Выбрать главу

– ¿Lo estás? ¿Lo estás de verdad? ¿Te atreverías a repetir ese veredicto poniendo una mano en el fuego y otra en la Biblia?

– Soy muy supersticioso. No me gusta jugar con las cosas de comer.-Contesta.

Por una vez, fui breve. Sólo dije:-Sí.

– ¿Cómo voy a creerte si en infinidad de ocasiones te he oído suscribir con delirante entusiasmo lo que, según tú, dijo Hemingway cuando le concedieron el premio Nobel?

– ¿En su discurso de recepción?

– Sí. ¿Lo recuerdas?

– El hombre puede ser derrotado, pero no vencido. Frase, por cierto, que me da la razón.

– ¿No era al revés?

– No, Kandahar, no era al revés. No trabuques las cosas arrastrada por tus buenos deseos. Los datos de la memoria suelen ser volitivos y nos confunden. No te fíes nunca de los recuerdos.

– Entonces, ¿sólo estás derrotado? ¿No te sientes vencido?

– No, no me siento vencido.

– Es una buena noticia. ¿Y tu derrota es exclusivamente literaria?

– Ejem, ejem… Acojámonos al beneficio de la duda.

– ¿Te escuece la dificultad de crear algo “ex nihilo” por medio de la palabra?

– Más o menos.

– ¿Te sientes, como escritor, incapaz de añadir un objeto nuevo al mundo? ¿Crees que tu obra no pasa de ser un mero retrato de éste mejor o peor conseguido, y que ése es el origen y la causa de tu derrota?

– Podría explicarse así. No es mal diagnóstico. ¿Te he dicho alguna vez que eres muy lista Kandahar? Sales a tu madre.

– Y a mi padre.

– Gracias, princesa. Y, aprovechando la ocasión, permíteme que insista: no seas escritora.

– Permíteme tú que también yo insista y vuelva a intentar machacarte con tus propias armas. ¿Sale todo lo que estoy oyendo de la boca del hombre que tantas veces me hizo reír, cuando era niña, y me dio que pensar, cuando ya era mayor, contándome lo que Goethe decía a propósito de las bellas artes y de las trampas de la creación?

– ¿De la creación artística?

– Sí. ¿Recuerdas también eso, papá? ¿Recuerdas esa frase o se te ha olvidado? Llevas mucho tiempo -años, quizá- sin citarla.

– ¿Cómo voy a olvidar una salida así? Si usted pinta su perro exactamente, no tendrá un cuadro, sino dos perros.

Nos echamos a reír. Los ojos de Kandahar brillaban.

– ¡Premio!-dijo-. Me alegra comprobar que la cannabis indica no ha pulverizado por completo tu memoria.

– Craso error. La tengo tan horadada como un queso de Gruyere.

– Pues dejémosela a los ratones que bailan cuando su chica está de viaje y volvamos al perro de Goethe. Hay cosas que no cuadran, papá. Has publicado quince libros y sólo ahora te das cuenta de que en ellos nunca ha habido, al parecer ni una pizca de invención. Curioso, ¿no crees?

– Como mínimo, curioso. Déjame que sea yo quien carraspee y diga lo que tú dijiste antes: ejem ejem… Aquí hay gato encerrado. Estoy oyendo sus maullidos. Venga, confiesa, no te hagas de rogar.

– ¿Y qué rayos quieres que confiese? No te entiendo, princesa, no sé por dónde vas ni a qué te refieres. Hazme una pregunta y la contestaré.

– ¿Eres, efectivamente, un mono de imitación? ¿Es ésa tu derrota? ¿Son todos tus libros el vivo retrato de algún perro?

– Lo es, por lo menos, el que silenciosamente y a escondidas me esfuerzo por escribir desde hace la friolera de veinte años.

– ¿Silenciosamente y a escondidas? No es muy bonito lo que oigo, papá. Eso, si las matemáticas no engañan, significa que también tienes secretos para mí, para tu gato mayor, para tu primogénita, para la hija de Cristina, para la niña de tus ojos. ¡Qué decepción! Cría cuervos.

Sonreí débilmente.

– Supongo que sí, Kandahar-dije-. Supongo que también para ti tengo secretos como tú seguramente, los tendrás para mí. ¿O no? Todos tenemos secretos. Y, por lo general, muchos.

– Pues cuéntame éste, sólo éste. ¿Guarda alguna relación ese libro imposible con lo que estabas copiando?

– Mucha relación.

Kandahar se inclinó hacia los folios abandonados junto a mí sobre la tapicería japonesa del diván moruno y los recorrió en un ziszás con la mirada.

– ¿Acierto si llego a la conclusión de que Jesús es el protagonista de tu libro?-preguntó.

– Escribir consiste en llamar a las cosas por sus nombres. No digas libro, Kandahar. Di, mejor obsesión. O locura, porque locura es.

Se rió, se incorporó, me acarició el pelo y dijo: -¡Siempre tan exagerado! ¿Por qué tienes que multiplicarlo todo por cien? Hazlo sólo por diez y estarás más cerca de la vida y de la realidad.

– No sé qué sucede hoy. Es la segunda vez que me dicen eso. La tenéis tomada conmigo.

– ¿Quién fue el primero?

– Jaime Molina. Ha venido a verme desde Barcelona y hemos pasado casi toda la tarde juntos.

– ¿De cháchara?

– De cháchara. Quería proponerme un nuevo libro.

– ¿Qué clase de libro?

– No te lo vas a creer.

– ¿Un libro sobre Jesús?

– Ni más ni menos.

– ¡Caramba!

– Eso es lo que yo me dije.

– ¿Sabía que llevas veinte años dándole vueltas a ese tema?

– No, no lo sabía. Lo sabe ahora. Tuve que contárselo.

– ¡Qué casualidad!

– Yo lo llamaría encerrona.

– También podría ser una señal de las alturas. La misma que recibió Pablo, aunque algo menos elocuente.

– ¡Válgame Dios! Lo mío empieza a ser grave. Hace unos días, Pedro. Ahora, Pablo.

– ¿Cómo? No te he entendido bien, papá. ¿Qué has dicho?

– Nada, Kandahar, nada. Déjalo correr. Es tarde y me llevaría mucho tiempo explicártelo. Créeme: no tiene importancia.

Levantó las manos hacia el cielo como si implorase ayuda y dijo:-¿Por qué no te dejas de chorradas-permíteme que las llame así- y aceptas el desafío? Siempre te has jactado de ser un guerrero. Ahora tienes la oportunidad de demostrarlo.

– ¿Cómo? Anda, dime cómo. ¿Pintando el retrato de un perro? ¿Repitiendo lo que otros doscientos mil autores han dicho ya? ¿Contando por enésima vez la vida de Jesús tal y como nos la han contado hasta la saciedad los evangelios? Mil gracias, pero no voy a caer en esa emboscada. No me la desees, Kandahar. Sería un calvario una verdadera crucifixión.

– ¿Y si salieses con vida de ella? Jesús lo vale.

– ¿Te burlas de mí? Haces bien. Lo entiendo. Y no te preocupes, que no voy a enfadarme. No estoy para esos trotes.

– No, papá, no me burlo. No seas picajoso.

– Jesús resucitó, si es que resucitó, porque era el hijo de Dios.

– También tú lo eres. Todos los somos.

– No seas sofista, Kandahar. Sabes perfectamente a lo que me refiero.

– Y tú no seas derrotista. También sabes de sobra a lo que yo me refiero. Dioses, hijos de dioses, nietos de dioses e hijastros de dioses ha habido muchos. Todas las mitologías -y conozco muchas, aunque no tantas como tú-están tan llenas de seres divinos como de míseros mortales lo está el metro de Madrid en hora punta. Y si hoy, diecinueve de marzo de mil novecientos noventa y uno, seguimos sintiéndonos fascinados por Jesús, y tú el primero, no es porque fuese un dios, sino porque además era un hombre. Además, he dicho, y -si no te escandalizas demasiado-me atrevería a añadir que sobre todo.