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– Si fueras tan amable. ¿Hay algo aquí que necesites? -Ofreció Jake, sonriendo.

Kirsty inspeccionó con la mirada. Aquello debía ser un proceso simple… una anestesia sin complicaciones.

Francis era un hombre grande, pero se mantenía en forma, no fumaba y no tenía enfermedades. El único problema era el miedo que tenía.

– Hola. Soy la doctora Kirsty, su anestesista. Estoy aquí para que se relaje lo suficiente como para que Jake le arregle el bulto. ¿Doy tanto miedo?

– N… no, pero…

– ¿Va su esposa alguna vez a la peluquería? ¿Se sienta alguna vez bajo un secador?

– Claro -susurró el hombre, sin saber adonde llevaba todo aquello.

– Bueno, no quiero asustarle más de lo que ya está, pero su esposa tiene más probabilidades de electrocutarse bajo el secador de las que tiene usted de salir perjudicado por mi anestesia. Pero el doctor Jake me dice que usted tiene miedo.

– No lo tengo… no es…

– No, es lógico -dijo Kirsty, sonriendo y levantándole la muñeca, aparentemente para tomarle el pulso, pero en realidad en un intento de reconfortarle-. Lo sé. A mí me dan miedo las mariposas. No puedo soportarlas; hacen que se me erice el pelo. Pero si tuviera que enfrentarme a ellas para arreglar mi vida…

– ¿Lo haría?

– En realidad, no -concedió, sonriendo compungida-. No sin gritar y correr mucho, no sin perder la dignidad. Lo que sí que haría, sería pedirle a un médico agradable que me diera algo que me adormilara y que me hiciera soñar con hadas, para que así se me pudieran acercar las mariposas y yo simplemente saludara y sonriera.

– Está diciendo que puede darme algo así.

– Oh, la más agradable de las drogas -dijo Kirsty-. Garantiza que sonreirá hasta que las vacas regresen a casa.

– Hasta que las vacas regresen a casa -repitió él, aturdido-. ¿No era usted de Nueva York?

– Estoy aprendiendo la jerga local -dijo ella-. ¿Me va a dejar que le suministre mi sustancia alucinógena?

– ¿Hará que me quede dormido? -Logró preguntar el hombre, que parecía incluso más aturdido.

– No -respondió Kirsty-. No, simplemente hará que se relaje. Entonces, si le parece bien, sólo si le parece bien, le daré algo para que se duerma un poco mientras el doctor Jake le repara el bulto. Puede decidir lo que quiera, pero… quiere que le arregle la hernia, ¿verdad?

– Verdad -susurró Francis.

– ¿Realmente lo quiere?

– S… sí.

– Bien -dijo ella, soltándole la muñeca y tomándole la mano, comenzando a llamarle de tú para crear cercanía-. Eres valiente, Francis. ¿Quieres que empecemos ahora?

– S… tal vez.

– Entonces vamos a comenzar por el primer paso -dijo Kirsty-. Cierra los ojos mientras Babs te sujeta la mano. Sentirás un pequeño pinchazo y veremos si mis polvos de hada funcionan.

En ese momento le administró el sedante y charló con el hombre, observando cómo los ojos de éste reflejaban confusión, pero no terror. Incluso estaba sonriendo.

– ¿Pasamos al siguiente paso? -Preguntó ella.

Francis asintió con la cabeza. Entonces se oyó un ruido desde la puerta, y Kirsty se giró para ver quién era, encontrándose con que era Jake, que la estaba mirando con ostensible admiración.

– Eres buena -le dijo.

– Lo sé -contestó ella, luchando para controlarse; aquel hombre poseía la capacidad de desestabilizarla-. Francis y yo estamos desarrollando una relación muy agradable entre nosotros. ¿No te da pena que tú no estés involucrado en tener relaciones?

No debía haber dicho aquello.

La operación se desarrolló en un silencio casi completo. El ambiente era tan tenso, que era casi insoportable.

Al ver cómo operaba Jake, Kirsty decidió que le encantaría trabajar con él; era muy meticuloso en todo lo que hacía y tenía mucha seguridad en sí mismo. Era un magnífico cirujano, y la operación fue todo un éxito.

Jake tenía una lista.

Kirsty se percató de que la hernia había sido una prueba. Cuando se quitó la bata del hospital, vio a Jake, esperándola. Le acercó una hoja de papel.

Dorothy Miller: venas.

Mark Glaston: carcinoma.

Scotty Anderson: osteoporosis.

– ¿Qué es esto? -Preguntó ella cautelosamente desde el pasillo de fuera del quirófano.

– Mira, lo siento -dijo él, que parecía exasperado-. Ayer me excedí.

– Lo hiciste.

– No hace falta que me lo restriegues por la nariz.

– Cuéntame qué es esta lista -pidió ella fríamente.

Entonces Jake le explicó los tres casos de la lista, casos que, estando ella en aquel momento allí, podrían ser operados en el pueblo sin necesidad de trasladar a los pacientes.

– Realmente me necesitas -dijo ella, animándose.

– Hum… sí. Lo que hiciste con Mavis… he estado visitándola esta mañana y me ha dicho que ya habías telefoneado y ajustado la dosis. El cambio es milagroso. Y como estás aquí y no estás ocupada…

– Utilízame -estuvo de acuerdo ella, decidiendo llevar las cosas hacia delante un poco más-. Pero hay una cosa que deberías aprender, y es a hablar conmigo. No estoy acostumbrada al silencio. Quizá podríamos poner hilo musical en el quirófano. O cotillear. A eso es a lo que estoy acostumbrada en donde trabajo.

– El silencio ayuda a concentrarse.

– Claro. Y tienes que concentrarte mucho con una hernia. Es para ponerse muy nervioso.

– Estás siendo muy tonta.

– ¿No crees que eres tú el que está siendo tonto?

– ¿Lo soy? -Exigió saber-. Déjalo, Kirsty.

La mirada de Jake estaba enfureciendo de nuevo a Kirsty. Era como si él le tuviera miedo.

– No quiero esto -añadió él.

– No lo hagas.

– ¿Que no haga el qué?

– No sigas adelante con esto -advirtió ella-. Si vas a decir que yo estoy sintiendo lo que tú estas sintiendo o que yo quiero tu cuerpo pero tú no quieres el mío, o que te encantaría hacerme el amor locamente pero eres homosexual…

Se oyó la risa de alguien. Babs estaba detrás de ellos con los ojos como platos.

– No me tengáis en cuenta -logró decir Kirsty, dándose la vuelta y sonriendo a Babs-. Soy estadounidense. Se nos conoce por ser directos, cuando no descaradamente ridículos -se dirigió a Jake-. Desde luego que cumpliré con su lista, doctor Cameron. En cualquier momento. En cualquier lugar. Pero ahora no, ya que me voy a nuestro castillo a ver cómo están Angus y Susie.

Entonces tomó aire y se dirigió a la enfermera.

– No te preocupes por haber escuchado nuestra conversación. Pero ten claro que lo que has oído no ha sido ninguna proposición que yo le estuviera haciendo a tu doctor Jake.

De regreso al castillo, trató de entender por qué estaban reaccionando de aquella manera sus hormonas.

Jake no era el único que no quería tener una relación; ella misma tampoco quería. Había aprendido muy rápido. Cuando su hermana y ella habían tenido diez años, su madre había muerto trágicamente de una hemorragia interna. Todos se habían quedado deshechos, pero su padre, apasionadamente enamorado de su esposa, nunca se había recuperado, y dos años después se hubo suicidado. Entonces sus niñas habían pasado de una casa de acogida a otra.

En ese momento, Kirsty había razonado que el amor debía de ser algo horroroso, pues tenía aquel efecto en las personas, y había decidido que ella nunca iba a sentir algo así salvo hacia su hermana.

Cuando Susie había conocido a Rory, Kirsty se hubo permitido por un breve espacio de tiempo pensar en los finales felices… pero entonces Rory falleció. El terrible círculo había comenzado de nuevo.

Pero a ella no le iba a ocurrir. Ella había tenido citas con hombres agradables, pero que no suponían una amenaza para su libertad emocional. Ése era el camino de la supervivencia. El agradable y seguro Robert…

Pensó que Jake estaba amenazando seriamente su tranquilidad mental y, justo en ese momento, entró con el coche al patio del castillo, donde las dos pequeñinas de Jake salieron a recibirla.