Выбрать главу

– Tú haces que parezca muy fácil -dijo él según bajaban las escaleras.

– Será la práctica -respondió ella-. Tengo una docena de sobrinos. Supongo que tendrá hambre. ¿Comemos algo, o quiere volver al trabajo ya?

– Vamos a comer. Encargaré que traigan algo. ¿Qué te apetece?

– Puedo preparar algo yo misma. Algo de pasta, o unos huevos.

– ¿También sabes cocinar? -preguntó él alzando las cejas.

– Es un hombre con suerte, Mark. Mi madre es una mujer chapada a la antigua. Nos enseñó a manejarnos en la cocina.

Mark pensó que no sabía nada sobre ella. Ni siquiera dónde pasaba las vacaciones. Los últimos tres años se había encerrado en su trabajo para llenar el vacío emocional y se había apartado de todo lo demás.

– ¿Por qué vas a hacer esto, Jane? Las ventajas son evidentes desde mi punto de vista, pero tú eres joven. Tienes toda la vida por delante. Deberías buscar un hombre capaz de darte… -«todo», estuvo a punto de decir-. Un poco de romanticismo.

– Eso buscan las chicas de la oficina, y siempre acaban llorando en la salita del café y comiendo demasiado chocolate. No sé si vale la pena.

– No lo subestimes.

– No subestimo el amor -dijo ella, y una sombra de tristeza pasó por sus ojos. Pero la disipó encogiéndose de hombros-. Pero no creo que se encuentre en un club un sábado por la noche.

Así que a ella también le habían roto el corazón. Entonces quizá pudieran formar una buena pareja. Y sin embargo…

– Quiero que me prometas una cosa -dijo Mark después de una breve pausa. Ella le dirigió una mirada curiosa-. Si algún día te enamoras… de verdad, al cien por cien… prométeme que me lo dirás. No te obligaría a quedarte a mi lado.

¿Cómo decirle que ya estaba enamorada, y que jamás dejaría de estarlo? No era el momento de decirle algo así, ni tampoco que, al igual que su madre, era una chica chapada a la antigua que creía en el matrimonio «hasta que la muerte nos separe».

– ¿Jane? -insistió él posando una mano sobre su brazo. Su mirada era dolorosamente intensa.

– Prometido -dijo ella por fin.

– Gracias. Quizá ya que estás aquí podrías echar un vistazo a la casa -sugirió él de buen humor-. Podrías instalarte en la habitación que da al jardín. Caroline la diseñó para los invitados, tiene prácticamente todo lo que puedas necesitar.

Jane estuvo a punto de echarse a reír y decirle que no hacía falta llevar tan lejos lo de la relación platónica, pero el instinto le dijo que no era lo adecuado en aquel momento. Cuando había provocado aquella situación ya sabía que su corazón iba a tener que esperar, al igual que todo lo demás.

CAPITULO 3

Q

UÉ DICES que has hecho? Jane, cómodamente instalada en el sofá de su mejor amiga con una taza de té entre las manos repitió la noticia.

– Le he pedido a Mark Hilliard que se case conmigo. O al menos lo he manipulado para que me lo pida él a mí, que viene a ser lo mismo.

– ¿Cómo? Quizá pueda utilizar el método con Greg -bromeó Laine-. Contigo nunca se sabe, Jane. Sabía que estabas loca por él, pero que hubieran avanzado tanto las cosas… Tu madre estará feliz.

– No lo sabe. Nos casamos el martes en el juzgado. Solo estaremos los dos y dos testigos, y quería saber si Greg y tú querríais serlo.

– ¿Has perdido la cabeza? A tu madre le dará un infarto.

– Ya, pero esto no es exactamente un cuento de hadas. Por eso voy a contárselo el miércoles.

– Tú estás embarazada -dijo Laine súbitamente.

– Paso a paso, por favor. Para eso primero tiene que besarme -dijo Jane con una extraña sonrisa.

– Oh, no me lo puedo creer. Espero que sepas lo que estás haciendo.

¿Realmente lo sabía? Por la mañana estaba convencida, ¿pero y si seguía en la habitación de los invitados cuando cumplieran las bodas de plata? ¿Y si Mark nunca llegaba a verla como algo más que «la buena de Jane»?

– Tendré al hombre que amo y a una niña encantadora -se recordó en voz alta. Estoy trabajando en ello.

– ¿Y el fantasma de su primera mujer, por ejemplo? Siempre se interpondrá entre vosotros -al no responder nada Jane, Laine siguió presionando-. ¿No era una belleza? ¿No era una auténtica rosa inglesa?

Jane, sin embargo era celta de la cabeza a los pies, cabello negro, ojos castaño oscuro, y un metro sesenta y siete con tacones.

– Supongo que tendré que sacar las tijeras de podar -bromeó Jane. Su amiga no sonrió.

– En fin, si es lo que quieres, Greg y yo seremos los testigos. ¿Es lo que quieres?

– Lo quiero, Laine. Y quiero ser necesaria para él y para la niña.

– No te infravalores. Tú vales más que eso.

– Esta mañana a las diez nada estaba más lejos que el matrimonio de la cabeza de Mark, y a las once él mismo había puesto la fecha -Jane alzó una ceja y sonrió con inocencia-. ¿Crees que me infravaloro?

Laine se quedó mirando a su amiga un momento y repentinamente rompió a reír.

– ¿Entonces por qué estamos tomando té, y no champán? -dijo mientras iba al frigorífico a sacar una botella. Parece que lo tienes todo pensado.

– Hasta el mínimo detalle. Mi madre estará encantada de colocar a su hija pequeña, y mi padre con tal de no tener que tomar parte en la organización agradecerá no haberse enterado.

– Vamos, estás exagerando -Laine frunció el ceño-. Tus padres no son así.

– Oh, en cualquier caso ya será demasiado tarde -sonrió Jane-, Aunque sí tengo un problema. ¿Qué voy a ponerme el martes?

– Algo elegante.

– Pero sencillo -Jane no quería aparecer en el juzgado con nada parecido a un vestido de novia. Pero aunque solo hubiera un par de testigos, quería que fuera una boda de verdad. Aunque la ceremonia fuese poco más que una formalidad, el martes iban a unirse en matrimonio. Mark iba a tomarla como esposa, y pensase lo que pensase el resto del mundo, Jane quería que él lo tuviera muy claro.

– Siento que hayas tenido que venir, Mark -dijo Jane cuando salían del registro-. Me dijeron que tenías que firmar los papeles personalmente.

Al salir de la oficina por la mañana Mark le había pedido que empezase a tutearlo, y aunque le había resultado extraño las primeras veces, se estaba acostumbrando rápidamente.

– No pasa nada. De todas formas teníamos que salir. En los bancos quieren tu firma para las cuentas, la tuya personal, la de la casa…

– Oh.

– Como vas a dejar de trabajar, había pensado darte una asignación equivalente a tu sueldo. Pero si necesitas más…

– No, no -negó vigorosamente Jane mientras se clavaba las uñas en las palmas de las manos. No había pensado que él le siguiera pagando un sueldo, pero así era como él la veía, y no debía olvidarlo.

– Y necesitas un anillo.

Jane sintió que el corazón se le salía del pecho.

– Un anillo -repitió. Con el aire distante que había tenido toda la mañana, oírle pronunciar aquella palabra era maravilloso.

– Podemos ir a comprarlo ahora.

El joyero los felicitó calurosamente cuando le pidieron una alianza. Jane le dio las gracias y observó que Mark parecía levemente desconcertado.

– ¿Qué buscaban? ¿Algo clásico en oro? Ahora el platino se lleva mucho…

Para Jane un anillo de boda no debía estar sujeto a las modas. Debía ser algo sencillo y clásico. Levantó la vista y sonrió al joyero.

– Lo quiero de oro, sin adornos, no demasiado ancho.

Pusieron ante ella una variada selección de anillos y no tardó en elegir.

– Este -dijo, sosteniendo entre los dedos un anillo que una mujer podía llevar siempre. Algo cohibida se lo puso y se lo mostró a Mark.

– ¿Te parece bien?

Jane esperaba que él sacase la cartera, pero para su sorpresa le tomó la mano, de modo que sus finos dedos quedaron extendidos sobre los suyos, y pareció observarla durante una eternidad. El contacto de aquellos dedos elegantes, largos y vibrantes, provocó una reacción en cadena que recorrió todo su cuerpo con una intensidad muy superior a lo que jamás había imaginado.