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– Oye -le dijo a Julian, sin pararse a saludar, ni disculparse por la interrupción-, ya sé que esto es muy de último minuto, pero Samara acaba de decirme que te tiene programadas una serie de cosas para mañana, en Los Ángeles. Esa escena de Layla ha sido una puta genialidad; la gente todavía está alucinando. Salimos para el aeropuerto a las nueve, ¿de acuerdo?

– ¿Mañana? -consiguió articular Julian, que parecía tan sorprendido como Brooke.

– A las nueve en punto, en el vestíbulo. Ya hemos reservado los billetes. Probablemente estarás de vuelta en Nueva York dentro de tres o cuatro días. ¡Has estado genial esta noche! Hasta mañana.

– Bueno -dijo Brooke, cuando la puerta se cerró de un golpe detrás de Leo.

– Bueno, supongo que mañana salgo para Los Ángeles.

– Muy bien -dijo Brooke, porque no sabía qué otra cosa decir.

Iba a tener que cancelar la cena programada para la noche siguiente con unos compañeros de universidad de Julian, que estaban de paso por la ciudad. Y Julian tampoco podría asistir a la gala de beneficencia del museo a la que Nola los había invitado y de cuyo comité de organización formaba parte su amiga, aunque las entradas les habían costado un ojo de la cara.

Llamaron otra vez a la puerta.

– ¿Ahora qué? -gruñó Brooke.

Esta vez era Samara, y estaba más animada de lo que Brooke la había visto nunca. También ella entró en la habitación sin saludar y, sin levantar la mirada de su libreta encuadernada en piel, dijo:

– Bueno, parece que la operación Lawson ha funcionado mejor de lo que esperábamos. Todo el mundo se ha fijado, absolutamente todo el mundo.

Julian y Brooke se limitaron a mirarla sin decir palabra.

– He recibido doscientas llamadas pidiendo entrevistas y fotos. Brooke, estoy pensando en ofrecer un reportaje sobre ti, algo así como «¿Quién es la señora Alter?», así que tenlo en cuenta. Julian, tienes toda la semana que viene ocupada. Todo marcha a pedir de boca, los resultados son estupendos y, lo que es más importante, todos en Sony están encantados.

– ¡Vaya! -exclamó Julian.

– Genial -añadió Brooke con voz débil.

– Hay un montón de paparazzi rondando por el vestíbulo del hotel, así que preparaos para cuando os asalten mañana por la mañana. Puedo daros los nombres de algunas personas que os asesorarán sobre temas de privacidad y seguridad, todas muy competentes.

– No creo que haga falta -dijo Brooke.

– Sí, claro, ya me lo diréis, si os parece. Mientras tanto, os sugiero que empecéis a registraros con nombre falso en los hoteles y que tengáis mucho cuidado con lo que escribís en los mensajes de correo electrónico, sea quien sea el destinatario.

– Hum, ¿de verdad es tan…?

Samara interrumpió a Julian cerrando de un golpe la libreta. La reunión quedaba oficialmente clausurada.

– Brooke, Julian -dijo, articulando lentamente los nombres de ambos, con la clase de sonrisa que a Brooke le daba escalofríos-, bienvenidos a la fiesta.

6 Habría podido ser médico

– ¿Quiere que las ponga detrás de las otras persianas, o que quite las viejas antes de ponerlas? -preguntó el instalador, señalando con un gesto el dormitorio de Brooke y de Julian.

No era una decisión particularmente importante, pero Brooke habría preferido no tener que tomarla sola. Julian estaba en algún lugar del noroeste, cerca de la costa del Pacífico (le costaba seguirle la pista), y últimamente no estaba ayudando mucho en las tareas domésticas.

– No sé. ¿Qué suele hacer la gente?

El hombre se encogió de hombros. Su expresión decía: «Me da exactamente igual una cosa o la otra, pero decídase pronto, para que pueda largarme de una vez y disfrutar del sábado.» Brooke lo entendía perfectamente.

– Hum, supongo que podría ponerlas detrás de las viejas. De todos modos, me parece que aquéllas son más bonitas.

El instalador gruñó una respuesta y se marchó, con el desleal de Walter pisándole los talones. Brooke volvió a la lectura de su libro, pero se sintió aliviada cuando sonó el teléfono.

– Hola, papá. ¿Cómo estás?

Tenía la sensación de que llevaba siglos sin hablar con su padre, y cuando lo hacía, lo único que parecía interesarle a él era Julian.

– ¿Brooke? No soy tu padre. Soy Cynthia.

– ¡Hola, Cynthia! He visto el número de papá en la pantalla del teléfono. ¿Qué tal estáis? ¿Hay alguna probabilidad de que vengáis a Nueva York?

Cynthia forzó una risita.

– No me parece muy probable que volvamos pronto. La última vez fue… agotadora. Pero ya sabes que siempre sois bienvenidos por aquí.

– Sí, claro. No hace falta que lo digas.

Su respuesta sonó un poco más seca de lo que ella pretendía, pero no dejaba de ser irritante recibir una invitación para visitar a su propio padre en la casa donde había pasado la infancia. Cynthia debió de notarlo, porque en seguida se disculpó, lo que le produjo a Brooke cierto sentimiento de culpa, por haberse mostrado innecesariamente susceptible.

– Yo también lo siento -replicó Brooke con un suspiro-. Todo se ha vuelto un poco loco últimamente.

– ¡Y que lo digas! Oye, supongo que me dirás que no es posible, pero tengo que preguntártelo. Es por una buena causa, ¿sabes?

Brooke hizo una inspiración profunda y contuvo la respiración. Ésa era la parte imprevista de compartir la vida con alguien que acababa de hacerse famoso (porque Julian ya era famoso, ¿no?), la parte para la que nadie la había preparado.

– No sé si lo sabías, pero soy copresidenta de la comisión de mujeres del templo Beth Shalom, nuestra sinagoga.

Brooke esperó a que continuara, pero Cynthia guardó silencio.

– Sí, creo que ya lo sabía -respondió, intentando parecer lo menos entusiasta posible.

– Bueno, dentro de unas semanas celebraremos nuestra comida anual de recogida de fondos, a la que invitamos a varios oradores, pero una de las invitadas ha cancelado su participación. Era esa mujer que escribe libros de cocina kósher, ya sabes quién te digo. En realidad, no creo que sus platos sean estrictamente kósher, sino sólo «al estilo kósher». Tiene un libro para la Pascua, otro para el Hanuká, otro de cocina infantil…

– Ajá.

– Bueno, supuestamente tiene que operarse de los juanetes la semana que viene y parece ser que no podrá caminar durante un tiempo, aunque yo creo que en realidad va a hacerse una liposucción…

Brooke se obligó a tener paciencia. Cynthia era una buena persona y sólo pretendía recolectar dinero para los menos favorecidos. Hizo una inspiración lenta y profunda, procurando que Cynthia no la oyera.

– Puede que sea cierto lo de los juanetes, o puede que no le apetezca viajar de Shaker Heights a Filadelfia, no lo sé. Además, ¿quién soy yo para juzgar? Probablemente yo estaría dispuesta a sacrificar a mi propia madre, si alguien se ofreciera a quitarme gratis los michelines. -Hizo una pausa-. ¡Cielos! Eso ha sonado horrible, ¿verdad?

Brooke hubiese querido tirarse de los pelos, pero en lugar de eso, forzó una risita.

– Estoy segura de que más de una haría lo mismo, pero a ti no te hace falta. Estás estupenda.

– ¡Eres un encanto!

Brooke esperó unos segundos a que Cynthia recordara para qué la había llamado.

– ¡Ah, sí! Supongo que Julian estará ocupadísimo en estos días, pero si hubiera alguna posibilidad de que hiciera una aparición en nuestra comida benéfica, sería fantástico.

– ¿Una aparición?

– Sí, bueno, una aparición o una pequeña actuación, lo que él prefiera. Quizá podría cantar esa canción con la que se ha hecho famoso. El almuerzo empezará a las once, con una subasta a sobre cerrado en el auditorio y unos aperitivos ligeros, y después pasaremos a la sala principal, donde Gladys y yo hablaremos del trabajo que la comisión de mujeres ha hecho durante todo el año y de la situación general del Beth Shalom; a continuación, señalaremos las fechas de los próximos…