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– Seguro, Mike – Milo sacó su lápiz y se dio con él golpecitos en los labios.

– Sonya Magary. Es la propietaria de la boutique para niños Puff n'Stuff de la Plaza del Oro en Encino.

– ¿Tiene a mano su número de teléfono? – le preguntó Milo con aire placentero.

Penn apretó las mandíbulas y se lo dio.

– Nosotros la llamaremos, Mike. Y no la llame usted primero, ¿eh? Nos gusta mucho la espontaneidad – Milo guardó su lápiz y cerró el bloc de notas-. Y que tenga un buen día.

Penn me miró a mí y luego a Milo, luego de nuevo a mí, como buscando un aliado. Luego se alzó y se marcho, caminando con largos y musculosos pasos.

– ¡Hey, Mike! -le llamó Milo. Penn se dio la vuelta.

– ¿En qué se va a graduar?

– En Marketing.

Mientras salíamos del campus lo pudimos ver, caminando con Julie. La cabeza de ella estaba sobre el hombro de él, el brazo de él alrededor de la cintura de ella. Estaba sonriéndole y hablando muy de prisa.

– ¿Qué piensas? -me pregutó Milo, mientras se colocaba tras el volante.

– Pienso que es inocente en lo que a este caso se refiere, pero me apostaría algo a que tiene en marcha algún tipo de negocio sucio. Se sintió verdaderamente descansado cuando descubrió el motivo real por el que estábamos aquí.

Milo asintió con la cabeza.

– Estoy de acuerdo. Pero, ¡que infiernos…! Ese dolor de cabeza le tocará a otro.

Volvimos a la autopista, dirigiéndonos hacia el este. Salimos en Sherman Oaks, fuimos a un pequeño restaurante francés cercano a Woodman, en Ventura, y allí comimos. Milo usó el teléfono para llamar a Sonya Magary. Volvió a la mesa agitando la cabeza.

– Ella le ama. «Ese buen chico, ese niño encantador… espero que no esté en problemas» – imitó el fuerte acento húngaro-. Confirma que estuvo con ella en la trágica noche. Sonaba muy orgullosa de ello. Casi esperé que me fuera a contar como era su vida sexual… con todo lujo de detalles y en technicolor.

Volvió a agitar la cabeza y casi hundió la cara en su plato de mejillones al vapor.

Caímos sobre Roy Longstreth en el mismo momento en que estaba saliendo de su Toyota en el aparcamiento de Thrifty's. Era bajo y de aspecto frágil, con ojos azules aguados y una barbilla poco formada. Prematuramente calvo, el poco cabello que tenía era en los costados de la cabeza y él se lo había dejado largo, cayéndole sobre las orejas, de modo que el efecto general era el de un fraile que llevaba demasiado tiempo meditando y había descuidado su aspecto. Un bigote marrón ratonil atravesaba su labio superior. No tenía nada de la fanfarronería de Penn, pero sí el mismo nerviosismo en sus ojos saltones.

– Sí, ¿qué es lo que desean? -inquirió con voz chillona después de que Milo le hiciera el numerito de la placa. Miró su reloj.

Cuando Milo se lo explicó, pareció como si fuera a echarse a llorar. Una ansiedad nada característica para un supuesto psicópata. A menos que todo aquello fuera una actuación. Uno nunca sabía qué trucos iban a emplear aquellos tipos cuando se veían obligados a ello.

– Cuando leí lo que había pasado supe que acabarían viniendo a por mí -el bigotillo insignificante temblaba como una ramita en medio de una tormenta.

– ¿Y por qué pensó eso, Roy?

– Por las cosas que él dijo de mí. Le dijo a mi madre que yo era un psicópata. Le dijo que no se fiara de mí. Probablemente estoy apuntado en alguna lista de mochales, ¿no es así?

– ¿Puede usted justificar dónde se hallaba en la noche del asesinato?

– Sí. En eso es en lo primero en que pensé cuando leí lo del asesinato… van a venir a por mí y me van a hacer preguntas sobre eso. Me aseguré de recordarlo, incluso lo escribí. Me escribí una nota a mí mismo: Roy, esa noche estuviste en la iglesia. Así, cuando vengan a preguntártelo, te acordarás de dónde estabas…

Podía haber seguido con aquello durante un par de días, pero Milo le cortó:

– ¿En la iglesia? ¿Acaso es usted una persona religiosa, Roy?

Longstreth lanzó una risa que estaba ahogada por el pánico.

– No, no. No de los de rezar. Es el grupo de solteros de Westside, en la Iglesia Presbiteriana de Bel Air… es el mismo sitio al que acostumbraba a ir Ronald Reagan.

– ¿Al grupo de solteros?

– No, no, no. A la Iglesia. Acostumbraba a seguir los cultos allí antes de que lo eligieran y…

– De acuero, Roy. ¿De qué hora a qué hora estuvo en el grupo de solteros de Westside?

El ver a Milo tomando notas aún le puso más nervioso.

Comenzó a dar saltitos, como una marioneta en manos de un marionetista con temblores.

– Desde las nueve a la una treinta… me quedé hasta el final. Ayudé a limpiar. Puedo decirles lo que sirvieron: fue guacamole y nachos, y también había jarras de vino marca Gallo y una salsa de gambas, y…

– Naturalmente hay mucha gente que le vio a usted allí.

– Seguro -dijo, luego se interrumpió -. Yo… yo en realidad no me mezclé mucho en los grupos. Ayudé atendiendo en el bar. Vi a montones de gente, pero no sé si alguno de ellos… si me recordarán.

Su voz había ido atenuándose hasta un susurro.

– Eso podría ser un problema, Roy.

– A menos que… no… sí… la señora Heatherington. Es una señora mayor. Ayuda a las funciones religiosas sin cobrar. Ella también se quedó a limpiar. Y estuvo sirviendo. Pasé mucho rato hablando con ella… puedo incluso contarles de hablamos. Fue acerca del coleccionismo. Ella colecciona Norman Rockwells y yo colecciono Icarts.

– ¿Icarts?

– Ya saben, los grabados de Art Deco.

Las obras de Louis Icart se cotizaban a un alto precio en aquellos tiempos, me pregunté cómo podría permitirse comprarlas un farmacéutico.

– Mi madre me regaló uno cuando tenía dieciséis años y me… -buscó la palabra correcta-… cautivó. Me regala uno para cada uno de mis cumpleaños y yo me he hecho con algunos más por mi cuenta. El doctor Handler también los coleccionaba, ¿saben? Eso…

Dejó que sus palabras muriesen.

– ¿Oh, sí? ¿Le mostró a usted su colección? Longstreth negó enérgicamente con la cabeza.

– No. Tenía uno en su consultorio. Me fijé en él y empezamos a hablar del tema. Pero luego lo usó en contra mía.

– ¿Y cómo fue eso?

– Tras la evaluación… ya saben que me mandaron a él por orden del juez, después de que me cazasen… -miró nerviosamente al edificio de la Thrifty's -… robando en una tienda.

Las lágrimas llenaron sus ojos.

– ¡Por Dios, tomé un tubo de cemento para plástico en la Sears y me atraparon! ¡Pensé que mi madre se moriría de la vergüenza! ¡Y temía que lo descubrieran en la Facultad de Farmacia… fue horrible!

– ¿Y cómo utilizó en contra de usted el que coleccionase Icarts? -preguntó pacientemente Milo.

– De alguna manera implicó, aunque se cuidó mucho de nunca decirlo concretamente, pero lo fraseó de un modo en que uno sabía lo que él quería decir, aunque nunca se le podría acusar de haberlo dicho…

– ¿Qué es lo que implicó, Roy?

– El que se le podría sobornar. Que si le regalaba un Icart o dos… incluso mencionó los que más le gustaban, podría escribir un informe favorable.

– ¿Y lo hizo usted?

– ¿El qué? ¿Sobornarle? ¡Nunca en la vida, eso hubiera sido deshonesto!

– ¿Y él insisitió al respecto? Longstreth se mordisqueó las uñas.

– Como ya le he dicho, lo hizo de un modo que no se le podía acusar de nada. Se limitó a decir que era un caso fronterizo: que tenía una personalidad psicopática, o algo menos estigmatizador: que tenía una reacción de ansiedad o algo así… que podía decantarme en cualquiera de los dos sentidos. Al final le dijo a mi madre que era un psicópata.