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– Fabuloso -estaba diciendo la madre de Brooke-, absolutamente fabuloso. ¡Y tienes que ver qué presentación tan bonita le ha hecho Jay! Espera… Ahora está terminando la canción.

– Mamá, te llamo luego, ¿de acuerdo? Estoy siendo un poco grosera al hablar por teléfono en medio de la cena.

– Muy bien, cariño. Aquí es muy tarde, así que será mejor que me llames por la mañana. Felicita a Julian de mi parte.

Brooke pulsó una tecla para desconectar la llamada, pero el teléfono en seguida volvió a sonar. Era Nola. Miró a su alrededor y vio que todos los de la mesa también estaban hablando por teléfono, con la excepción de Jon, que se había alejado para saludar a unos conocidos.

– Oye, ¿te importa que te llame más tarde? Estamos cenando.

– ¡Es increíblemente bueno! -chilló Nola.

Brooke sonrió. Su amiga nunca había sido tan entusiasta respecto a las actuaciones de Julian.

– Ya lo sé.

– ¡Joder, Brooke! Casi me caigo del asiento. Cuando se emocionó y cantó ese último párrafo, o como se llame, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, ¡Dios santo!, sentí escalofríos.

– Te lo dije. Es muy grande.

Brooke oyó que Julian daba las gracias a alguien, con una sonrisa turbada pero orgullosa. Leo estaba gritando que Julian era «jodidamente fantástico», y Samara prometía consultar los compromisos de su representado y llamar a la mañana siguiente. El móvil de Brooke estaba a punto de estallar con un aluvión de mensajes de texto y de correo electrónico. Las notificaciones aparecían una tras otra en la pantalla, mientras hablaba con Nola.

– Mira, ahora tengo que dejarte porque esto es una locura. ¿Estarás levantada dentro de una hora? -Bajó la voz hasta convertirla en un susurro apenas discernible-. Estoy cenando en el Chateau con Jon Bon Jovi y parece ser que le encantan las pelirrojas.

– ¡Calla! ¡Calla, por favor, no digas ni una palabra más! -gritó Nola-. ¿Desde cuándo mi mejor amiga se ha vuelto tan divina y fabulosa? ¡«Cenando en el Chateau»! ¿Me estás tomando el pelo? Además… Tengo que colgar ahora mismo para reservar un vuelo a Los Ángeles y teñirme el pelo de rojo.

Brooke se echó a reír.

– En serio, Brooke -continuó Nola-, no te asombres si me presento a primera hora de la mañana, transformada en pelirroja, y te invado la habitación. ¡Date por avisada!

– Te quiero, Nol. Te llamo dentro de un ratito.

Cortó la comunicación, pero dio lo mismo. Todos los teléfonos continuaron sonando, vibrando y cantando, y todos los presentes siguieron recibiendo las llamadas, ansiosos por oír la siguiente ronda de elogios y felicitaciones. El mensaje ganador de la noche fue sin duda el de la madre de Julian, dirigido a los dos, que decía simplemente:

«Tu padre y yo te hemos visto en el programa de Jay Leno esta noche. Aunque los invitados que entrevistó nos parecieron poco interesantes, tu actuación fue bastante buena. Ya sabíamos, claro está, que con las oportunidades y el apoyo que has tenido desde niño, todo era posible. ¡Enhorabuena por este triunfo!»

Brooke y Julian lo leyeron al mismo tiempo, cada uno en su móvil, y les dio tal ataque de risa que no pudieron hablar durante varios minutos.

Sólo al cabo de una hora empezaron a calmarse las cosas y, para entonces, Jon había vuelto a su mesa, Samara había negociado la actuación de Julian en otros dos programas y Leo había pedido la tercera botella de champán. Julian simplemente estaba arrellanado en su silla, con cara de asombro y felicidad a partes iguales.

– Gracias a todos -dijo finalmente, levantando la copa e inclinando la cabeza en dirección a cada uno de ellos-. Me cuesta encontrar las palabras, pero esta noche… esta noche… es la noche más increíble de toda mi vida.

Leo se aclaró la garganta y levantó el vaso.

– Lo siento, amigo, pero en eso te equivocas -dijo, haciendo un guiño a los demás-. Esta noche no es más que el principio.

5 Se desmayarán por ti

Todavía no eran las diez y media de una mañana de finales de mayo, y el calor de Tejas ya era agobiante. Julian tenía la camiseta empapada de sudor y Brooke sudando a mares, empezaba a creer que ambos estaban al borde de la deshidratación. Había intentado salir a correr aquella mañana, pero se dio por vencida al cabo de diez minutos, cuando sintió mareos y una curiosa sensación de hambre y náuseas al mismo tiempo. Cuando Julian le propuso, quizá por primera vez en cinco años de matrimonio, que salieran de compras durante un par de horas, se metió a toda prisa en el feo coche verde de alquiler, porque ir de compras significaba aire acondicionado, y en ese momento era lo que más necesitaba.

Atravesaron primero el distrito residencial del hotel, después recorrieron un largo trecho por la autopista y finalmente, después de casi veinte minutos, acabaron en una sinuosa carretera secundaria, que en algunos tramos estaba pavimentada y en otros era poco más que un camino de tierra y grava. Durante todo el trayecto, Brooke rogó y suplicó a Julian que le dijera adónde iban, pero él se limitó a sonreír y se negó a responder.

– ¿Habrías imaginado que esto era así, apenas a diez minutos de las afueras de Austin? -preguntó Brooke, mientras pasaban entre campos de flores silvestres y por delante de un establo abandonado.

– Nunca. Parece salido de una película sobre rancheros en el corazón rural de Tejas. Nadie diría que son los alrededores de una gran ciudad cosmopolita, pero supongo que por eso vienen a rodar aquí.

– Sí, ninguno de mis compañeros de trabajo podía creer que aquí se rodara «Friday Night Lights».

Julian se volvió para mirarla.

– ¿Todo bien en el trabajo? Hace mucho que no me cuentas nada.

– En general, todo bien. Tengo una paciente en Huntley, una estudiante de primer año, que está convencida de padecer obesidad mórbida, aunque en realidad está más o menos en el peso normal. Es becaria y viene de un ambiente totalmente distinto del resto de las chicas. Quizá siente que no encaja por un millón de motivos, pero el que le resulta más difícil de sobrellevar es el peso.

– ¿Qué puedes hacer por ella?

Brooke suspiró.

– No mucho, ya sabes. Además de escucharla e intentar transmitirle confianza, tengo que vigilarla, para que las cosas no se descontrolen. Estoy completamente segura de que lo suyo no es un trastorno alimentario grave, pero es preocupante que una persona se obsesione tanto con el peso, sobre todo cuando se trata de una adolescente. Pronto vendrán las vacaciones de verano y estoy inquieta por ella.

– ¿Y el hospital?

– Bien. A Margaret no le hizo mucha gracia que me tomara estos días libres, pero ¡qué se le va a hacer!

Julian se volvió hacia ella.

– ¿Tan grave es que te tomes dos días?

– Dos días por sí solos, no. Pero ya pedí tres días para ir a Los Ángeles, al programa de Jay Leno; medio día para tu ronda de entrevistas en Nueva York, y un día más para ir a la sesión fotográfica de la portada de tu álbum. Y todo eso ha sido en las últimas seis semanas. Por otro lado, apenas nos hemos visto en los últimos tiempos y esto no me lo habría perdido por nada del mundo.

– Rook, no me parece justo que digas que casi no nos hemos visto. Todo ha sido muy rápido, muy frenético… pero de una manera positiva.

Ella no estaba de acuerdo (¿quién podía decir que coincidir un par de horas los pocos días que Julian pasaba por su casa fuera verse?), pero no había pretendido ser crítica.

– No he querido decir eso, en serio -dijo ella, en un tono más apaciguador-. Mira, ahora estamos aquí juntos, así que disfrutémoslo, ¿de acuerdo?

Continuaron en silencio unos minutos, hasta que Brooke se llevó los dedos a la frente y exclamó:

– ¡No me puedo creer que vaya a conocer a Tim Riggins!

– ¿Cuál de ellos es?

– ¡Por favor! ¿Lo dices en serio?

– ¿El entrenador o el quarterback? Siempre los confundo -dijo Julian, sonriendo. ¡Como si fuera posible confundirlos!