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– Lo que le une a McCaffrey – le urgí.

– Los hombres pequeños a menudo se portan así. Usted es… no le puedo ver ahora, pero le recuerdo como de tamaño mediano. ¿Es esto correcto?

– Mido uno setenta y seis -le dije, cansinamente.

– Eso es tamaño mediano. Yo siempre he sido grande. Padre era grande. Es tal cual lo predijo Mendeclass="underline" guisantes largos, guisantes cortos… es un campo fascinante, el de la genética, ¿no le parece?

– Doctor…

– Yo siempre me he interrogado acerca del impacto genético en muchos caracteres. La inteligencia, por ejemplo. Los dogmas liberales querrían hacernos creer que el medio ambiente es lo que hace la mayor contribución a la inteligencia. Es una premisa igualitaria, pero lo cierto es que no se tiene en pie. Guisantes largos, guisantes cortos. Padres inteligentes, hijos inteligentes. Padres estúpidos, hijos estúpidos. Yo mismo, soy un heterozigote. Mi padre fue brillante. Mi madre fue toda una belleza irlandesa, pero muy simple de mente. Vivía en un mundo en el que esta combinación servía para crear la perfecta anfitriona. La pieza más bella de la colección de arte de padre.

– Su lazo con McCaffrey -le dije con tono seco.

– ¿Mi lazo? Oh, no es nada que sea más serio que la misma vida o la misma muerte.

Se echó a reír. Era la primera vez que oía su risa y esperé que fuera la última. Era una nota vacía y discordante, un tremendo error musical, aullando en medio de una sinfonía.

– Yo vivía con Lilah y con Willie hijo en el tercer piso de los dormitorios de Jedson. Stuart y Eddy compartían una habitación en el primero. Como estudiante casado me habían otorgado un espacio mayor de vivienda… si uno lo piensa, en realidad era como un confortable apartamento. Dos dormitorios, baño, sala de estar y una cocinita. Pero no tenía biblioteca ni estudio, así que estudiaba en la mesa de la cocina. Lilah lo había convertido en un lugar muy agradable: con cortinas, tapetes, cuadritos, todas esas cosas tan femeninas. Recuerdo que Willie hijo tenía en aquel tiempo algo más de dos años. Era mi último año, y yo estaba teniendo problemas con algunas de las asignaturas: física, química orgánica. Nunca he sido una persona demasiado brillante. No obstante, me dedico mucho y pongo toda mi atención sobre un tema, de modo que puedo apañármelas bastante bien. Deseaba desesperadamente entrar en La Facultad de Medicina por mis propios méritos. Mi padre y el padre de mi padre habían sido doctores, y ambos habían sido unos estudiantes brillantes. La broma que hacían a mis espaldas, era que había heredado no sólo la belleza de mi madre, sino también su cerebro… se creían que yo no me enteraba de estas cosas, pero me enteraba. ¡Y deseaba tanto demostrarles que podía triunfar por mis propios méritos, y no por ser el hijo de Adolf Towle!

»La noche en que todo pasó, Willie hijo se había estado sintiendo mal, y no podía dormirse. Había estado gritando y llorando. Lilah estaba asustada, pero yo ignoré sus peticiones de ayuda, hundiéndome en mi estudio, tratando de cerrar mi mente a todo lo exterior. Tenía que conseguir buenas notas en ciencias. Era imperativo. Y, cuanto más ansioso me ponía, más incapaz era de prestar atención al estudio. Traté de resolver la papeleta adoptando una especie de visión en túnel, de sentirme como los caballos que llevan esas placas para no ver lo que hay a los lados.

»Lilah siempre se había mostrado muy paciente conmigo, pero aquella noche se puso furiosa, comenzó a desmoronarse. Alcé la vista y la vi venir hacia mí, con sus manos… tenía unas manos pequeñas, era una mujer muy delicada… con sus manos hechas puños, la boca abierta… supongo que estaba gritando… con los ojos llenos de odio. Me pareció como un ave de presa, a punto de caer sobre mí y roerme los huesos. La empujé para apartarla. Cayó, de espaldas, se dio con la cabeza en el borde de algún mueble… de un mueble espantoso, una antigüedad que su madre le había regalado… y se quedó allí tirada. Tirada sin más.

»Ahora puedo verlo todo con claridad, como si hubiera sucedido ayer, Lilah está allá tendida, inmóvil, me levanto de mi silla, como en sueños, todo se bambolea, todo resulta confuso. Y una forma pequeña viene hacia mí desde la derecha, es como un ratón, o una rata. Le doy un bofetón para apartarla. Pero no es una rata, no, no. Es Willie hijo, que vuelve a caer sobre mí, llorando, llamando a su madre, pegándome. Dándome sólo una cierta cuenta relativa de su presencia, le golpeo de nuevo, pegándole en un costado de la cabeza. Demasiado fuerte. Cae, da en el suelo, se queda quieto. Sin moverse. Un gran moretón marca el costado de su cara… Mi mujer, mi hijo, muertos por mis propias manos. Me preparo para ir a por mi navaja de afeitar y cortarme las venas, para acabar con todo de una vez.

»Y entonces descubro a Gus a mi espalda. Está en el hueco de la puerta, enorme, obeso, sudado, en su ropa de trabajo y con la escoba en la mano. Es el encargado de la limpieza, que está haciendo su ronda nocturna. Lo huelo: amoníaco, olor corporal, el líquido de la limpieza. Ha oído los ruidos y ha venido a ver qué pasaba. Me mira, con una larga y dura mirada, y luego mira a los cadáveres. Se inclina junto a ellos, les busca el pulso. "Están muertos", me dice, con voz atona. Por un segundo me parece verle sonreír y me dispongo a saltar sobre él, a intentar un tercer asesinato. Luego la sonrisa se convierte en un fruncir la frente; está pensado. "Siéntese", me ordena. No estoy acostumbrado a que uno de los de su clase me de órdenes, pero estoy débil y mareado por la sensación de culpa y dolor, me tiemblan las piernas, todo se está hundiendo… Doy la espalda a Lilah y Willie hijo, me siento, pongo mi cara entre las manos. Empiezo a llorar. Estoy cada vez más confuso… me viene encima uno de los ataques. Todo empieza a hacerme daño. Y no tengo pastillas, no tengo pastillas como las que tendré unos años después, cuando sea doctor. Ahora soy tan sólo un estudiante que quiere matricularse en Medicina, impotente y dolorido.

»Gus hace una llamada por teléfono. Minutos más tarde aparecen mis amigos Stuart y Eddy en la habitación, como personajes que entran en escena en medio de una pésima obra de teatro… los tres hablan entre ellos, mirándome de vez en cuando, cuchicheando. Stuart es el primero que se me acerca. Coloca una mano sobre mi hombro: "Sabemos que fue un accidente, Will", me dice. "Sabemos que no ha sido culpa tuya." Voy a discutir con él, pero las palabras se me quedan pegadas en la garganta… Los ataques hacen que sea tan difícil hablar, tan doloroso… Agito la cabeza, y Stuart me reconforta, me asegura que todo se solucionará. Que ellos se ocuparán de todo. Y se reúne de nuevo con Gus y Eddy.

«Envuelven los cadáveres con una sábana, me dicen que no abandone para nada la habitación. En el último momento deciden que Stuart tiene que quedarse conmigo. Gus y Eddy se marchan con los cadáveres. Stuart me prepara un café. Yo lloro. Y me quedo dormido llorando.

Luego, más tarde, regresan y me cuentan la historia que yo le voy a contrar a la policía. Me la hacen repetir, ¡son tan buenos amigos! Y yo lo hago muy bien, así me lo dicen. Al oír esto tengo una sensación de alivio: al menos hay una cosa en la que soy bueno: en interpretar papeles, actuar. Aunque, después de todo, esto es lo que son los buenos modales: darle a la audiencia lo que la audiencia quiere… y mi primera audiencia es la policía. Luego un oficial de la Guardia Costera, un amigo de la familia. Han encontrado el coche de Lilah. Su cuerpo está magullado e hinchado. No tengo necesidad de acudir a identificarlo, si esto va a ser una prueba demasido grande para mí. Agarrados a sus manos han hallado jirones de la ropa de Willie hijo. Su cuerpo ha sido arrastrado, las mareas, me explica el oficial guardacostas. Seguirán buscando; yo me derrumbo y preparo para el siguiente espectáculo: los que vienen a darme el pésame, la prensa…»