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La campanilla de la puerta sonó.

Tristan entró. La rotunda figura de Stolemore no se hallaba tras su escritorio. El pequeño despacho estaba vacío. Había otra entrada frente a la principal, oculta por una cortina, que daba a la diminuta casa de la cual el despacho era la sala de estar.

Tristan cerró la puerta y esperó, pero no se oyeron pasos apagados, ni tampoco los pesados andares del corpulento agente.

– ¿Stolemore? -Su voz resonó, mucho más fuerte que la campanilla. Volvió a esperar. Pasó un minuto y aún no se oyó ningún ruido.

Nada.

Tenía una cita, una a la que Stolemore no habría faltado. Llevaba el cheque del pago final de la casa en el bolsillo y, por el modo en que se había negociado la venta, Tristan sabía que la comisión del agente salía de ese último pago.

Con las manos en los bolsillos del abrigo, se quedó quieto, de espaldas a la puerta y con la mirada fija en la fina cortina que tenía delante.

Estaba claro que algo no iba bien.

Tristan centró toda su atención en la entrada oculta y luego avanzó hacia la cortina, despacio, en absoluto silencio. Levantó un brazo y la descorrió bruscamente al tiempo que atravesaba el umbral.

El tintineo de los aros de la cortina se apagó.

Un estrecho pasillo en penumbra se extendía ante él. Tristan se mantuvo con la espalda pegada a la pared. Unos pasos más allá, llegó a una escalera tan estrecha que se preguntó cómo podía Stolemore subir por ella. Vaciló, pero al no oír ningún ruido que llegara del piso de arriba ni percibir ninguna presencia, continuó por el pasillo.

Éste acababa en una diminuta cocina adosada a la parte posterior de la casa.

Una figura estaba tendida en el suelo al otro extremo de la desvencijada mesa que ocupaba la mayor parte del espacio. Por lo demás, la estancia estaba desierta.

Se trataba de Stolemore. Había sido salvajemente golpeado.

En la casa no había nadie más. Tristan estaba lo bastante seguro como para prescindir de la cautela. Por el aspecto de los moretones en el rostro del agente lo habían atacado hacía algunas horas.

Había una silla volcada. Tristan la puso bien mientras rodeaba la mesa, luego hincó una rodilla y se agachó junto a Stolemore. Un breve examen le confirmó que estaba vivo pero inconsciente. Parecía que hubiese intentado acercarse a la bomba de agua que había al fondo de la pequeña cocina. Tristan se levantó, buscó un cuenco, lo colocó debajo del caño y le dio a la bomba. Del bolsillo del abrigo del agente, pulcramente vestido, sobresalía un gran pañuelo, lo cogió y lo usó para mojarle la cara.

El hombre se movió, luego abrió los ojos.

Su gran cuerpo se tensó y el pánico destelló en sus ojos. Cuando enfocó la mirada, reconoció a Tristan.

– Oh. ¡Ah! -Hizo una mueca de dolor y luego se esforzó por incorporarse.

Tristan lo cogió del brazo y lo levantó.

– No intente hablar aún. -Lo ayudó a sentarse en una silla-. ¿Tiene brandy?

Stolemore señaló un armario. Él lo abrió, encontró la botella y un vaso y sirvió una generosa cantidad. Empujó el vaso hacia el hombre, volvió a cerrar la botella y la dejó sobre la mesa, delante del agente.

Luego, deslizó las manos dentro de los bolsillos del abrigo y se apoyó en el estrecho banco mientras le daba a Stolemore un minuto para recuperarse.

Pero sólo un minuto.

– ¿Quién ha sido?

El hombre lo miró a través de un ojo medio cerrado. El otro lo tenía completamente oculto bajo la hinchazón. Bebió otro sorbo de brandy y murmuró:

– Me he caído por la escalera.

– Se ha caído por la escalera, ha chocado contra una puerta, se ha dado con la cabeza en la mesa… Ya veo.

Stolemore alzó la mirada hacia él fugazmente, luego volvió a bajarla al vaso y la mantuvo allí.

– Ha sido un accidente.

Tristan dejó que pasara un momento, luego dijo en voz baja:

– Si usted lo dice.

Ante la estremecedora nota de amenaza en su voz, el agente lo miró al tiempo que abría la boca. Ahora tenía el ojo totalmente abierto y empezó a hablar atropelladamente:

– No puedo decirle nada… Estoy obligado a mantener la confidencialidad. No les afecta a ustedes en absoluto. Se lo juro.

Tristan interpretó lo que pudo de su expresión, algo difícil, debido a la inflamación y los moretones.

– Entiendo. -Quienquiera que le hubiera pegado al hombre era un principiante; él o, de hecho, cualquiera de sus ex colegas, podrían haber infligido daños mucho mayores y, sin embargo, haber dejado muchas menos marcas.

Pero dado el estado de Stolemore, era inútil seguir por ahí, porque se limitaría a volver a perder la conciencia.

Metió la mano en el bolsillo y sacó el cheque.

– He traído el pago final, como acordamos. -Los ojos del hombre se clavaron en el trozo de papel mientras él lo movía a un lado y a otro-. Supongo que tiene la escritura de la casa…

Stolemore gruñó.

– En un lugar seguro. -Despacio, se levantó como pudo de la mesa-. Si espera aquí un minuto, iré a buscarla.

Tristan asintió. Lo observó cojear hasta la puerta.

– No hay prisa.

Una pequeña parte de su mente siguió a Stolemore mientras éste se movía por la casa, identificó su «lugar seguro» como debajo del tercer peldaño. Durante la mayor parte del tiempo, no obstante, se quedó apoyado en el banco, atando cabos en silencio.

Y no le gustó la conclusión a la que llegó.

Cuando el agente regresó, cojeando, con una escritura atada con un lazo en una mano, Tristan se irguió. Extendió una mano autoritaria y Stolemore le entregó el documento. Él deshizo el lazo, desenrolló el papel, lo estudió rápidamente, volvió a enrollarlo y se lo metió en el bolsillo.

El hombre se dejó caer en la silla, resollando.

Tristan lo miró a los ojos. Levantó el cheque que sujetaba entre dos dedos.

– Una pregunta y luego le dejaré.

Con mirada casi inexpresiva, el otro aguardó.

– Si supusiera que quien le ha hecho esto ha sido la misma persona o personas que a finales del año pasado lo contrataron para negociar la compra del número catorce de Montrose Place, ¿me equivocaría?

Stolemore no tuvo que responder, porque la verdad estaba allí, en su hinchado rostro, mientras escuchaba las palabras cuidadosamente pronunciadas. Tardó en decidir cómo responder.

Luego parpadeó dolorosamente y clavó los ojos en los suyos con una mirada apagada.

– Estoy obligado a respetar la confidencialidad.

Tristan dejó que pasara medio minuto, luego inclinó la cabeza, agitó los dedos y el cheque cayó flotando hasta la mesa y hacia Stolemore, que alargó una gran mano y lo cogió.

Tristan se apartó del banco.

– Lo dejaré con sus cosas.

Media hora después de regresar a casa, Leonora escapó de los requerimientos del servicio y buscó refugio en el invernadero. La estancia de cristal era su lugar especial dentro de la gran casa, su refugio.

Los tacones de sus zapatos retumbaron sobre el suelo de baldosas mientras se acercaba a la mesa y las butacas de hierro forjado colocadas en el mirador. Las pezuñas de Henrietta resonaban con un suave contrapunto mientras la seguía.

Caldeada para combatir el frío del exterior, la estancia estaba llena de exuberantes plantas: helechos, exóticas enredaderas y hierbas de extraños olores. El leve aunque penetrante olor a tierra y a vegetación la calmaba y confortaba.

Leonora se dejó caer en una de las butacas y contempló el jardín invernal. Debería informar a su tío y a Jeremy sobre su encuentro con Trentham, porque si los visitaba más tarde y lo mencionaba, les extrañaría que ella no se lo hubiera comentado. Tanto Humphrey como Jeremy esperarían que lo describiera, pero definir con palabras al hombre con quien se había encontrado en la acera menos de una hora antes no era sencillo. Pelo oscuro, alto, ancho de hombros, apuesto, vestido con elegancia. A primera vista, los rasgos superficiales eran fáciles de definir.