– ¿Estás casada? -Preguntó él, deteniendo el coche.
– Eso a ti no te importa -espetó Kirsty una vez se hubo bajado del automóvil-. Oh, quizá haya parecido que te estaba haciendo una proposición, pero, aunque te cueste creerlo, no lo estaba haciendo. No tenemos ninguna relación entre nosotros. Nada.
– Kirsty…
– ¿Qué? -Dijo ella, casi gruñendo.
– ¿Sigues aceptando venir a operar la hernia mañana por la mañana?
Kirsty se tragó su orgullo, ya que no quería seguir aburriéndose como en Sidney.
– Podemos realizar la operación si cada uno nos ponemos a un lado de la camilla y tenemos a un intérprete en medio -murmuró-. Después de todo, si no tenemos una relación, no podemos hablar. Tú estás estableciendo las reglas; no hay relación.
– Lo siento, Kirsty.
– Yo también -espetó ella-. Porque quizá hubiéramos tenido una cena muy agradable todos juntos. Tal vez hubiese sido lo que todo el mundo necesitaba. Y quizá hubiésemos tenido una relación laboral decente. Pero no va a ocurrir.
Dio un portazo muy tuerte a la puerta del coche y entró a toda prisa en el patio trasero del castillo, desde donde se oían risas provenientes de la cocina. Pero no se detuvo y se metió en su habitación. No salió hasta que no oyó arrancar el coche de Jake.
Jake trabajó el resto de la tarde con la sensación de que había sido un estúpido. Un completo idiota. Ella sólo había hecho una invitación a cenar para él, su familia y amigos, y él había reaccionado como si ella se le hubiese lanzado encima para arrancarle la ropa.
Pasó consulta a la señora Bakerson, que siempre tenía la rodilla con problemas, y fue incapaz de distraerle de sus pensamientos.
Estaba pensando en Kirsty.
Ella era preciosa.
Quizá ella no estuviese pensando en tener una relación, pero él sí. Nada más tenía que mirarla y ver la delicadeza con la que trataba a Angus y a Mavis para querer llevar aquello más lejos.
Pero ella estaba casada…
No, no estaba casada. Simplemente lo había sugerido para hacerle sentir aún más estúpido por haber rechazado la invitación para cenar.
– ¿Puedes mirarme el dedo gordo del pie? -Estaba preguntando Connie Bakerson-. La uña se me está hincando en la carne. ¿Piensas que necesito una operación?
Jake examinó el dedo gordo del pie de Connie muy seriamente. El diagnóstico era fácil; era una de las cosas buenas de ser médico rural. Conocía todos los detalles. A pesar de su rodilla, Connie y su marido pasaban todo el tiempo libre que tenían bailando…
No podía concentrarse. No podía dejar de pensar en Kirsty. Si se permitía a sí mismo enamorarse…
No podía hacerlo. No había futuro en amar a nadie más que no fueran las gemelas. Si se enamoraba de Kirsty y luego ella se marchaba…
– No estás muy hablador -comentó Connie.
– Lo siento.
– Estarás pensando en esas jóvenes que están en el castillo -dijo Connie con repentina perspicacia-. ¿No es estupendo que estén aquí? Todo el mundo habla sobre ello. Una de ellas está embarazada del sobrino nieto de nuestro Angus y la otra es médico. ¡Vaya combinación! ¿No sería estupendo si se quedaran? Sería estupendo para Angus y para ti.
– ¿Por qué seria estupendo para mí?
– Bueno, porque una de ellas es médico -respondió Connie, estupefacta-. He oído que ya ha hecho una visita a domicilio contigo, y la gente dice que es encantadora.
Jake pensó amargamente que en una pequeña comunidad como aquélla las noticias volaban.
– Oye, quizá sea un buen partido -continuó diciendo Connie-. He oído que es muy guapa. Dicen que las dos lo son, pero su hermana resultó gravemente herida en el accidente en el que murió su marido. Pobre chica. Pero Harriet, la de la oficina de correos, dice que la doctora es despampanante -levantó las cejas, indagadora-, ¿Qué te parece, doctor? Has estado sin pareja desde hace demasiado tiempo. Esas pobres pequeñinas necesitan una madre.
– He oído que está casada -dijo Jake con cierta divertida malicia-. Y que tiene seis hijos.
– ¿Seis hijos? -Dijo ella, perpleja-. Nadie me ha dicho nada de eso.
– La red de cotilleo del pueblo te está dejando de lado. Me lo dijo ella personalmente. Se ha tomado un tiempo libre para cuidar de su hermana, pero en Estados Unidos tiene un pobre y oprimido marido cambiando pañal tras pañal…
– Me estás tomando el pelo.
– Me lo ha dicho ella misma -aseguró él.
– ¡Vaya! -Connie se levantó, levemente indignada-. Dando vueltas por aquí cuando tiene todos esos pequeñines…
– Terrible, ¿verdad?
– Debe de estar realmente preocupada por su hermana.
– Quizá simplemente esté cansada de cambiar pañales.
– No debemos juzgarla -dijo Connie con resolución-. Necesitamos saber más detalles. Tu Margie ha estado allí esta mañana, ¿no es así?
– Así es.
– Quizá me pase a hacerle una visita de vuelta a casa.
– Hazlo -dijo Jake, que repentinamente se sintió cansado-. Ve a ver si puedes encontrar más trapos sucios. Oh, ¿Connie?
– ¿Mmm?
– Deja de bailar durante una semana.
– Pero…
– Hay algunas cosas de las que estoy seguro -dijo Jake-. No de muchas, pero ésta es una de ellas. Tienes la rodilla dañada, así como el dedo gordo del pie. Te prescribo botas nuevas y descanso.
– No puedo descansar.
Jake observó cómo la señora se marchaba, y pensó que desde luego no podía descansar con tanto cotilla a su alrededor…
Ella iba a ayudar a Jake a operar, pero no estaba muy emocionada. Le pareció sentir un poco de miedo. Tenía que telefonear a Robert, su bondadoso novio de toda la vida. Con él tenía una relación muy insulsa, pero necesitaba aferrarse a algo, y Robert siempre era de utilidad…
A la mañana siguiente, cuando Kirsty se despertó, oyó a su hermana silbando. Incapaz de creer lo que oían sus oídos, se acercó a mirar por la ventana.
El cambio que habían experimentado sus dos pacientes era extraordinario. Susie estaba vestida y echada sobre una colchoneta que habían encontrado el día anterior, plantando zanahorias.
Angus estaba controlando la situación desde su ventana.
– Te vas a hacer daño, chica -grito-. Espera a que yo baje para echarte una mano.
Angus necesitaba que le ayudaran a vestirse y a comprobar el oxígeno… y era Kirsty la que tenía que hacerlo. Le hizo sentirse avergonzada tenerlo esperando.
Capítulo 5
El hospital de Dolphin Bay era una pequeña e impecable edificación de piedra gris. Tenía un encantador jardín, y cuando Kirsty aparcó su coche en la entrada pensó que era un lugar maravilloso para morir. Y para vivir…
Todos sabían quién era ella; los pacientes, las enfermeras, los jardineros…
– Usted debe de ser la doctora Kirsty. Yo soy Babs. La estaba esperando.
– El doctor Cam… el doctor Jake me dijo que estuviera aquí a las diez.
– Sí, pero Francis está en tal estado que, si no le dejamos sin sentido pronto, va a salir corriendo -dijo Babs, apresurando a Kirsty a meterse en el quirófano-. Está bien, Jake. Kirsty está aquí.
Jake, que ya estaba preparando todo, se dio la vuelta y sonrió a Kirsty, provocando que a ésta le diera un vuelco el corazón y que se preguntara por qué no le ocurriría lo mismo cuando Robert sonreía.
– ¿Estabas esperándome?
– Tenemos al paciente más asustadizo del mundo -dijo él-. Francis tiene sesenta años. Hasta que su hernia empeoró, era nuestro jefe de bomberos. Si le enfrentas a un violento fuego, actúa con mucha calma, pero enséñale una gota de sangre y se desmaya. Todavía está en su habitación. Pensé que si le traíamos en silla de ruedas, vería el quirófano y quizá muriera de la impresión.
– Entonces le reconoceré allí, ¿está bien? -Preguntó ella.