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– Lo quiero.

– Estupendo. Yo os declaro marido y mujer. ¿Y a quién le importa lo que él diga?

Se alzó y fue al horno, atisbando por la ventanilla de cristal.

– Aún faltan algunos minutos. Creo que los higos tardan más en cocinarse.

– Olivia, ¿qué me dices de La Casa de los Niños? Suspiró y su pecho suspiró con ella.

– De acuerdo, aparentemente eres muy serio en eso de jugar a ser policía -se sentó-. Después de que me llamaste miré mis viejos archivos y saqué lo que pude hallar. ¿Queréis café?

– Por favor -le dijo Robin.

– Yo también tomaré.

Regresó con tres tazones humeantes, con crema de leche y azúcar, en una bandeja de porcelana sobre la que habían serigrafiado una vista del Parque de Yellowstone.

– Es delicioso, Olivia -dijo Robin, dando sorbitos.

– Es Kona, de las Hawaii. Este vestido también es de allí. Mi hijo pequeño, Gabriel, está allí. Trabaja en importaciones y exportaciones. Le va muy bien.

– Olivia…

– Sí, sí, de acuerdo. La Casa de los Niños. Fundada en 1974 por el Reverendo Augustus McCaffrey como un lugar de refugio para los niños sin hogar. Lo dice todo en el folleto…

– ¿Tienes aquí ese folleto?

– No, está en la oficina. ¿Quieres que te mande uno por correo?

– No te molestes. ¿Qué clase de niños hay allí?

– Niños abandonados y maltratados, huérfanos, algunos que se han escapado de los correccionales. Antes, a éstos los metían en la cárcel, pero éstas se llenaron demasiado con asesinos, violadores y atracadores de catorce años, así que ahora intentan buscarles a los más inocentes un hogar adoptivo o un sitio como La Casa. En general estas instituciones reciben los chicos que nadie quiere, aquellos para los que no se puede hallar una familia adoptiva. Muchos de ellos tienen problemas físicos o psicológicos: espásticos, ciegos, sordos, retrasados. O son demasiado mayores para resultar atractivos como hijos adoptivos. También están allí los hijos de las mujeres que están en las cárceles: la mayoría drogadictas y alcohólicas. A éstos tratábamos de colocarlos en familias, pero a menudo no los quería nadie. Resumiendo, encanto, los casos crónicos del Tribunal de Protección de Menores.

– ¿De dónde salen los fondos para un lugar como ése?

– Mira, Alex, tal como están montados los sistemas federal y estatal, alguien que sepa moverse entre el papeleo, puede sacar más de mil dólares por mes y crío, si sabe cómo hacer correctamente sus facturas. Los chicos con problemas físicos o mentales aún reciben más… a uno le pagan por todos esos servicios especiales. Además, por lo que he oído, ese McCaffrey es maravilloso para lograr donativos privados. Tiene buenas relaciones… el terreno de ese sitio es un buen ejemplo. Veinte acres en Malibú, que antes pertenecían al gobierno. Allí internaron a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Luego lo usaron como un campo de trabajo para los criminales de primera vez: timadores, políticos y gente así. Él logró que el condado se lo cediese en un contrato a largo plazo. Noventa y nueve años y con un alquiler puramente nominal.

– Debe ser un buen hablador.

– Lo es. Un buen chico de los que ya no hay. Antes era misionero allá abajo, en Méjico. He oído que llevaba un sitio parecido allá.

– ¿Y por qué volvió arriba?

– ¿Quién sabe? Quizá se hartó de no poder beber el agua. O quizá sentía nostalgia de los Kentucky Fried Chicken… aunque según me han dicho, ahora también tienen de eso allá abajo.

– ¿Qué hay del lugar ese? ¿Es bueno?

– Ninguno de esos sitios es una utopía, Alex. Lo ideal sería una casita en las afueras, con una verja de madera rodeándola, cortinas de ganchillo y un prado, mami, papi y Rover el perro. La realidad es que hay más de diecisiete mil chavales en los archivos del Tribunal de Protección de Menores, sólo en el condado de Los Ángeles. ¡Diecisiete mil niños a los que nadie quiere! Y están entrando en el sistema mucho más deprisa de lo que éste… ahora diré una palabra terrible… puede procesarlos.

– Es increíble -dijo Robin. Tenía una expresión perturbada en el rostro.

– Nos hemos convertido en una sociedad de odiadoras de niños, cariño. Cada vez hay más y más abusos y abandono. La gente tiene hijos y luego cambia de idea. Los padres no quieren tener la responsabilidad de los niños, así que se los pasan al gobierno… ¿qué tal suena esto dicho por una vieja socialista, Alex? Y luego están los abortos… espero que esto no te ofenda, pues yo estoy por la liberación femenina tanto, si no más, que cualquier otra mujer. Ya estaba aullando por la igualdad salarial antes de que Gloria Steinem entrase en la pubertad. Pero aceptemos la realidad, esto del aborto generalizado que ahora tenemos no es otra cosa que un método de control de la natalidad, otra escapatoria para la gente que quiere eludir su responsabilidad. Y está matando niños, al menos en un cierto sentido, ¿no? Quizá sea mejor que el tenerlos y luego tratar de deshacerse de ellos… no sé.

Se secó el sudor de la frente y luego se pasó la servilleta de papel por el labio superior.

– Perdonadme, eso ha sido una tediosa filípica. Se alzó y se estiró la ropa.

– Dejad que mire como está el strudel. Volvió con una bandeja humeante.

– Soplad, está caliente. Robin y yo nos miramos.

– Tenéis caras tan serias. Os he estropeado el apetito con mis palabras, ¿no?

– No, Oivia – tomé un trozo del strudel y di un mordisco-. Está delicioso y estoy de acuerdo contigo.

Robin parecía muy seria. Habíamos discutido el tema del aborto en muchas ocasiones, sin llegar a conclusión alguna.

– En respuesta a tu pregunta, es un buen sitio. Sólo puedo decirte que cuando yo estaba en el Departamento de Servicios Sociales no teníamos ninguna queja. Ofrecen lo básico, el sitio parece limpio, el lugar es ciertamente bonito… la mayor parte de esos niños jamás habían visto una montaña como no fuera en la tele. Y llevan a los chicos en autobús a las escuelas públicas, cuando tienen necesidades especiales. De lo contrario, les dan clases en la propia casa. Dudo que alguien les ayude con los deberes… allí no hay nada de eso de preguntarle a papá, pero McCaffrey mantiene en marcha ese lugar y presiona para que la comunidad siempre esté involucrada. Eso significa que está en las noticias. ¿Por qué quieres saber tantas cosas, crees que la muerte de ese chico resulta sospechosa?

– No, no hay razón para sospechar nada -pensé en su pregunta-. Creo que simplemente estoy tratando de pescar algo.

– Bueno, pues cuida de no ir en busca de sardinas y acabar pescando un tiburón, querido.

Mordisqueamos el strudel. Olivia llamó hacia la sala de estar:

– Al… ¿quieres algo del strudel… del de los higos? No hubo respuesta que yo pudiese oír, pero sin embargo, ella puso algo del pastel en un plato y se lo llevó.

– Es una buena mujer -dijo Robin.

– Una entre un millón. Y muy dura.

– E inteligente. Deberías de hacerle caso cuando te dice que tengas cuidado, Alex. Por favor, deja a Milo el hacer de detective.

– Tendré cuidado, no te preocupes -le tomé la mano, pero ella la apartó. Estaba a punto de decirle algo cuando Olivia regresó a la cocina.

– El muerto… el vendedor… ¿dices que trabajaba voluntariamente en La Casa?

– Sí. Tenía un certificado en su oficina.

– Probablemente era uno de los miembros de la Brigada de Caballeros. Es algo que se inventó McCaffrey para conseguir que la gente de negocios se preocupase por ese lugar. Consigue que las empresas hagan que sus ejecutivos trabajen allí, voluntariamente, durante los fines de semana. Cuánto de ello es voluntario por parte de los «Caballeros» y cuánto es presión de sus jefes es algo que no sé. McCaffrey les da escudos bordados para las chaquetas e insignias de solapa, y certificados firmados por el alcalde. También se ponen a buenas con sus jefes. Lo útil que esto sea para los chicos ya no te lo puedo decir.