– ¡Ah, sí, claro! Esta noche, cuando entre en la fiesta y todas las mujeres presentes se desmayen de lujuria, sabrás que es él, te lo aseguro.
Julian dio un manotazo al volante, con fingida indignación.
– ¿No deberían desmayarse por mí? ¡Después de todo, yo seré la estrella de rock!
Brooke se inclinó sobre la división de los dos asientos y le dio un beso en la mejilla.
– Claro que se desmayarán por ti, amorcito. Si consiguen dejar de mirar a Riggins el tiempo suficiente para verte, empezarán a desmayarse todas como locas.
– Iba a decirte adónde vamos, pero ahora ya no te lo digo -replicó Julian.
Conducía con el ceño fruncido, concentrado en evitar los baches que más o menos cada tres metros se abrían en la carretera, la mayoría llenos de agua por los chubascos de la noche anterior. Sencillamente, no estaba acostumbrado a conducir. Brooke pensó por un momento que quizá iban a hacer una excursión por el campo, algún tipo de paseo en balsa o a pasar un día de pesca; pero en seguida recordó que su marido era un neoyorquino de pura cepa y que su idea de disfrutar de la naturaleza era regar una vez por semana el bonsái que tenía en la mesilla de noche. Su conocimiento de la fauna era muy limitado. Era capaz de diferenciar una rata grande de un ratoncito en las vías del metro, y parecía poseer un sexto sentido para distinguir, en las bodegas, a los gatos amables de los que bufaban y sacaban las uñas a la menor aproximación; pero aparte de eso, prefería conservar los zapatos limpios y dormir bajo techo, y no se arriesgaba a salir al aire libre (para asistir por ejemplo a un concierto en el Central Park o a la fiesta de algún amigo en el Boat Basin), a menos que fuera armado con un puñado de antialérgicos y llevara el teléfono móvil con la batería bien cargada. No le gustaba que Brooke lo llamara «animal urbano», pero nunca había podido desmentir la acusación con un mínimo de éxito.
Las vastas y feas construcciones que aparecieron de pronto a lo lejos parecían haber brotado directamente de un descampado lleno de arbustos. El rótulo de neón anunciaba: «Prendas vaqueras Estrella Solitaria.» Había dos edificios, que no llegaban a ser adyacentes, pero compartían un mismo aparcamiento sin asfaltar, donde aguardaban dos o tres coches con el motor en marcha.
– Ya llegamos -dijo Julian, mientras abandonaba un camino de tierra para meterse en otro.
– ¿Estás de broma? Dime que estás de broma.
– ¿Qué? ¿No te había dicho ya que íbamos de compras?
Brooke miró los edificios achaparrados y las camionetas estacionadas delante. Julian se bajó del coche, lo rodeó hasta ponerse ante la puerta del acompañante y le tendió la mano a Brooke, para ayudarla a saltar los charcos de barro con sus sandalias de tiras.
– Cuando dijiste «de compras», pensé en algo más parecido a Neiman Marcus.
Lo primero que le llamó la atención a Brooke, después de la bienvenida ráfaga del aire acondicionado, fue una chica bastante guapa con vaqueros ceñidos, camisa de cuadros de manga corta y botas vaqueras, que salió de inmediato a su encuentro y les dijo con acento tejano:
– ¡Buenos días! ¡Ya me dirán algo, si necesitan alguna ayuda!
Brooke sonrió e hizo un gesto afirmativo. Julian puso cara de fingido horror y ella le dio un discreto puñetazo en el brazo. Los altavoces del techo difundían una melodía de guitarra con inconfundibles aires tejanos.
– A decir verdad, necesitamos mucha ayuda -le dijo Julian a la rubia dependienta.
La chica dio una palmada y después puso una mano en el hombro de Julian y la otra en el de Brooke.
– Muy bien, entonces. ¿Qué estamos buscando? -preguntó.
– Eso digo yo -intervino Brooke-. ¿Qué estamos buscando?
– Estamos buscando un traje típico del Oeste para mi mujer, para una fiesta -respondió Julian, eludiendo todo contacto visual con Brooke.
La dependienta sonrió y dijo:
– ¡Perfecto! ¡Tengo justo lo que necesitan!
– Julian, ya tengo pensado lo que me voy a poner esta noche: el vestido negro que me probé delante de ti y aquel bolsito tan mono que Randy y Michelle me regalaron para mi cumpleaños, ¿recuerdas?
Él se retorció las manos.
– Ya lo sé… Es sólo que esta mañana me he levantado temprano, me he puesto a revisar el correo atrasado y al final he abierto el archivo adjunto que venía con la invitación a la fiesta de esta noche y he visto que el estilo de vestimenta recomendado era algo llamado «cowboy couture».
– ¡Dios!
– No te asustes. ¿Ves? Ya sabía yo que te asustarías; por eso…
– ¡Pero si he traído un vestido negro con escote palabra de honor y sandalias doradas! -exclamó Brooke, lo suficientemente alto para que un par de clientes de la tienda se volvieran para mirar.
– Ya lo sé, Rook. Por eso le he mandado en seguida un mensaje a Samara, para que me lo explicara. Y me lo ha explicado. Con todo detalle.
– ¿De verdad?
Brooke inclinó la cabeza, sorprendida pero un poco más calmada.
– Sí.
Julian sacó el iPhone y estuvo buscando unos segundos, antes de tocar la pantalla y empezar a leer.
– «Hola, cariño.» Es la manera que tiene de llamar a todo el mundo. «Hola, cariño. La gente de "Friday Night Lights" ha preparado una fiesta en traje del Oeste como homenaje a sus raíces tejanas. Si exageras en la caracterización, no te equivocarás. Esta noche verás sombreros de cowboy, botas vaqueras, zahones y pantalones ceñidos de lo más sexy. Dile a Brooke que se ponga unos shorts vaqueros muy ajustados. Taylor, el entrenador, va a elegir a la ganadora, así que hay que emplearse a fondo. No veo la hora de…» -La voz de Julian se perdió en un murmullo, al dejar de leer en voz alta-. El resto son minucias aburridas sobre horarios y programaciones. Ésa era la parte interesante. Así que… por eso estamos aquí. ¿Estás contenta?
– Bueno, me alegro de que lo hayas descubierto antes de llegar a la fiesta esta noche… -Se dio cuenta de que Julian parecía ansioso por ver en ella una señal de aprobación-. Te agradezco muchísimo que me hayas ahorrado el mal trago, y que te hayas tomado toda esta molestia.
– No ha sido ninguna molestia -respondió Julian, visiblemente aliviado.
– ¿No tenías que ensayar?
– Todavía hay tiempo; por eso hemos venido pronto. Me alegro mucho de que estés aquí conmigo.
Le dio un rápido beso en la mejilla y le hizo un gesto a la dependienta, que se acercó a ellos entre sonrisas.
– ¿Estamos listos?
– ¡Estamos listos! -respondieron Brooke y Julian al unísono.
Cuando por fin salieron de la tienda una hora más tarde, Brooke tenía las mejillas arreboladas por el entusiasmo. Las compras habían salido mil veces mejor de lo que había imaginado: una estimulante combinación entre el alborozo que le producía la aprobación de Julian al verla probarse shorts diminutos, camisetas ceñidas y botas de aspecto sexy, y la simple diversión infantil de disfrazarse. Mandy, la dependienta, la había guiado con mano experta hacia el atuendo perfecto para la fiesta: minifalda vaquera, con la que Brooke se sentía mucho más a gusto que con los shorts; camisa de cuadros idéntica a la que la chica llevaba sensualmente anudada por encima del ombligo (aunque combinada con camiseta blanca, en el caso de Brooke, para no tener que ir enseñando los michelines); cinturón con una hebilla enorme de latón en forma de estrella de sheriff; sombrero de cowboy con las alas levantadas a los lados y una divertida borla bajo la barbilla, y un par de botas vaqueras, perfectas para un disfraz de reina del Oeste. Mandy le aconsejó que se recogiera el pelo en un par de trenzas y le dio un pañuelo rojo para que se lo atara al cuello.
– Y no olvide ponerse muchísimo rímel -dijo Mandy, haciendo con los dedos el gesto de aplicarse el maquillaje-. A las tejanas nos encanta tener la mirada misteriosa.