Lord decidió no decirle que había cometido un error tonto.
– Nos largamos de aquí. En cuanto estemos a salvo llamaré a Taylor Hayes para que nos ayude. La situación está completamente fuera de control.
– Qué alegría que estés bien.
Lord, de pronto, se dio cuenta de que seguían abrazados y se apartó un poco para poder mirarla.
– Está bien -dijo ella.
– ¿Qué quieres decir?
– Puedes besarme.
– ¿Cómo sabes que quiero besarte?
– Lo sé.
Lord le rozó los labios con los labios, y en seguida se separó.
– Esto es muy raro.
Uno de los leones que había en el recinto de exposición al público lanzó un rugido.
– ¿Será que les parece bien? -dijo Lord, con una sonrisa esbozándosele en la cara.
– ¿Y a ti?
– A mí me parece estupendamente. Pero hay que irse de aquí. He utilizado uno de sus automóviles para cruzar la ciudad. No creo que sea buena idea seguir utilizándolo. Lo mismo denuncian el robo y meten a la policía local en el asunto. Vamos a coger un taxi. Al entrar vi que había una parada delante. Volvemos al hotel que has encontrado tú y mañana por la mañana alquilamos un coche. No creo que sea buena idea presentarnos en el aeropuerto, ni en una estación de autobuses.
Lord recogió la bolsa del hombro de Akilina y se la colgó él. Notó el peso de las dos barras de oro. Asió de la mano a la chica y ambos salieron de la Casa de los Leones, pasando junto a un grupo de adolescentes que se dirigían a echar una última mirada a los félidos.
A unos cien metros, bajo una de las luces que alumbraba el camino, vio que Orleg y Párpado Gacho se acercaban a toda marcha.
Madre de Dios. ¿Cómo habían podido localizarlos?
Agarró a Akilina, y echaron a correr en la dirección opuesta, más allá de la Casa de los Leones, hacia un edificio cuyo rótulo decía CENTRO DE OBSERVACIÓN DE PRIMATES. Monos arrancados de su hábitat natural. Se adentraron en el complejo siguiendo un camino pavimentado, luego torcieron en ángulo recto hacia la izquierda. Ante ellos se desplegaba una ambientación natural, con luz artificial, rocas y árboles, además de una fosa de cemento armado que aislaba el conjunto. Había en aquel símil de bosque varios gorilas: una pareja de adultos y tres crías.
Sin dejar de correr, Lord tomó instantánea nota de que el camino se bifurcaba, lo que quería decir, dado el aislamiento del islote, que circundaba éste en su totalidad, hasta volver al punto de partida. A la izquierda había una valla alta, y más lejos, a la derecha, una zona abierta cuyo nombre era BUEY ALMIZCLERO. Había unas diez personas en atenta contemplación de los gorilas, que, mientras, daban buena cuenta de un gigantesco montón de fruta, en el centro de su área.
– No tenemos dónde ir -dijo Lord, con desesperación en la voz.
Tenía que hacer algo.
Luego observó que en una lejana roca del recinto de los gorilas había una puerta. Miró a ver qué hacían los animales. Quizá fuera donde se refugiaban para pasar la noche. Cabía la posibilidad de que Akilina y él lograsen llegar a aquella puerta sin llamar la atención de los gorilas.
Cualquier posibilidad era mejor que la de quedarse allí esperando a Orleg y Párpado Gacho, que corrían hacia ellos. Sabía muy bien de qué eran capaces aquellos dos sádicos, y prefirió correr el riesgo con los monos. Tras la entrada abierta en la roca se veía otra puerta, con luces. Había movimiento en el interior. Algún empleado, tal vez.
Y tal vez una salida al exterior.
Lanzó la bolsa de viaje al recinto de los gorilas. Fue a caer, pesadamente, junto a un montón de fruta. Los animales reaccionaron a la intrusión emitiendo un sonido, y a continuación se pusieron en movimiento, para investigar.
– Vamos allá.
Se plantó de un salto en el muro de circunvalación. Los demás visitantes lo miraron, extrañados. Akilina lo siguió. El foso tenía algo más de tres metros de anchura, y la pared no llegaba a cincuenta centímetros de espesor. Lord tomó carrerilla y saltó, proyectando su fornido cuerpo por el aire y rezando por que la caída fuese en terreno firme, al otro lado.
Al hacer impacto en el suelo sintió los dolores de la tortura en las piernas y en los muslos. Rodó una vez hacia delante y echó la vista atrás en el preciso momento en que Akilina aterrizaba a su lado, de pie.
Párpado Gacho y Orleg aparecieron tras el muro de separación.
Lord había dado por sentado que no los seguirían ni utilizarían sus armas, habiendo gente alrededor. Uno de los espectadores lanzó un grito, y otro empezó a dar voces llamando a la policía.
Párpado Gacho se encaramó al muro. Iba a saltar cuando uno de los gorilas adultos dio una carrera y se situó al borde de la fosa. El animal se levantó sobre las patas y lanzó un bramido. Párpado Gacho se echó atrás.
Lord recuperó la vertical y le hizo seña a Akilina de dirigirse hacia la puerta. El macho avanzaba pesadamente hacia ellos. El imponente animal iba a cuatro patas, apoyándose en el duro suelo con las plantas de los pies y los nudillos de las manos. Por su aspecto y comportamiento, Lord llegó a la conclusión de que se trataba de un macho. Tenía la pelambre entre marrón y gris, satinada, y esos tonos contrastaban fuertemente con la negrura del pecho, de las palmas y del rostro; un abultamiento plateado le coronaba la espalda. El animal se puso en pie, con las ventanas de la nariz muy ensanchadas, agitando los abultados brazos. Cuando lanzó un rugido, Lord permaneció completamente inmóvil.
El gorila más pequeño, que era de color marrón rojizo (una hembra, seguramente) se había aproximado a Akilina y estaba ahora plantada ante ella, desafiándola. A Lord le habría encantado ayudar, pero también él tenía sus problemas. Esperó que fuera cierto todo lo que había aprendido sobre los gorilas en el Discovery Channel. Se suponía que eran más ladradores que mordedores y que sus alardes físicos eran más bien para provocar una reacción en sus oponentes, quizá hasta el punto de meterles el miedo en el cuerpo y provocar su huida o, por lo menos, que se distrajeran.
Por el rabillo del ojo vio que Orleg y Párpado Gacho se mantenían a la expectativa. Luego vio que daban media vuelta y se marchaban por donde habían venido. Quizá estuvieran ya hartos del espectáculo.
Lord en modo alguno quería un nuevo encuentro con sus perseguidores rusos, pero el caso es que tampoco le apetecía mucho dar explicaciones a la policía. Y lo más probable era que ya estuviese avisada.
Tenían que acercarse a la puerta. Pero el macho, plantado ante él, se puso a golpearse el pecho.
La hembra que se ocupaba de Akilina empezó a retroceder, y Akilina aprovechó el momento para acercarse un poco a Lord. Pero la hembra volvió a moverse hacia delante, y Akilina se subió de un brinco a la rama abajera de uno de los álamos salpicados por el recinto. En seguida ganó altura y cambió de rama, dando cumplida muestra de su acrobática agilidad. La gorila pareció asombrarse muchísimo ante semejante acción, y se puso a trepar ella también. Lord observó que la expresión de la hembra se había ablandado, como si de pronto hubiera llegado a la conclusión de que todo era un juego. Los árboles del recinto estaban muy entrelazados, con la probable intención de conferir más naturalidad al hábitat de los gorilas. De lo cual se benefició Akilina para evadirse de su perseguidora.
El macho situado frente a Lord cesó en su tamboreo y se puso sobre las cuatro extremidades.
Lord oyó una voz femenina que le susurraba al oído, desde detrás:
– Óigame usted. Soy la cuidadora. Le sugiero firmemente que permanezca totalmente inmóvil.
– Tenga usted por seguro que no pienso mover un dedo -contestó Lord, también en voz muy baja.
El mono lo miraba de hito en hito, con la cabeza ladeada en un gesto de curiosidad.
– Estoy en el interior del muro de roca. Pasada la puerta -dijo la incorpórea voz-. Aquí es donde pasan la noche. Pero no vendrán hasta que no hayan despachado toda la comida… Le presento a Rey Arturo. No es muy dado a hacer amigos. Voy a distraerlo para que pueda usted meterse aquí.