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– Pero ¿verdad que no renunciará a avanzar más en su búsqueda?

– No, se lo prometo, aunque sé que no será igual después de su partida.

– ¡Eso espero! Aunque estoy seguro de lo contrario. Se entiende de maravilla con Can, y si a veces hago como si me sintiese molesto por su complicidad, en el fondo me alegro de ello. Ese chico habla el inglés como un burro, con los pies, pero es, lo reconozco, un guía inigualable.

– Hace un momento quería confesarme algo, ¿de qué se trataba?

– De nada importante, supongo, ya lo he olvidado.

– ¿Cuándo deja Estambul?

– En breve.

– ¿Tan pronto?

– Sí, eso me temo.

El paseo continuó a lo largo del muelle. Delante del embarcadero donde el último vapor de la tarde largaba amarras, Alice le cogió la mano a Daldry, que rozaba la suya.

– Dos amigos pueden ir de la mano, ¿no?

– Supongo que sí -respondió Daldry.

– Bueno, caminemos un poco más si quiere.

– Sí, es una buena idea, caminemos un poco más, Alice.

12

Alice:

Espero que me perdone por irme sin avisar. No tenía ganas de imponerle una despedida de más. Lo he estado pensando cada noche durante esta semana cuando la dejaba ante su habitación, y la idea de despedirme en el vestíbulo del hotel, maleta en mano, me resultaba abrumadora. Quise hacérselo saber ayer, y renuncié a ello por miedo a estropear los deliciosos momentos que estaba pasando en su compañía. Preferí que conservásemos el recuerdo de un último paseo a orillas del Bósforo. Parecía feliz y yo también lo era, y esta temporada en Estambul en su compañía quedará en mi memoria como uno de los momentos más especiales de mi vida. Espero de todo corazón que alcance su objetivo. El hombre que la quiera tendrá que acostumbrarse a su carácter (un amigo puede decirle esto sin que se enfade, ¿verdad?), pero en contrapartida tendrá junto a él a una mujer cuyas carcajadas lograrán despejar todas las tormentas de su vida.

Me siento realmente feliz de haberla tenido como vecina, y sé ahora mismo, mientras le escribo estas líneas, que echaré de menos su presencia incluso cuando me acuerde de lo ruidosa que es.

Tenga buen viaje, hija de Cömert Eczaci, corra hacia esa felicidad que le sienta tan bien.

Su afectísimo amigo,

DALDRY

Ethan:

He encontrado su carta esta mañana. La mía se la enviaré esta tarde y me pregunto cuánto tiempo tardará en llegarle. El crujido del sobre, cuando lo ha deslizado bajo mi puerta, me ha sacado de la cama y he comprendido de inmediato que se iba. Me he precipitado a la ventana, justo a tiempo para verlo subir en su taxi; cuando ha levantado la mirada hacia nuestro piso, he retrocedido un paso. Probablemente por las mismas razones que usted. Y, sin embargo, cuando su coche se alejaba por la calle Isklital hubiese querido decirle adiós de viva voz, agradecerle su presencia. Usted también tiene un carácter de cuidado (una auténtica amiga puede decírselo sin ofenderle, ¿no?), pero es un hombre excepcional, generoso, divertido y con talento.

De manera insólita se ha convertido en mi amigo; quizá esta amistad no tenga más que unos pocos días, unas pocas semanas en Estambul, pero, de una manera también muy insólita, de repente lo he necesitado esta mañana.

Le perdono de corazón la discreción de su partida, incluso creo que ha hecho bien al actuar así, a mí tampoco me gustan los adioses. En cierta forma, envidio que vaya a estar pronto en Londres. Echo de menos nuestra vieja casa victoriana, también mi taller. Voy a esperar aquí a que llegue la primavera. Can me ha prometido que, en cuanto haga bueno, visitaremos la isla de los Príncipes, que ambos nos hemos perdido. Le hablaré de cada rincón y, si descubro un cruce digno de su interés, se lo describiré hasta el más mínimo detalle. Parece ser que allí el tiempo se ha detenido, que cuando uno recorre la isla cree haber vuelto al siglo pasado. Las máquinas motorizadas están prohibidas en el lugar, sólo tienen derecho a circular burros y caballos. Mañana volveremos a ver al viejo perfumista de Cihangir, le escribiré también sobre mi visita a su casa y le tendré informado de los progresos de mis obras.

Espero que el viaje no haya sido demasiado agotador y que su madre haya recobrado la salud. Cuídela y cuídese usted también.

Le deseo que viva momentos maravillosos en su compañía.

Su amiga,

ALICE

Querida Alice:

Su carta ha tardado exactamente seis días en llegarme. El cartero me la ha traído esta mañana cuando salía. Me imagino que ella también ha viajado en avión, pero el sello de correos no dice en qué línea, ni siquiera si ha hecho escala en Viena. Al día siguiente a mi llegada, después de poner en orden mi piso, he ido a hacer lo mismo al suyo. Tranquila, no he tocado ninguna de sus cosas y me he contentado con quitar el polvo, que se había permitido, en su ausencia, instalarse impunemente en su casa. Si me hubiera visto, en delantal y pañoleta a la cabeza, con mi escoba y mi cubo en la mano, todavía se estaría riendo de mí. Lo que, por otra parte, debe de estar haciendo en este momento nuestra vecina de abajo, la que nos molesta a veces con su piano y a quien he tenido la mala suerte de cruzarme así ataviado al bajar la basura. Su morada ha recobrado la claridad de la primavera, que, espero, no se hará esperar demasiado. Decirle que reina un frío húmedo en el reino de Inglaterra sería de una evidente banalidad y, aunque ése sea uno de mis temas de conversación preferidos, no la aburriré con el tiempo que hace. Sepa, sin embargo, que no ha dejado de llover desde mi regreso y que lo ha hecho durante todo el mes, según he podido oír decir en el bar, donde he retomado la costumbre de ir a desayunar cada día.

El Bósforo y su sorprendente invierno templado me quedan muy lejos.

Ayer fui a pasear a orillas del Támesis. Tenía razón, no he encontrado ningún olor parecido a los que se divertía en hacerme descubrir en nuestros paseos cerca del puente Gálata. Incluso el purín de los caballos parece diferente aquí, y, al escribir esto, me pregunto si ése es el mejor ejemplo para ilustrar mi idea.

Me siento culpable de haberme ido sin despedirme, pero esa mañana tenía el corazón en un puño. Vaya a saber por qué, vaya a saber qué me ha hecho usted. No sé exactamente qué ha cambiado dentro de mí, pero, en cierta forma, durante esa última noche en que paseamos por Estambul usted se convirtió en mi amiga. Como dice una canción, me ha rozado el alma y me la ha cambiado, ¿cómo perdonarle el haber hecho nacer en mí las ganas de querer y de que me quieran? De una manera muy extraña, ha hecho de mí un mejor pintor, quizá incluso un hombre mejor. No se equivoque, esto no es en absoluto la confesión de unos sentimientos turbios hacia usted, sino una sincera declaración de amistad. Esas cosas pueden decirse entre amigos, ¿no?