su propio temor.

– Lo más probable es que sean mi amiga Julia y su marido. Dijeron que iban a pasar a vernos.

Julia había dejado bien claro que la policía no podría presentarse como mínimo antes del día siguiente. Aunque Brooke sabía que sus amigos iban a pasar, parecía demasiado pronto para que hubieran llegado. A menos que hubieran salido antes de lo planeado. Brooke supuso que podía ser un vecino, aunque le pareció improbable, ya que se hallarían en casa o en la fiesta de los Garnett.

Existía la posibilidad de que el monstruo hubiera seguido a Sarah.

– Charlie no tendrá la posibilidad de lastimarte -juró con un susurro intenso-. Pero, para estar seguras, quédate aquí mientras averiguo de quién se trata.

Por una vez, la pequeña no intentó seguirla.

Con el corazón desbocado, entró en el salón. Por un sentido de la supervivencia, dio un rodeo hasta la chimenea para buscar el rifle de caza de su padre, que estaba cargado. Conocía el manejo de las armas ya que había disparado con su padre. Él siempre la había felicitado por su magnífica puntería. Aunque Brooke no cazaba, agradeció que la hubiera enseñado a disparar.