Al regresar, Olivia aclaró:
– Duerme como un angelito.
– Estupendo.
– Parece tranquila. Hablaré con ella por la mañana. -Se desplomó en su butaca y se apartó el cabello de la cara-. ¿Te encuentras bien, Frank? Ni siquiera se me ha ocurrido preguntártelo, pero, madre mía, esta noche debe de haber sido espantosa para ti…
– Estoy bien -contesté-. Y ahora debería marcharme ya. Gracias por el café. Lo necesitaba.
Liv no insistió.
– ¿Podrás conducir bien hasta tu casa? ¿No te dormirás al volante? -preguntó.
– ¡Qué va! Nos vemos el viernes.
– Llama a Holly mañana. Aunque creas que no deberías hablar con ella… de todo esto. Llámala de todos modos.
– Por supuesto. Pensaba hacerlo. -Apuré mi café de un trago y me puse en pie-. Sólo para tenerlo claro… -añadí-, supongo que lo de la cita ha quedado descartado.
Olivia me contempló durante un largo rato. Luego dijo:
– Tendríamos que ser muy cuidadosos con no darle falsas esperanzas a Holly.
– Yo creo que somos capaces de hacerlo.
– Porque no veo muchas posibilidades de llegar a ningún sitio. No después de… Uf. De todo esto.
– Ya lo sé. Aun así, me gustaría intentarlo.
Olivia se agitó en su butaca. La luz de la luna le cubrió el rostro y sus ojos se desvanecieron en la sombra, dejando sólo a la vista las orgullosas y delicadas curvas de sus labios.
– Para saber que lo has intentado todo. Más vale tarde que nunca, supongo.
– No -contesté-. Porque me gustaría muchísimo tener una cita contigo.
La notaba observarme entre las sombras. Al fin dijo:
– A mí también. Gracias por pedírmelo.
Por una fracción de segundo estuve a punto de perder la cabeza y avanzar hacia ella, no sé ni siquiera con qué intención: agarrarla, estrecharla entre mis brazos, caer de rodillas sobre aquellas losas de mármol y enterrar mi rostro en su tierno regazo. Me contuve apretando los dientes tan fuertemente que casi me rompo la mandíbula. Cuando fui capaz de volver a moverme, llevé la bandeja hasta la cocina y me marché.
Olivia no se movió. Me dirigí solo hasta la puerta; quizá me despidiera con un «buenas noches», no lo recuerdo. Durante todo el paseo hasta mi coche la noté detrás de mí, noté su calor, como una luz blanca transparente que ardía sin cesar en aquel jardín de invierno en penumbra. Fue la fuerza que me impulsó a llegar a casa.
Capítulo 23
Dejé a mi familia a solas mientras Stephen componía su caso y acusaba a Shay de doble cargo de asesinato y mientras el Tribunal Superior le negaba la libertad bajo fianza a mi hermano. George, ¡que Dios bendiga sus calcetines de algodón!, me permitió regresar al trabajo sin decir ni mu; incluso me arrojó a una operación nueva y compleja hasta la majadería relacionada con Lituania, fusiles AK-47 y varios sujetos interesantes llamados Vytautas a la que fácilmente podía dedicarle semanas de cien horas si sentía la necesidad de hacerlo, cosa que efectivamente hice. Entre la brigada corría el rumor de que Scorcher había presentado indignado una queja por mi absoluto incumplimiento del protocolo y de que George había emergido de su semicoma habitual el tiempo necesario para ponerse quisquilloso y solicitarle un papeleo con toda la información por triplicado que bien podía llevarle varios años de trabajo.
Cuando me figuré que la tensión emocional de mi familia podía haber descendido uno o dos niveles, me tomé una tarde libre y regresé a casa del trabajo temprano, alrededor de las diez de la noche. Introduje lo que tenía en la nevera entre dos rebanadas de pan y me lo comí. Luego encendí un cigarrillo, me llevé un vaso del mejor Jameson's al balcón y telefoneé a Jackie.
– ¡Ostras! -exclamó. Estaba en casa, con el televisor encendido de fondo. Su voz denotaba la máxima de las sorpresas, y no sé si algo más. Le susurró a Gavin-: Es Francis.
Un murmullo ininteligible de Gav, y luego el ruido del televisor amortiguándose a medida que Jackie se alejaba de ella.
– ¡Ostras! -repitió-. No pensaba que… ¿Cómo te va?
– Más o menos. ¿Y a ti?
– Bien. Como siempre.
– ¿Cómo está mamá? -quise saber.
Un suspiro.
– Pues no está muy bien, Francis.
– ¿En qué sentido?
– Está paliducha y muy callada. Y ya la conoces: ella no es así. Me sentiría mucho mejor si siguiera quejándose por todo.
– Temía que le hubiéramos provocado un infarto. -Intenté que sonara a broma-. Debería haber sabido que no nos daría esa satisfacción.
Jackie no se rió.
– Carmel me ha explicado antes que fue a casa anoche, con Darren, y que Darren rompió ese adornito de porcelana -dijo-, ¿sabes a cuál me refiero?, a ese con un niñito con flores, el que está en la estantería del salón. Bueno, pues lo hizo añicos. Temía que mamá le echara una bronca de mil demonios, pero no le dijo absolutamente nada. Se limitó a barrer los trozos y tirarlos a la basura.
– Acabará reponiéndose con el tiempo -le aseguré-. Mamá es una mujer fuerte. Hace falta algo más para acabar con ella.
– Sí que es fuerte, sí. Pero aun así…
– Sí. Ya lo sé.
Escuché una puerta cerrarse y el viento entrando por el micrófono del teléfono: Jackie había salido afuera para mantener una conversación privada conmigo.
– Papá tampoco atraviesa su mejor momento -añadió-. No se ha levantado de la cama desde que…
– ¡Que le jodan! Déjalo que se pudra.
– Sí, ya lo sé, pero no es eso lo que importa. Mamá no puede apañárselas por sí sola, no con él en ese estado. No sé qué van a hacer. Yo ahora voy a verlos tanto como puedo y Carmel también, pero ella tiene a los críos y a Trevor, y yo tengo que trabajar. Y, aunque vayamos, nosotras no tenemos fuerza suficiente para levantarlo sin hacerle daño; y además dice que somos chicas y que no quiere que lo ayudemos a ir al lavabo y todo eso. Shay… -Se le fue apagando la voz-, Shay solía encargarse de eso.
– Ya -confirmé-. ¿Crees que debería ir a echar una mano?
Se produjo un instante de silencio por el desconcierto.
– ¿Que si deberías…? No, no, Francis. No pasa nada.
– Si crees que es buena idea, no me importa mover el trasero hasta allí mañana mismo. Me he mantenido alejado porque pensaba que podía hacer más mal que bien, pero si estoy equivocado…
– No, no; creo que tienes razón. No lo digo en el mal sentido, pero…
– No, ya te capto. Eso me figuraba.
– Les diré que has preguntado por ellos -propuso Jackie.
– Sí, hazlo. Y, si se produce algún cambio, comunícamelo, ¿de acuerdo?
– Sí, claro. Gracias por el ofrecimiento.
– ¿Qué hay de Holly? -pregunté.
– ¿A qué te refieres?
– ¿Crees que será bienvenida en casa de mamá a partir de ahora?
– ¿Querrías que viniera? Estaba convencida de que…
– No lo sé, Jackie. Aún no lo he decidido. Probablemente no, no. Pero quiero saber exactamente qué pasa con ella.
Jackie suspiró con tristeza.
– Nadie lo sabe. No lo sabremos hasta que…, ya sabes, hasta que la situación se calme un poco.
En otras palabras, hasta que a Shay lo hubieran juzgado y absuelto, o condenado a doble cadena perpetua, en parte en función de cómo lo hiciera Holly declarando contra él.
– No puedo permitirme esperar tanto, Jackie -le indiqué-. Y no me gusta que seas esquiva conmigo. Estamos hablando de mi hija.
Otro suspiro.
– Si quieres que sea sincera contigo, Francis, si yo fuera tú la mantendría apartada de nosotros por un tiempo. Por su propio bien. Estamos todos destrozados y muy nerviosos y antes o después alguien estallará y le dirá algo que herirá sus sentimientos, no a propósito, pero… Olvídalo por ahora. ¿Crees que podrás hacerlo? ¿Crees que le dolerá mucho?