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– Ya se lo he dicho; soy médico. Tengo la misma titulación que el doctor Cameron.

– Si mis labios estuvieran azules, Jake me lo hubiera dicho -logró decir el conde.

– Jake te lo ha dicho -murmuró Jake desde la ventana, mirando su reloj.

– Así que tengo los labios azules. ¿Y qué?

Kirsty, que trabajaba en un hospicio y estaba acostumbrada a tratar con personas frágiles y atemorizadas, pudo sentir el miedo que se escondía tras la bravuconería de Angus.

Quizá todavía no estaba preparado para morir.

– Déjenos que le administremos oxígeno -dijo-. Y déjenos que le demos algunos analgésicos -añadió, suponiendo que si había rechazado el oxígeno, habría hecho lo mismo con la morfina-. Se puede lograr una gran mejora, no sólo en el tiempo de vida que le queda por delante, sino también en la calidad de ésta.

– ¿Cómo puede estar segura de todo eso? -Dijo entre dientes el conde.

– Angus, tengo un paciente en América -dijo ella con dulzura-. Ha estado recibiendo oxígeno durante diez años. Le ha dado diez años de vida que de otra manera no habría tenido. Diez años en los que se ha divertido.

– ¿Qué diversión puedes tener si estás atado a una botella de oxígeno?

– Mucha -contestó ella firmemente-. Cyril cuida de su nieto. Trabaja en su jardín. Él…

– ¿Cómo puede trabajar en el jardín? -Interrumpió Angus.

Entonces Kirsty se alegró, ya que aquello denotaba interés.

– Lleva su botella de oxígeno con él donde quiera que va -le explicó-. La considera como una bolsa de la compra. Le he observado quitando la maleza del jardín. Usaba una rodillera porque le dolían las rodillas, pero ni siquiera nota el pequeño tubo de oxígeno que tiene en la nariz.

– Él no es como yo.

– Jake me ha dicho que usted tiene fibrosis pulmonar. Él tiene exactamente el mismo problema.

– Yo no tengo ningún nieto.

– No, pero va a tener un sobrino nieto o nieta en pocas semanas -dijo Kirsty ásperamente-. Creo que sería una pena no hacer el esfuerzo para conocerlo.

Aquello causó un gran efecto en Angus, que se quedó mirándola; la incredulidad se mezclaba con la esperanza en su mirada. Se dejaron de oír sus jadeos, y Kirsty pensó que tal vez había dejado de respirar.

Pero entonces, cuando Jake se estaba acercando y ella supo que tenía la misma preocupación que ella, ataque o paro al corazón, Angus comenzó a respirar de nuevo y recuperó el color.

– Un sobrino nieto. ¿Hijo de Rory? -Dijo el conde.

– Susie está esperando al hijo de Rory.

– Kenneth me lo hubiera dicho…

– Kenneth, el hermano de Rory, no quiere saber nada de Susie -le dijo Kirsty, tratando de ocultar su enfado-. Ha dejado claro que no quiere tener ningún tipo de relación con nosotras. Así que vinimos aquí con la esperanza de que el tío Angus, del que Rory hablaba con mucho cariño, mostrara a su vez cariño al hijo de Rory -hizo una pausa, pensando qué decir a continuación-. Y no podría mostrar cariño si se muere. Así que debería aceptar el oxígeno y una dosis de morfina, debería decir gracias y dormir mucho durante la noche para que así, por la mañana, pueda conocer a la madre de su nuevo pariente.

– La esposa de Rory está embarazada -susurró Angus.

– Sí.

– Y necesito vivir si quiero ver al bebé.

– Sí.

– ¿No está mintiéndome?

– ¿Por qué tendría que mentir? -Exigió saber Jake, acercándose de nuevo a la cama-. Angus, ¿te puedo suministrar oxígeno como sugiere la doctora o no?

Angus miró a Jake y a continuación hizo lo mismo con Kirsty.

– Sí -respondió-. Sí, por favor.

En pocos minutos, Jake le suministró oxígeno y morfina al conde, que al poco rato tuvo mejor color y respiró con normalidad. Estuvieron charlando y pudieron observar cómo la cara de Angus reflejó relajación.

– Te dejaremos para que duermas -le dijo Jake.

El anciano sonrió y cerró los ojos.

– Gracias a Dios -dijo Jake suavemente, indicando a Kirsty que salieran de la habitación-. Un pequeño milagro… casi un gran milagro.

– Realmente le importa -dijo ella.

En aquel momento recordaron que habían dejado pendiente el asunto de la tortilla de Susie.

– Puedo prepararla -murmuró Kirsty mientras él la guiaba a la agradable cocina del castillo-. Ya me puedo ocupar yo sola, doctor Cameron. Estaré bien.

– Llámame Jake.

Boris les había seguido a la cocina y, junto con su dueño, estaba inspeccionando la nevera.

– Si le llevas una tortilla a tu hermana, ¿se la comerá? -Quiso saber Jake.

– Hum… no.

– Lo sabía. Yo se la llevaré.

– Pero tienes que atender más visitas a domicilio.

– Las chicas ya estarán dormidas -dijo él entre dientes-. Así que no me importa quedarme.

– ¿Tu esposa se acuesta pronto? -Peguntó Kirsty.

Jake la miró como si fuera estúpida.

– Olvídalo -dijo-. Tú las tostadas y yo la tortilla -entonces sonrió a un esperanzado Boris-. Y tú… ¡siéntate!

– Una justa repartición.

– Hablando de reparticiones… ¿tú no querrás una asociación médica? -Preguntó él.

– Ni siquiera me conoces -dijo ella, asustada.

– Te conozco lo suficiente como para ofrecerte un trabajo.

– No puedes estar tan desesperado como para ofrecerle a una extraña americana una asociación médica.

– Yo siempre estoy desesperado -dijo, comenzando a preparar la tortilla.

Kirsty lo miró de reojo y decidió callarse.

Durante un momento ambos estuvieron en silencio; ambos estaban pensando.

– ¿Dónde esperas que Susie dé a luz? -Preguntó finalmente Jake, enfadado.

– En Sidney -dijo ella-. La hemos inscrito en el Sidney Central.

– Quieres decir que lo has pensado.

– No soy tonta.

– Has arrastrado a una mujer herida, embarazada y anoréxica por medio mundo…

– Ya te lo he dicho. No me quedaba otra opción. Mi hermana se moría mientras yo observaba. Susie es mi gemela y yo la quiero; no iba a dejar que eso ocurriera.

– ¿Y qué esperabas conseguir aquí?

– Susie amaba muchísimo a Rory. Pensé que tal vez encontraría cosas que la despertarían de nuevo -dijo, poniendo una tostada en un plato-. La sonrisa de Angus… cuando él sonríe, es como ver a Rory sonriendo.

– Él le tenía mucho cariño a Rory.

– Eso es lo que yo esperaba -dijo ella-. Este castillo es justo el tipo de cosa extravagante que Rory hubiera construido. Háblame sobre su edificación.

– Salvó el espíritu de esta zona.

– ¿Perdón?

– Éste es un pueblo pesquero -dijo él-. El pueblo dependía del pescado, pero hace cuarenta años más o menos éste desapareció de la noche a la mañana. La gente estaba desesperada, pero entonces llegaron Angus, el conde de Loganaich, y su excéntrica y maravillosa esposa. Nada más ver el enclave, decidieron construir su castillo. La gente decía que era una locura, pero ahora, diría que Angus sabía que la única manera de salvar al pueblo era dándole unos ingresos fijos durante un par de años mediante la construcción del castillo.

– ¿Crees que fue eso lo que ocurrió?

– ¿Quién sabe? Pero la gente del pueblo jamás hablará mal de él. Nadie se ríe de este castillo. ¿Crees que esto estará bien?

Kirsty miró el plato que él había preparado, presentando apeteciblemente la tortilla y las tostadas. Tenía un aspecto estupendo.

– Quédate aquí -ordenó él-. Tengo que darle de comer a mi paciente. ¿Crees que se lo comerá?

– Yo, hum… creo que sí -susurró ella. Le sonaron las tripas.

– El resto es para ti -dijo él, señalando los huevos que habían sobrado-. Te lo prepararía, pero de verdad que estoy muy ocupado -entonces se marchó.

Capítulo 3

– Es guapísimo.

Sentada en el borde de la cama de su hermana, Kirsty sabía a quién se estaba refiriendo Susie.