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– No, creo poder garantizarte que no será así. Lo que hiciste fue lamentable y, desde luego, que hay leyes para castigarlo, pero no, no creo que te acarree consecuencias.

Dejaron atrás la casa de los feligreses y continuaron caminando despacio en dirección a la de Vera, que estaba a unos doscientos metros de la iglesia. Patrik había estado cavilando toda la noche sobre cómo proceder, hasta que se le ocurrió una solución algo cruel, aunque esperaba que diese buen resultado. Así que, en tono negligente, comentó:

– Bueno, lo más trágico de toda la historia de las muertes de Anders y de Alex es, en mi opinión, que el bebé tuviese que morir.

– ¿Qué bebé? ¿De qué hablas?

Patrik se alegraba de, contra todo pronóstico, haber podido mantener aquella información en secreto.

– El hijo de Alexandra. Estaba embarazada de tres meses cuando la asesinaron.

– Su marido…

Vera balbucía, pero Patrik prosiguió, con forzada frialdad.

– Su marido no tenía nada que ver. Al parecer, hacía ya varios años que no mantenían ningún tipo de relación íntima. No, parece ser que el padre era alguien con quien ella se veía aquí, en Fjällbacka.

Vera se aferró con tal fuerza a la manga de su abrigo, que los nudillos se le quedaron blancos.

– ¡Dios bendito! ¡Por Dios bendito!

– Sí, claro, algo terrible. Matar a un bebé que estaba por nacer. Según el protocolo de la autopsia, era un varón.

Se reprochaba interiormente su frialdad, pero se obligó a no decir una palabra más por el momento, sino aguardar la reacción que había calculado que se produciría.

Estaban bajo el gran castaño, a cincuenta metros de la casa de Vera. Cuando, de repente, la mujer empezó a moverse, lo pilló totalmente desprevenido. Echó a correr con una rapidez sorprendente para su edad y a Patrik le llevó varios minutos reaccionar y salir corriendo tras ella. Una vez ante su casa, encontró la puerta abierta de par en par, así que entró con sumo cuidado. Desde el vestíbulo se oían sollozos procedentes del baño y, al cabo de un rato, la oyó vomitar.

Le resultaba violento esperar en el vestíbulo con la gorra en la mano, mientras ella vomitaba, así que se quitó los zapatos mojados y el abrigo y se fue a la cocina. Cuando, después de un rato, Vera salió del baño y entró en la cocina, el café empezaba a salir y había dos tazas en la mesa. Estaba pálida y por primera vez, se veían lágrimas en su rostro. Tan sólo un amago de llanto, como un brillo másintenso en la comisura de los ojos, pero era suficiente. Vera se sentó muy tensa en una de las sillas.

En escasos minutos, parecía haber envejecido varios años y se movía muy despacio, como si tuviese mucha más edad. Patrik le concedió unos minutos más de respiro, mientras servía el café para los dos, pero en cuanto se sentó le dio a entender con una mirada imperiosa que había llegado el momento de la verdad. Vera sabía que él lo sabía y que no había vuelta atrás.

– Es decir, que maté a mi nieto.

Patrik lo interpretó como una pregunta retórica y no se molestó en contestar. Si lo hacía, se vería obligado a mentir, por el momento. Y no podía echarse atrás, ahora que había llegado tan lejos. Vera sabría la verdad en su momento. Pero ahora era su turno.

– Supe que tú habías matado a Alex cuando me mentiste diciendo que habías estado en su casa la semana anterior. Dijiste que habías pasado frío el rato que estuviste sentada en la cocina. Pero la caldera no se estropeó hasta la semana siguiente, la semana en que murió.

Vera tenía la mirada perdida y ausente y ni siquiera parecía oír a Patrik.

– Es curioso. Hasta ahora no me había dado cuenta de que, de hecho, le he quitado la vida a otro ser humano. La muerte de Alexandra nunca me pareció algo real, pero el hijo de Anders… Casi puedo verlo ante mí…

– ¿Por qué tenía que morir Alex?

Vera alzó una mano para detenerlo. Se lo contaría, pero a su ritmo.

– Se habría desatado el escándalo. Todo el mundo lo habría señalado con el dedo y lo habrían ido criticando. Hice lo que creí que era correcto. No sabía que iba a convertirse en el blanco de las burlas del pueblo de todos modos. Que mi silencio iba a devorarlo por dentro y que le arrebataría todo lo que tenía valor en su vida. Era tan sencillo. Karl-Erik vino y me contó lo ocurrido, pero, antes, había estado hablando con Nelly, y los dos estaban de acuerdo. Ningún bien nos reportaría el que se enterase todo el pueblo. Sería nuestro secreto y, si yo sabía qué era lo mejor para Anders, mantendría la boca cerrada. Así que callé. Callé durante años. Y cada año que pasaba, Anders se hundía más y más. Con cada año se consumía en su propio infierno y yo opté por no ver mi parte de culpa. Limpiaba lo que él ensuciaba y lo mantenía en pie como podía, pero me era imposible deshacer lo ya hecho. El daño del silencio no se puede reparar.

Apuró el café de varios tragos ansiosos y alzó su taza ante Patrik con gesto inquisitivo. Él se levantó, fue a buscar la cafetera y sirvió un poco más. Le dio la sensación de que lo cotidiano del hecho de tomar café le ayudaba a atenerse a la realidad.

– A veces creo que el silencio fue peor que los abusos. Jamás hablamos de ello, ni siquiera entre estas cuatro paredes. Y ahora comprendo las consecuencias que ese silencio debieron de acarrearle a él. Tal vez interpretó mi silencio como un reproche. Y eso es lo único que no puedo soportar. Que él creyese que lo culpaba de lo ocurrido. Jamás se me pasó por la cabeza, ni por un segundo, pero ahora nunca sabré si él lo sabía.

Por un instante, la fachada dio la impresión de ir a quebrarse, pero Vera se enderezó en su asiento y se obligó a proseguir. Patrik apenas podía imaginarse el enorme esfuerzo que estaba haciendo.

– Con los años, encontramos una especie de equilibrio. Aunque los dos llevábamos una vida miserable, ambos sabíamos con qué y con quién contábamos. Claro que yo sabía que, de vez en cuando, aún se veía con Alex y que los dos sentían una especie de extraña atracción. Pero creía que podríamos continuar como siempre. Hasta que un día Anders me dijo que Alex quería contar lo que les había sucedido. Que quería sacar los trapos sucios del armario, creo que fue lo que dijo. Él parecía indiferente cuando lo comentó, pero para mí fue como una descarga eléctrica. Eso lo cambiaría todo. Nada seguiría igual si Alex desvelaba los viejos secretos después de tantos años. ¿Y de qué iba a servir? ¿Y qué iba a decir la gente? Además, aunque Anders intentaba darme a entender que no le afectaba lo más mínimo, yo lo conocía bien y creo que a él le gustaba la idea tan poco como a mí. Yo conozco, o conocía, a mi hijo.

– Así que fuiste a visitarla.

– Sí. Fui a su casa aquel viernes por la tarde para ver si podía hacerla entrar en razón. Hacerle comprender que no podía tomar ella sola una decisión que nos afectaba a todos.

– Pero ella no lo comprendió.

Vera sonrió amargamente.

– No, no lo comprendió.

La mujer se había tomado ya el segundo café cuando Patrik aún no iba por la mitad del suyo, pero ahora apartó la taza, cruzó las manos y las apoyó sobre la mesa.

– Le supliqué que no lo hiciera. Le expliqué hasta qué punto le complicaría la vida a Anders que contase lo ocurrido, pero ella me miró a los ojos y aseguró que yo sólo pensaba en mí misma, no en Anders. Que para él sería un alivio que todo se supiese por fin. Que él nunca había pedido nuestro silencio y, además, me dijo que yo, Nelly, Karl-Erik y Birgit no habíamos pensado en ellos dos, cuando decidimos mantenerlo en secreto, sino que sólo nos interesaba mantener nuestra imagen inmaculada. ¡Puedes imaginar mayor desfachatez!

La cólera que encendió la mirada de Vera por un instante se extinguió con la misma rapidez con que había surgido, y dio paso a una expresión indiferente, casi cadavérica. Luego, continuó con voz monótona:

– Algo se quebró en mi interior ante aquella afirmación suya tan insólita. Que yo no hubiese hecho todo aquello por el bien de Anders. Casi pude oír el clic en mi corazón y empecé a actuar sin pensar. Llevaba en el bolso mis somníferos y, cuando Alex fue a la cocina, deshice un par de pastillas en su bebida. Me había ofrecido una copa de vino a mi llegada y, cuando volvió de la cocina, fingí que aceptaba lo que acababa de decirme y le pregunté si no podíamos apurar nuestras copas como amigas antes de que me marchase. Alex pareció alegrarse de ello y bebió conmigo. Tras unos minutos, se durmió en el sofá. En realidad, no había planeado el siguiente paso, lo de los somníferos fue una inspiración repentina, pero se me ocurrió hacer que pareciese un suicidio. No tenía pastillas suficientes como para administrarle una dosis mortal, lo único que se me ocurrió fue cortarle las venas. Sabía que la gente solía hacerlo en la bañera, así que se me antojó una idea buena y viable.