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Julian había empezado a tocar Por lo perdido, un tema lleno de sentimiento sobre un niño que ha perdido a su hermano mayor, y Brooke sintió que Trent la miraba. Él era probablemente la única persona en la sala, aparte de ella misma, que conocía la historia que había detrás de esa canción. Julian era hijo único, pero Brooke sabía que pensaba a menudo en un hermano fallecido a consecuencia del síndrome de muerte súbita antes de que él naciera. Los Alter nunca hablaban de James; pero Julian había pasado por una fase durante la cual se preguntaba, a veces de forma obsesiva, cómo habría sido James si hubiera vivido, y cómo habría cambiado su vida si hubiera tenido un hermano mayor.

Sus manos se movían por el teclado, desgranando las primeras notas evocadoras, que al final evolucionarían en un poderoso crescendo, pero Brooke no podía desviar la atención de la chica que tenía al lado. Hubiese querido darle un abrazo y un bofetón, todo al mismo tiempo. Le resultaba desconcertante que una chica tan atractiva proclamara lo sexy que era Julian (por mucho tiempo que llevaran juntos, no se acostumbraba a ese aspecto de su trabajo), pero era muy poco corriente oír una opinión totalmente sincera, expresada sin el filtro de la cortesía.

– ¿En serio lo crees? -preguntó Brooke, que de pronto deseó desesperadamente que la chica asiática se lo confirmara.

– ¡Claro que sí! Intenté convencer a mi jefe por lo menos una docena de veces, pero Sony lo fichó primero.

La atención que la chica le prestaba a Brooke empezó a ceder a medida que el volumen de la voz de Julian aumentaba, y cuando el cantante echó la cabeza atrás y se puso a cantar el emotivo estribillo, sólo tuvo ojos para él. Brooke se preguntó si vería bien el anillo de casado de Julian a través de la neblina de la adoración.

Se volvió para ver la actuación y tuvo que hacer un esfuerzo para no cantar en voz alta, porque se sabía de memoria cada palabra.

Dicen que Tejas es la tierra prometida; el polvo de sus caminos se parece a la vida. Triste y ciego, solitario intento, cicatrices en las manos, roto por dentro.
El sueño de una madre se escurrió entre las manos, como si fuera arena, pero era mi hermano. Queda un vacío por lo que se ha ido, por lo perdido, por lo perdido.
Ella está sola en su habitación, un silencio sepulcral en el salón. Él cuenta las joyas de su corona; ya no puede haber nadie que se la ponga.
El sueño de un padre se escurrió entre las manos, como si fuera arena, pero era mi hermano. Queda un vacío por lo que se ha ido, por lo perdido, por lo perdido.
En sueños los oigo detrás de la puerta, están hablando de una verdad incierta. No te creerías que haya tanto silencio. Salgo a buscarte, pero no te encuentro.
Mi sueño se escurrió entre las manos, como si fuera arena, pero era mi hermano. Queda un vacío por lo que se ha ido, por lo perdido, por lo perdido.

Terminó la canción entre aplausos (aplausos sinceros y entusiastas) y pasó sin esfuerzo a la segunda. Había encontrado el ritmo y no dejaba traslucir ni rastro de nerviosismo. Sólo se veía el brillo habitual de los antebrazos perlados de sudor y el entrecejo fruncido en expresión concentrada, mientras cantaba las letras que había pasado meses e incluso años perfeccionando. El segundo tema terminó en un abrir y cerrar de ojos; después del tercero, y antes de que Brooke pudiera reaccionar, todo el público estaba ovacionando a Julian, en estado de éxtasis, y pidiendo un bis. Julian parecía complacido y un poco indeciso (las instrucciones de tocar tres temas en menos de doce minutos habían sido inequívocas), pero alguien junto al escenario debió de darle luz verde, porque sonrió, hizo un gesto de asentimiento y se puso a cantar una de sus canciones más movidas. El público rugió de entusiasmo.

Cuando se levantó del taburete del piano y saludó con una modesta inclinación de la cabeza, la atmósfera de la sala había cambiado. Más que las aclamaciones, los aplausos y los silbidos de aprobación, lo que llamaba la atención era la sensación electrizante de haber sido testigos de un momento histórico. Brooke estaba de pie, rodeada de admiradores de su marido, cuando Leo se le acercó. El representante saludó ásperamente a la chica de las gomas para el pelo por su nombre (Umi), pero ella hizo un gesto de desdén y se marchó en seguida. Antes de que Brooke pudiera procesar ese intercambio, Leo la cogió de un brazo quizá con demasiada fuerza, se inclinó y le acercó tanto la cara que por un segundo Brooke creyó que iba a besarla.