– El doctor malvado.
– No es que sea una rara avis. Si pudo haber un Mengele, ¿por qué no docenas de Morton Handlers? ¿Qué mejor fachada para un psicópata inteligente que un título de doctor? Eso da un prestigio y credibilidad instantáneos…
– Un doctor psicópata y un paciente psicópata -lo rumió-. No amigos, pero sí compañeros en el crimen.
– Seguro, los psicópatas no tiene amigos, sólo víctimas y cómplices. Bruno debió ser un sueño hecho realidad para Handler, si éste estaba planeando algo y necesitaba la ayuda de alguien de su propia especie. Apostaría algo a que las primeras sesiones debieron ser increíbles, ambos unas hienas hambrientas, estudiándose el uno al otro, mirando por encima del hombro, olisqueando el terreno.
– Pero, ¿por qué Bruno en particular? Handler trató a otros psicópatas.
– Los otros eran demasiado bastos: pinches de cocinero, vaqueros, trabajadores de la construcción. Handler necesitaba a un tipo con buena apariencia y listo. Además, ¿cómo saber si alguno de esos tipos no fueron falsamente diagnosticados, de un modo deliberado, como ocurrió en el caso de Longstreth?
– Sólo por hacer de abogado del diablo por un momento… sucede que uno de esos tipos estudia leyes.
Pensé en ello por un momento.
– Demasiado joven. A los ojos de Handler era un punk endurecido. Dentro de algunos años, con un título y un barniz de sofisticación, quizá. Handler necesitaba a alguien estilo hombre de negocios para lo que trataba de llevar a cabo. A alguien realmente hábil. Y Bruno parece haberse ajustado perfectamente a sus necesidades: engañó a Gershman, que no es ningún tonto.
Milo se alzó y paseó por la habitación, pasándose los dedos por el cabello, creando una especie de nido de pájaro.
– Definitivamente me parece muy atractivo: el comecocos y el coco comido trabajando juntos en algo sucio – parecía divertido.
– No es la primera vez que sucede, Milo. Allá en el Este, hace unos años había un tipo… tenía muy buenas credenciales. Se casó con una hija de una familia muy rica y puso una clínica para los delincuentes juveniles… era en el tiempo en que aún los llamaban así. Usó las conexiones sociales de la familia de su mujer para organizar veladas de recogida de fondos para la clínica. Y, mientras corría el champán, los delincuentes juveniles estaban ocupados vaciando las casas de los asistentes a las fiestas. Al final lo atraparon con un almacén lleno de cristalerías y platería, pieles y alfombras. Y ni siquiera necesitaba aquellas cosas, lo estaba haciendo sólo por el reto que representaba. Lo mandaron a una de esas discretas instituciones en las hermosas colinas al sur de Maryland… y no me extrañaría que, en este momento, ya esté dirigiendo el establecimiento. El caso es que nunca llegó a los papeles, yo me enteré por los cotilleos profesionales, en las convenciones.
Milo sacó su lápiz. Comenzó a escribir, pensando en voz alta:
– Iremos a los pasillos de mármol de las altas finanzas. Informes bancarios, memorias de los agentes de bolsa, negocios realizados bajo nombres falsos. Ver lo que hay en las cajas fuertes de los bancos después de que los de Hacienda hayan hecho su trabajo sucio. Los registros del condado sobre compras de terreno. Los seguros hechos desde la consulta de Handler -se detuvo-. Espero que esto me lleve a alguna parte, Alex. Este maldito caso no me ha ayudado en lo que se refiere a mi estatus con el Departamento. El capitán busca el ascenso y quiere más y más detenciones. Handler y Gutiérrez no eran gente del ghetto cuya muerte pueda dejar que se vaya olvidando lentamente. Y está aterrado por la idea de que Glendale resuelva antes la muerte de Bruno y nos deje como a tontos. Recuerda lo que pasó con Bianchi.
Asentí con la cabeza: el jefe de la policía de un pueblo grande, Bellington, en Washington, que había cazado al Estrangulador de Hillside… algo que toda la maquinaria policial de Los Ángeles había sido incapaz de lograr.
Se alzó, se fue a la cocina y se comió la mitad de un pollo frío, de pie junto al fregadero. Lo hizo bajar con un litro de zumo de naranja y regresó limpiándose la boca.
– No sé por qué estoy luchando por no echarme a reír, viendo que estoy hasta el cuello de cadáveres y no logro una avance aparente; pero lo cierto es que me parece todo muy divertido: Handler y Bruno. Uno manda a un tipo al matasanos para que le arregle el coco y resulta que el médico está tan majara como el paciente, y sistemáticamente, organiza un lío con la terapia.
Puesto de aquel modo no sonaba a divertido. De todos modos se echó a reír.
– ¿Y qué me dices de la chica? -me preguntó.
– ¿La Gutiérrez? ¿Qué pasa con ella?
– Bueno. Estaba pensando en eso de los roles sociales. La hemos contemplado como la inocente espectadora que se ve implicada. Pero si Handler estaba en combinación con unos de sus pacientes, ¿por qué no con dos?
– No es imposible. Pero sabemos que Bruno era un psicópata, ¿tenemos alguna prueba al respecto sobre ella?
– No -admitió-. Buscamos el historial de Handler sobre ella, pero no lo pudimos encontrar. Quizá lo destruyó cuando cambió su relación. ¿Es eso habitual entre vosotros?
– ¿Cómo quieres que lo sepa? Yo no duermo nunca con mis pacientes… o con sus madres.
– No seas tan quisquilloso. Traté de hablar con su familia: la vieja y gruesa mamacita y dos hermanos, uno de ellos con esos ojos airados, de muy macho. No tienen padre, murió hace diez años. Los tres viven en un sitio muy pequeño en Echo Park. Cuando llegué allí estaban en medio del velatorio: el lugar estaba lleno de fotos de la chica, puestas en altarcitos. Y muchas velas, cestas con comida, vecinos llorosos. Los hermanos estaban con cara hosca y mamá apenas si hablaba ingles. Hice un intento por ser muy sensible, no violar ningún tabú cultural- y todo eso. Me llevé a Sánchez de la comisaría de Ramparts para que me tradujese. Compramos comida, procuramos no hacernos notar. No conseguí nada. No ver, no oír, no hablar. Honestamente, el Oeste de Los Ángeles es algo tan remoto como la Atlántida. Pero aunque hubieran sabido algo, puedes estar seguro que maldita si me lo iban a contar a mí.
– ¿Aunque ello hubiera servido para hallar al asesino? – pregunté.
Me miró cansinamente.
– La gente como ésa no cree que la policía pueda ayudarles, Alex. Para ellos, la policía son los bastardos que enchironan a sus cholos e insultan a sus chicas y que jamás esta a mano cuando por las noches llegan los coches a oscuras, a recorrer el barrio y disparar escopetazos a través de las ventanas de las casas. Lo que me recuerda que hablé con una amiga de la muerta. Su compañera de cuarto, que también es maestra. Ésta era visiblemente hostil. Me hizo saber, con toda claridad, que no quería saber nada de mí; a su hermano lo mataron hace cinco años en un tiroteo entre pandillas y como la policía no hizo entonces nada por ella o por su familia, ahora yo podía irme al infierno.
Se alzó y caminó por la habitación como un león cansado.
– Resumiendo: Elaine Gutiérrez es una incógnita, pero no hay nada que nos indique que no era tan pura como la nieve recién caída.
Se le veía miserablemente, plagado por las dudas.