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– De todas maneras, tú lo has hecho muy bien -dijo, restregándose los ojos.

– Lo he hecho bien para ser un médico australiano -dijo él, bromeando.

– No estoy llorando -dijo ella, ruborizada-. Yo no lloro. Es sólo que…

– Alergia al polen -se apresuró a decir Jake-, causada por la calabaza. ¿Quieres que te recete un antihistamínico?

– Estoy bien.

Entonces miró a su hermana, que había abandonado las muletas y estaba sentada en un poyete de piedra que había al lado del huerto. Estaba hablando animadamente sobre el estiércol.

– ¿Podría Susie dar a luz aquí?

– No es lo ideal -dijo el médico-. Normalmente diría que no. Pero si estamos sopesando los pros y contras, diría que ganan los pros. ¿No te parece, doctora McMahon?

– Quizá.

– ¿Qué clase de médico eres?

– Una estadounidense -espetó-. Tú eres médico de familia, ¿verdad?

– De medicina general. Pero tengo práctica en cirugía.

– ¿Tienes un anestesista?

– Ahora mismo no. El viejo Joe Gordon era anestesista, pero murió hace seis meses.

– Lo que explica la cantidad de trabajo que tienes.

– Así es. ¿Y tú?

– Trabajo en un hospicio. En uno muy grande.

– Eres médico de cuidados paliativos.

– Hum… no.

– ¿No?

– Mi especialidad es anestesiar -confesó-. Si quieres anestesia en la espina dorsal, soy tu hombre.

Kirsty observó cómo él se quedó perplejo.

– Pero no nos hagamos ideas preconcebidas -dijo ella a toda prisa-. Yo estoy aquí para cuidar de mi hermana.

– ¿Te interesan mucho las calabazas?

– No mucho -confesó Kirsty, sonriendo-. Les hace falta un poco más de conversación.

– Entonces quizá me podías ayudar.

– ¿Cómo podría hacerlo? -Preguntó, mirando a su hermana-. Tengo que estar aquí con Susie. Y con Angus. Tú mismo dijiste que no se puede dejar solo a Angus. Lo mismo ocurre con Susie. Así que eso me deja…

– Encerrada en un castillo -dijo él, sonriendo. Pero tenía que intentarlo-. Quizá podrías ayudarme -dijo de nuevo.

– ¿Cómo podría hacerlo?

– Yo estoy desesperado.

– No lo pareces.

– Tengo una manera de ocultar mi desesperación con indiferencia.

– ¿Indiferencia? Como salsa de tomate pero más gruesa.

Jake sonrió abiertamente y ella tuvo que admitir que le encantaba cuando él sonreía. Pero se dijo a sí misma que tenía que recordar que aquel hombre estaba casado y con hijas…

– ¿Y cómo estás de desesperado exactamente?

– Bastante desesperado.

– Yo puedo ocuparme de Angus.

– Él necesita una enfermera -dijo Jake-. Pero yo estaba pensando…

– ¡Guau! ¿Puedo mirar?

– Ya está bien de impertinencias -dijo él, sonriendo de nuevo-. Tengo una idea.

– ¡Otra!

– Cállate -ordenó Jake, al que se le había borrado la tensión de la cara.

– Cuéntame tu idea -pidió ella, sonriendo a su vez.

– Mis chicas… -comenzó a decir con cautela.

Kirsty sintió celos de su familia y se le quitaron las ganas de sonreír.

– Dime qué ocurre con tus chicas -logró decir.

– Tengo un ama de llaves.

– Eso está bien.

– Lo está -dijo él-. Pero se pone incluso mejor. Margie Boyce es una enfermera cualificada. Tiene sesenta y algo pero es muy competente. Podría venir aquí durante el día y quedarse con Angus y Susie.

– ¿Te las puedes apañar sin ella?

– No, pero…

– ¿Qué ocurriría con tus hijas?

– Ése es el tema -dijo él pacientemente-. Ellas podrían venir también.

– ¿Tus hijas podrían venir aquí?

– Eso es.

– ¿Y tu esposa?

– Yo no tengo ninguna esposa.

Se creó un momento de silencio.

– ¿No tienes esposa?

– No.

– Pero sí tienes hijas.

– Realmente eres entrometida.

– Lo soy -estuvo de acuerdo Kirsty, sonriendo.

Parecía que la sonrisa de ella tomó por sorpresa a Jake, que se quedó mirándola como sin saber qué pensar de ella.

– Estoy divorciado -aclaró finalmente él a regañadientes.

– ¿Cuántos años tienen tus hijas?

– Cuatro.

– ¿Las dos?

– Son gemelas.

– Los gemelos son estupendos -dijo Kirsty, esbozando una sonrisa.

Jake la miró de reojo. Ella dejó de sonreír y apartó la mirada.

– Laurel y yo nos conocimos en la facultad de Medicina. Yo me especialicé en Cirugía y ella, en Radiología. Ahora, ni siquiera estoy seguro de por qué nos casamos. Creo que ambos estábamos demasiado ocupados con nuestras carreras como para fijarnos en otras personas. Los dos éramos muy ambiciosos… y nuestro matrimonio parecía más una excusa para celebrar una fiesta que otra cosa. Pero entonces Laurel se quedó embarazada.

– ¿No fue un embarazo planeado? -Preguntó Kirsty cuidadosamente.

– Desde luego que no fue planeado. Para Laurel fue un desastre. Simplemente siguió adelante con el embarazo porque creyó que desde que naciera el bebé lo llevaríamos a la guardería -dudó un poco-. Y quizá yo accedí a ello. Yo había sido hijo único y no sabía nada de bebés. Pero entonces… nacieron Alice y Penelope.

– Y se convirtieron en unas personitas.

– Yo sentía amor hacia ellas -admitió él-. Eran mis chicas. Pero la realidad de tener gemelas horrorizó a Laurel. Odiaba cada detalle de nuestra nueva vida y odiaba el efecto que las gemelas tenían en mí. Me dio un ultimátum… o contratábamos a una niñera que viviera en la casa o ella se marchaba. Yo tenía que volver a retomar la vida que teníamos antes de tener hijos. Así que me vi forzado a elegir. Laurel o las gemelas. Pero ella misma sabía mi respuesta incluso antes de plantearme el ultimátum. Las chicas son… demasiado importantes como para abandonarlas al cuidado permanente de otra persona. Ése fue el final de nuestro matrimonio. Laurel se marchó al extranjero con un neurocirujano cuando las gemelas tenían sólo seis meses. No ha regresado.

– ¿Qué hiciste?

– Me mudé al campo -respondió Jake, casi desafínate-. Mi carrera en Sidney era muy dinámica. Sabía que iba a estar muy poco tiempo con las gemelas si me quedaba allí, y tenía una noción romántica de que la vida como médico de pueblo me dejaría mucho tiempo libre con las niñas…

– Y no ha sido exactamente así, ¿verdad?

– Pues no. Pero el problema es que me encanta. La gente es estupenda. Todos quieren a Alice y a Penelope. Quizá no me vean tanto como yo esperaba, pero tienen una magnífica compensación.

– ¿Y tú? ¿Tú tienes compensación?

– Ahora estamos tratando temas demasiado personales. La única razón por la que te estoy contando todo esto es por Margie Boyce. Como ya te he dicho, aparte de ama de llaves, es enfermera. También ejerce de niñera para mí. Está casada con Ben, que era paisajista antes de que su artritis empeorara. Ben y Angus son viejos amigos. En el pasado le sugerí a Angus que Margie y Ben se quedaran aquí, pero está claro que se negó. Sabe que Margie cuida de mis niñas, y entonces yo necesitaría encontrar otra persona que lo hiciera. Pero ahora… -Jake miró esperanzado a las dos cabezas que estaban hablando sobre calabazas-. Si le decimos a Angus que una de las condiciones para que Susie se quede aquí es que Margie venga a cuidarla durante el día… y que traiga las niñas… quizá accediera.

– Eso me dejaría a mí desocupada -dijo ella al pensar en ello.

– Eso te dejaría a ti trabajando conmigo -dijo Jake sin rodeos-. Lo he pensado todo para que no te aburras.

– No creo que pueda trabajar aquí -dijo ella, que pensó que allí acabaría también aburriéndose como le había ocurrido en Sidney-. ¿No necesitaría inscribirme y un seguro médico?

– Esta zona está catalogada como comunidad remota. Muy remota. Eso quiere decir que el gobierno está agradecido con cualquiera que trabaje aquí -miró su reloj-. Todavía es por la tarde en Estados Unidos. Si me das una lista de tus títulos y un número de teléfono del hospital en el que has estado trabajando, te puedo conseguir una acreditación para que comiences a trabajar ahora mismo. ¡Y quiero decir ahora mismo!