– Audición -gimió, señalando con un dedo la puerta del Troubadour y mirándolos con ironía-. Los artesanos de la nueva era, doctor.
Entramos en su estudio, que estaba vacío. Colocó las flores en un jarrón. La sala de prácticas era una extensión de suelo de arce pulimentado bordeado por paredes blanqueadas. Fotos autografiadas de estrellas y cuasiestrellas colgaban en grupos. Fui a un vestidor con las tiesas prendas blancas que me entregó y surgí con el aspecto de un extra en una película de Bruce Lee.
Jaroslav estaba en silencio, dejando que su cuerpo y sus manos hablasen. Me situó en el centro del estudio y se quedó frente a mí. Sonrió levemente, ambos hicimos una reverencia y me llevó a través de una serie de ejercicios de precalentamiento que hicieron que me crugiesen las articulaciones. Había sido demasiado tiempo.
Cuando se hubieron desarrollado los katas introductorios, volvimos a inclinarnos. Él sonrió y pasó a barrer el suelo conmigo. Al final de una hora notaba como si me hubieran metido a presión por el triturador de desperdicios. Cada fibra muscular me dolía, cada sinapsis se estremecía en exquisita agonía.
Él siguió adelante, sonriendo y haciendo reverencias, a veces lanzando un alarido agudo, perfectamente controlado, tirándome de un lado a otro como un saco de patatas. Hacia el final de la segunda hora el dolor había dejado de ser inoportuno, para convertirse en un modo de vida, un estado de la conciencia. Pero, cuando nos detuvimos estaba empezando a sentirme de nuevo al control de mi cuerpo. Estaba respirando fuerte, estirándome, parpadeando. Mis ojos me ardían al ir goteando a su interior el sudor. Jaroslav parecía que sólo acababa de estar leyendo el diario de la mañana.
– Usted toma baño caliente, doctor. Que niña mona le haga masaje, usando loción de olmo escocés. Y recuerde: practicar, practicar, practicar.
– Lo haré, André.
– Usted llamarme cuando yo vuelva, en una semana. Le contaré lo de Shandra Layne y comprobaré si ha practicado – me clavó un dedo en la tripa, jocosamente.
– Trato hecho.
Tendió la mano. Yo también, para estrechársela, pero en seguida me puse en tensión, preguntándome si no me iría a derribar de nuevo.
– Ja, bien -dijo. Luego se echó a reír y me dejó ir.
La pulsante agonía me hacía sentirme recto y ascético. Comí en uno de los restaurantes montados en alguna de las docenas de congregaciones cuasi-hindúes que parecen preferir Los Ángeles a Calcuta. Una chica de ojos perdidos y perenne sonrisa, ataviada con ropajes blancos y algo así como un albornoz me sirvió. Tenía la cara de una niña rica unida a los modales de una monja y conseguía sonreír mientras hablaba, sonreír mientras tomaba nota y sonreír mientras se marchaba. Me pregunté si eso también haría daño.
Me acabé un plato repleto de lechuga picada, brotes, gramos de soja refritos y queso de cabra fundido, todo sobre un pan chapad, o sea una tostada sagrada, pasándolo con dos vasos de néctar de pina, coco y guava importado del sagrado desierto de Mojave. La cuenta fue nada menos que diez dólares y treinta y cinco centavos. Aquello explicaba las sonrisas.
Regresé a casa justo cuando Milo aparcaba un Matador color bronce, sin marcas de la policía.
– El Fiat murió al fin -me explicó-. He hecho que lo incineren y dispersen las cenizas sobre las plataformas petrolíferas marinas que hay frente a Long Beach.
– Te doy el pésame -tomé el historial de Bruno.
– Se aceptan contribuciones al pago del primer plazo de mi próximo trasto, preferiblemente a coronas de flores.
– Haz que el doctor Silverman te compre un coche.
– Estoy pensando cómo.
Me dejó leer unos minutos y luego preguntó:
– Entonces, ¿qué es lo que piensas?
– No se me ocurre nada genial. A Bruno lo mandó a ver a Handler el Departamento de Libertad Provisional tras su problema con los cheques sin fondos. Handler lo vio una docena de veces durante un período de cuatro meses. Cuando terminó el período de la libertad provisional, también terminó el tratamiento. Una cosa en la que me fijé es en que las notas de Handler acerca de él son relativamente benignas. Bruno fue uno de sus pacientes adquiridos más recientemente. En el momento en que inició su terapia, Handler estaba en su período más desagradable, y sin embargo no hay comentarios malévolos sobre él. Mira, aquí al principio, Handler le llama «un timador muy caradura» – pasé unas páginas-. Y un par de semanas más tarde Handler hace un comentario acerca de «la sonrisa de gato de Cheshire» de Bruno. Pero luego nada más.
– ¿Como si se hubieran hecho amigos?
– ¿Por qué dices eso?
Milo me entregó un trozo de papel.
– Toma. Mira esto.
Era un listado de la telefónica.
– Esto – señaló a un número de siete cifras rodeado por un círculo- es el número de Handler, el de su casa, no el de su oficina. Y este otro es el de Bruno.
Habían sido trazadas líneas entre los dos, como los lazos que cierran una bota de caña alta. Habían tenido montones de conexiones durante los últimos seis meses.
– Interesante, ¿eh?
– Mucho.
– Y aquí tienes algo más. Oficialmente, el forense dice que resulta imposible fijar el momento de la muerte de Bruno. El calor de dentro de la casa mandó al traste los cálculos basados en las tablas de descomposición… y con todos los palos que le han estado dando últimamente no se atreve a arriesgar el cuello y que quizá se lo corten si se equivoca. Pero uno de los chicos jóvenes de la oficina forénsica me dijo, extraoficialmente, que su suposición va de los diez a los doce días.
– Justo alrededor del momento en que asesinaron a Handler y Gutiérrez.
– O bien antes o justo después…
– Pero, ¿qué hay de los diferentes modos de operación?
– ¿Y quién te dice que la gente sea metódica, Alex? Francamente, hay otras diferencias entre ambos casos, aparte del modo en que fueron realizados. En el caso de Bruno parece que la entrada fue con reventón: hallamos ramas rotas bajo una ventana y marcas de una palanqueta en el marco… aquello antes fue la habitación de algún niño. Y el Departamento de Policía de Glendale cree que tienen dos tipos distintos de huellas de pisadas.
– ¿Dos? Entonces, quizá Melody sí que vio algo -Hombres oscuros. Dos o tres.
– Quizá, pero ya he abandonado esa línea de ataque. La niña nunca será una testigo fiable. En cualquier caso, a pesar de las discrepancias, parece que podríamos tener algo… el qué, no lo sé. Paciente y doctor, pruebas concretas de que mantuvieron algún tipo de contacto después de que hubiera terminado el tratamiento, ambos asesinados aproximadamente al mismo tiempo. Es demasiado, para ser simples coincidencias.
Estudió sus notas, pareciendo un profesor. Yo pensé acerca de Handler y Bruno y, de pronto, se me ocurrió.
– Milo, los roles sociales nos han impedido pensar correctamente.
– ¿De qué infiernos estás hablando?
– De los roles sociales… de los códigos de comportamiento prescritos. Como doctor y paciente. Psiquiatra y psicópata. ¿Cuáles son las características de un psicópata?
– La falta de conciencia.
– Justo. Y la imposibilidad de relacionarse con otra gente excepto a base de explotarlos. Los buenos tienen una fachada cuidada, atractiva, a menudo incluso son guapos. Habitualmente tienen una inteligencia superior a la normal. Manipulan sexualmente. Tiene predilección por meterse en timos, chantajes, fraudes.
Los ojos de Milo se abrieron mucho.
– Handler.
– Naturalmente. Hemos estado pensando en él como el doctor del caso y asumiendo su normalidad psicológica… su rol le ha protegido ante nuestros ojos. Pero examinémoslo más atentamente. ¿Qué es lo que sabemos de él? Estuvo involucrado en un fraude de seguros. Trató de chantajear a Roy Longstreth, usando su poder como psiquiatra. Sedujo al menos a una de sus pacientes, a Elaine Gutiérrez… ¿y quién sabe a cuántas más? Y todas estas notas maledicentes al margen de sus anotaciones… al principio pensé que eran una prueba de que se había quemado, pero ahora ya no sé. Fue algo muy frío, eso de pretender escuchar a la gente, aceptando su dinero, e insultándolos. Sus notas eran confidenciales, no esperaba que nadie las fuera a leer, así que en ellas podía mostrarlo todo, mostrar sus verdaderos colores. Milo, te digo que ese tipo se va pareciendo más y más al clásico psicópata.