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– ¡Pobre Patrik!

Erica le acarició el cabello y él interpretó el gesto como una invitación a que se lanzase sobre ella para inmovilizarla bajo su cuerpo en el sofá.

El vino empezaba a surtir efecto en sus articulaciones y el calor de su cuerpo fue contagiándose despacio al de ella. Su respiración cambió de ritmo y se hizo más pesada, pero ella tenía aún unas preguntas que hacerle, de modo que se obligó a sentarse de nuevo y apartó suavemente a Patrik al otro rincón del sofá.

– Pero dime, ¿tú estás satisfecho con la resolución del caso? La desaparición de Nils, por ejemplo. ¿No te contó Vera nada más?

– No. Ella sostiene que no sabe nada al respecto. Pero yo no la creo. En mi opinión, no quería proteger a Anders sólo de que la gente llegase a saber que Nils había abusado de él. Lo que yo creo es que ella sabe perfectamente lo que le ocurrió a Nils y ése es un secreto que ha de guardarse a cualquier precio. Aunque he de admitir que me molesta no tener más que suposiciones. La gente no se esfuma así como así. Nils está en algún lugar y hay una o varias personas que saben cuál es ese lugar. Pero yo tengo una teoría.

Expuso paso a paso el supuesto curso de los acontecimientos, dando cuenta de las circunstancias en las que apoyaba su tesis.

Erica se estremeció, pese a que hacía calor en la habitación. Sonaba increíble y, al mismo tiempo, verosímil. Asimismo, comprendió que Patrik jamás lograría demostrar nada de lo que decía. Y tal vez no fuese de utilidad para nadie. Habían pasado tantos años. Y se habían destrozado ya tantas vidas, que nadie saldría ganando con destruir una más.

– Sé que esto nunca llegará a comprobarse. Sin embargo, me gustaría saberlo, sólo por satisfacer mi propia curiosidad. He convivido con el caso durante varias semanas y siento que necesito darle un final.

– Pero ¿cómo lo vas a hacer? Es más, ¿qué puedes hacer?

Patrik suspiró.

– Simplemente pediré respuestas. Si no preguntas, nunca obtienes respuestas, ¿no crees?

Erica lo observó intrigada.

– Bueno, no sé si será una buena idea, pero tú sabrás lo que haces.

– Sí, eso espero. Pero ¿crees que podemos dejar a un lado la muerte y las desgracias para dedicarnos un poco el uno al otro?

– Sí, me parece una idea genial.

Patrik volvió a recostarse sobre ella y, en esta ocasión, nadie lo apartó.

Cuando se fue de allí, Erica seguía en la cama. No tuvo valor para despertarla y, sin hacer ruido, se levantó, se vistió y se puso en marcha.

Intuyó cierta sorpresa, pero también cierta reticencia cuando concertó la cita. La única condición impuesta fue que el encuentro se produjese en un lugar discreto y Patrik no tuvo el menor inconveniente en aceptarla. De ahí que estuviese al volante ya a las siete de la mañana de aquel lunes, por la solitaria y oscura carretera hacia Fjällbacka por la que no se cruzó más que con algún que otro vehículo. Giró a la altura del indicador de Väddö y fue el primero en estacionar en el aparcamiento que quedaba algo apartado de la carretera, dispuesto a esperar. Diez minutos más tarde entró en el aparcamiento otro coche que se detuvo junto al suyo. El conductor salió, abrió la puerta del coche de Patrik y se sentó en el lugar del acompañante. Patrik dejó el motor en marcha para poder tener la calefacción encendida; de lo contrario, se habrían helado los dos.

– Resulta un tanto emocionante esto de verse a escondidas y en la oscuridad. La cuestión es por qué.

Jan daba una impresión totalmente relajada aunque expectante.

– Creía que había terminado la investigación, ya que tenéis al asesino de Alex, ¿no?

– Sí, así es. Pero aún hay piezas que no terminan de encajar. Y eso me irrita bastante.

– ¿Ah, sí? ¿Como cuáles?

La expresión de Jan no desvelaba ningún tipo de sentimiento. Patrik se preguntaba si no se habría dado el madrugón para nada. Pero ya que estaba allí, más le valía terminar lo que había comenzado.

– Como habrás oído, tu hermanastro Nils abusó tanto de Alexandra como de Anders.

– Sí, algo he oído. Terrible. Sobre todo para mi madre.

– Aunque para ella no fue una novedad. Ella ya lo sabía.

– Claro que sí. Y se enfrentó a la situación como mejor supo. Con la mayor discreción posible. Ni que decir tiene que había que proteger el nombre de la familia. Todo lo demás era secundario.

– ¿Y a ti qué te parece eso? ¿El que tu hermano fuese un pederasta, que tu madre lo supiese y lo protegiese?

Jan no se dejó alterar por la pregunta. Retiró unas invisibles motas de polvo del abrigo y alzó una sola ceja mientras, tras unos segundos de reflexión, le contestaba a Patrik:

– Naturalmente, yo comprendo a mi madre. Actuó del único modo posible y el daño ya estaba hecho, ¿no es cierto?

– Sí, claro, también podemos verlo así. La cuestión es adónde se fue Nils después. ¿Nadie de la familia ha sabido de él?

– En tal caso, habríamos informado a la policía, por supuesto, como buenos ciudadanos.

La ironía estaba tan bien emboscada en su tono de voz que apenas si podía registrarse.

– Pero yo comprendo que decidiese desaparecer para siempre. ¿Qué le quedaba aquí? Mi madre se había enterado de qué clase de persona era y ya no podía seguir trabajando en la escuela; al menos mi madre estaba dispuesta a impedírselo. Así que se marchó. Lo más probable es que viva en un país cálido en el que le resulte fácil el acceso a los niños.

– No lo creo.

– ¿Ah, no? ¿Y por qué? ¿Acaso has encontrado sus huesos en algún lugar del armario?

Patrik ignoró su tono burlón.

– No, no lo hemos encontrado. Pero, ¿sabes?, tengo una teoría…

– Interesante, muy interesante.

– Yo creo que no fueron sólo Alex y Anders quienes sufrieron los abusos de Nils. Sino que su principal víctima era precisamente el niño que más cerca tenía. El más asequible. Yo creo, en otras palabras, que también abusaba de ti.

Por primera vez creyó ver una grieta en la reluciente y limpia fachada de Jan, pero un segundo más tarde había recuperado el control, al menos en apariencia.

– Una teoría interesante. Y, ¿en qué te basas para sostenerla?

– No tengo mucho en lo que basarme, lo reconozco. Pero encontré un eslabón común entre vosotros tres. De vuestra niñez. Vi un trozo de piel en tu despacho, cuando te visité. ¿No es cierto que, para ti, tiene un gran significado? Es un símbolo. Una asociación, una hermandad, un lazo de sangre. Lo has guardado durante más de veinticinco años. También Anders y Alex conservaban los suyos. En el reverso de los tres había una borrosa huella impresa con sangre, por eso creo que, a la manera dramática de los niños que erais, creasteis un lazo de sangre. Además, están las iniciales grabadas en el anverso: «L.T.M.». Eso no he conseguido descifrarlo. Quizá tú puedas ayudarme, ¿no?

Patrik literalmente vio cómo, en el interior de Jan, dos voluntades contradictorias pugnaban por ganar la victoria. Por un lado, el sentido común le decía que no dijese nada en absoluto; por otro, su deseo de hablar, de confiarse a alguien, no era fácil de ignorar.

Patrik confiaba en que vencería el ego de Jan y apostó su fortuna a que le resultaría irresistible la idea de poder desahogarse con alguien que le prestase atención. Y optó por ayudarle a tomar la decisión.

– Todo lo que digamos aquí quedará entre nosotros. No tengo ya ni fuerzas ni recursos para hacer el seguimiento de un suceso que aconteció hace veinticinco años y tampoco creo que encontrase pruebas, por más que lo intentara. Esto es personal. Tengo que saberlo.

Era una tentación demasiado irresistible para Jan.

– Los Tres Mosqueteros. Eso es lo que significa L.T.M. Ridículo y absurdamente romántico, pero así nos veíamos a nosotros mismos. Eramos nosotros contra el mundo. Cuando estábamos juntos, olvidábamos lo que nos había pasado. Nunca hablábamos de ello, y tampoco nos hacía falta. Cerramos un pacto según el cual siempre estaríamos cuando los otros lo necesitasen. Con un trozo de cristal que encontramos nos hicimos un corte en el dedo, mezclamos la sangre de los tres y estampamos con ella nuestro emblema.