– ¡Claro que sí! Nos vemos a las ocho. Y otra cosa, Julian: ¡me muero de ganas de verte!
Cuando colgó, pasaron por lo menos cinco minutos antes de que recordara dónde estaba.
– ¡Vaya! Parece que eso iba en serio -dijo Kaylie con una sonrisa-. Tenemos cita importante esta noche, ¿eh?
A Brooke nunca dejaba de sorprenderla lo muy niñas que seguían siendo las chicas del colegio, pese a su confiada manera de contestar a los mayores y a su inquietante familiaridad con todo, desde las dietas radicales hasta las mejores técnicas para practicar una felación. (Brooke había encontrado una completa lista de consejos en una libreta olvidada por una de las niñas en su despacho. Era tan detallada, que había considerado la posibilidad de tomar unas cuantas notas, antes de darse cuenta de que aceptar consejos en materia de sexo de una niña de secundaria era espantoso en demasiados sentidos.)
– Una cita importante, ¡con mi marido! -le aclaró Brooke, intentando salvar al menos un poco de profesionalidad-. Siento mucho la interrupción. Ahora, volviendo a lo que…
– Parecía muy emocionante -insistió Kaylie, que por un momento dejó de juguetear con el pelo para mordisquearse la uña del dedo índice derecho-. ¿Qué ha pasado?
Brooke se alegró tanto de verla sonreír que se lo contó:
– Sí, en realidad es bastante emocionante. Mi marido es músico y acaban de llamarlo del programa de Jay Leno, para que actúe una de estas noches.
Brooke sintió que la voz se le inflamaba de orgullo, y aunque sabía que era poco profesional e incluso un poco tonto contar la noticia a una paciente adolescente, estaba demasiado contenta para que eso le importara.
De pronto, Kaylie fijó en ella toda su atención.
– ¿Va a actuar en el programa de Jay Leno?
Brooke asintió y se puso a acomodar unos papeles en la mesa, en un infructuoso intento de disimular su orgullo.
– ¡Qué de puta madre! ¡Es lo más superguay que he oído en mi vida! -exclamó la niña, agitando la coleta como para subrayar sus palabras.
– ¡Kylie!
– ¡Lo siento, pero es verdad! ¿Cómo se llama y cuándo saldrá por la tele?
– El martes por la noche. Se llama Julian Alter.
– ¡Qué de pu…! ¡Qué guay! Enhorabuena, señora Alter. Su marido debe de ser muy bueno, para que Leno lo llame. Irá con él a Los Ángeles, ¿no?
– ¿Qué? -se sorprendió Brooke.
No había tenido ni un segundo para pensar en los aspectos logísticos, pero Julian tampoco los había mencionado.
– ¿No se graba en Los Ángeles el programa de Jay Leno? Tendrá que ir con él, ¿no?
– Claro que iré con él -replicó Brooke automáticamente, aunque de pronto sintió angustia en la boca del estómago y tuvo la sensación de que si Julian había omitido invitarla, no había sido porque se le olvidara hacerlo en medio del entusiasmo.
Aún le faltaban otros diez minutos con Kaylie y después una hora entera con una chica del equipo de gimnasia de Huntley, víctima de una crisis de autoestima, por la obligación que le imponía la entrenadora de pesarse a la vista de todas; pero sabía que no iba a poder concentrarse ni un segundo más. Convencida de que ya había actuado de forma inadecuada al revelar demasiado de sí misma y hablar de su vida personal durante una sesión de trabajo, se volvió hacia Kaylie.
– Lo siento mucho, cariño, pero esta tarde voy a tener que abreviar la sesión. Volveré el viernes y le enviaré una nota a tu profesor de la sexta hora, para decirle que no hemos podido terminar hoy y que nos permita programar otra sesión completa para ese día. ¿Te parece bien?
Kaylie asintió.
– ¡Claro que sí! ¡Es una gran noticia para usted! Dele mi enhorabuena a su marido, ¿vale?
Brooke le sonrió.
– Gracias, se la daré. Y una cosa más, Kaylie. Seguiremos hablando. No puedo apoyar tu intención de adelgazar, pero me encantará aconsejarte sobre la manera de comer más sano. ¿Te parece bien?
Kaylie asintió y Brooke creyó incluso percibir una leve sonrisa en la cara de la niña cuando salió de su despacho. Aunque su paciente no parecía molesta porque le hubiera acortado la sesión, Brooke se sentía muy culpable. No era fácil conseguir que las chicas se abrieran y realmente tenía la impresión de empezar a conseguir algo positivo con Kaylie. Tras prometerse que el jueves compensaría a todo el mundo, envió un rápido correo electrónico a Rhonda, la directora del colegio, alegando una repentina indisposición, guardó todas sus cosas en una bolsa de lona y se montó directamente en el asiento trasero de un taxi que encontró desocupado. ¡Si el programa de Jay Leno no era razón suficiente para hacer un dispendio, nada lo sería!
Aunque era hora punta, el cruce del parque por la calle Ochenta y Seis no estaba imposible y el tráfico por la autovía del West Side se movía a unos vertiginosos treinta kilómetros por hora (una fluidez soñada para aquella hora del día), por lo que Brooke tuvo la alegría de llegar a su casa antes de las seis y media. Se agachó, dejó que Walter le lamiera la cara durante unos minutos y después, suavemente, reemplazó su mejilla por un nervio de toro retorcido y oloroso, su golosina preferida. Tras servirse una copa de pinot gris de una botella abierta que tenía en el frigorífico y de beber un trago largo y profundo, empezó a juguetear con la idea de contar la noticia de Julian en su muro de Facebook, pero rápidamente la desechó; no quería hacer ningún anuncio sin que él le diera antes su aprobación.
La primera actualización en su página de inicio era -para su desagrado- de Leo, que al parecer acababa de vincular su cuenta de Twitter con la de Facebook, y aunque habitualmente no tenía nada interesante que contar, estaba aprovechando la función de actualización en tiempo real.
Leo Moretti
Un supermotivado Julian Alter destrozará el escenario de Leno el martes próximo. ¡Los Ángeles, allá vamos!
Con sólo ver el nombre de su marido en la actualización, Brooke sintió mareos, lo mismo que al leer lo que decía: que, efectivamente, Julian estaba planeando un viaje a Los Ángeles, que Leo iba a viajar con él y que Brooke era la única que aún no había recibido una invitación.
Se dio una ducha, se depiló, se cepilló los dientes, se los limpió con seda dental y se secó con una toalla. ¿Sería extravagante suponer que ella también acompañaría a Julian para la grabación del programa? No sabía si Julian la quería a su lado, para apoyarlo, o si consideraba que aquél era un viaje de negocios y que debía viajar con su representante y no con su mujer.
Mientras se aplicaba en las piernas recién depiladas una crema hidratante sin perfume aprobada por Julian (su marido no podía soportar el olor de los productos perfumados), Brooke vio que Walter la estaba observando.
– ¿Se ha equivocado papi al contratar a Leo? -le preguntó con voz aguda.
Walter levantó la cabeza del esponjoso felpudo del baño que siempre le dejaba el pelo oliendo a moho, movió la cola y ladró.
– ¿Eso es un no?
Volvió a ladrar.
– ¿O un sí?
Otro ladrido.
– Gracias por expresar tu opinión, Walter. La tendré muy en cuenta.
El perro la recompensó con un lametazo en el tobillo y volvió a echarse en el felpudo.
Un rápido vistazo al reloj de pared reveló que eran las ocho menos diez, por lo que después de tomarse un minuto para prepararse mentalmente, sacó una arrugada prenda negra del fondo del cajón donde guardaba la lencería. Se la había puesto por última vez hacía un año, cuando había acusado a Julian de haber perdido interés por el sexo y él había ido directo a ese cajón, la había sacado y había dicho algo así como: «Es un crimen tener guardado algo así y no ponérselo.» De inmediato se había aliviado la tensión. Brooke recordaba que se había puesto el body de encaje y había empezado a bailar por todo el dormitorio con exagerados movimientos de stripper, mientras Julian gritaba y aullaba a su alrededor.