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Heather se echó a reír.

– ¡Es verdad! Por suerte, en general no solemos movernos en los mismos círculos.

Brooke suspiró.

– Así es, sí. -Y después añadió-: Tuve una conversación muy productiva con Kaylie a finales de la semana pasada. Todavía no me gusta la idea de permitirle que adelgace, pero acordamos que llevará un diario de todo lo que come, para ver qué clase de alimentos consume y tratar de que coma más sano. Pareció gustarle la idea.

– Me alegro. Creo que las dos sabemos muy bien que su problema no es el peso, sino la muy comprensible sensación de no encajar entre unas compañeras que pertenecen a otro universo socioeconómico. Sucede a menudo con las becarias, por desgracia, pero la mayoría acaban encontrando su lugar…

Brooke no estaba del todo de acuerdo. Ya había trabajado con unas cuantas adolescentes y, en su opinión, Kaylie estaba demasiado preocupada por su peso; sin embargo, no quería empezar una conversación. Por eso, se limitó a sonreír, y dijo:

– ¡Cómo somos! ¡Hasta en sábado tenemos que hablar de trabajo! ¡Debería darnos vergüenza!

Heather dio un sorbo a su café.

– Ya lo sé. No me lo puedo quitar de la cabeza. De hecho, estoy pensando en volver a la escuela primaria por uno o dos años. Con los niños pequeños estoy más cómoda. ¿Y tú? ¿Cuánto tiempo más piensas quedarte?

Brooke buscó en la expresión de Heather alguna señal que confirmara su impresión de que indirectamente le estaba preguntando por Julian. ¿Le estaría queriendo decir que ya podía dejar el colegio, puesto que Julian había empezado a ganar dinero con la música? ¿Le habría contado Brooke alguna vez que por eso había aceptado el empleo al principio? Se dijo que estaba siendo demasiado paranoica y que si ella no hablaba de Julian de una manera normal y distendida, ¿cómo iba a esperar que los demás lo hicieran?

– En realidad, no lo sé. Ahora mismo, todo está… hum… un poco en el aire.

Heather la miró con simpatía, pero tuvo la amabilidad de no preguntar nada. Brooke se dio cuenta entonces de que era la primera vez en tres o cuatro semanas que una persona (cualquier persona) no le preguntaba por Julian nada más verla. Se sintió agradecida hacia Heather y quiso orientar la conversación hacia un tema menos incómodo para ella. Miró a su alrededor en busca de algo que decir, y finalmente preguntó:

– ¿Qué planes tienes para hoy?

Rápidamente, le dio un bocado a la pasta de almendra, para no tener que hablar durante unos segundos.

– No muchos, a decir verdad. Mi novio se ha ido a pasar el fin de semana a casa de su familia, así que estoy sola. Supongo que daré una vuelta y nada más.

– Ah, muy bien. Me encantan esos fines de semana -mintió Brooke, que además consiguió reprimirse para no proclamar que se estaba convirtiendo en la mayor experta en pasar el fin de semana de la mejor manera posible sin su media naranja-. ¿Qué lees?

– Ah, ¿esto? -dijo Heather, señalando con un gesto la revista que tenía boca abajo junto al codo, sin levantarla-. Nada, una revista tonta de cotilleos. Nada interesante.

Brooke supo de inmediato que tenía que ser «ese» número de Last Night, y se preguntó si Heather sabría que iba con dos semanas de retraso.

– ¡Ah! -exclamó, con una risa forzada que no resultaba demasiado convincente y ella lo sabía-. ¡La famosa foto!

Heather se retorció las manos y bajó la vista, como si acabaran de sorprenderla contando una mentira espantosa. Abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor, y finalmente dijo:

– Sí, es una foto un poco rara.

– ¿Rara? ¿Qué quieres decir?

– Oh, no, yo… No he querido decir nada. ¡Julian está estupendo!

– Sé exactamente lo que has querido decir. Has dicho que se ve algo raro en la foto.

Brooke no sabía muy bien a qué venía tanta insistencia con una chica que apenas conocía, pero de pronto le pareció de crucial importancia saber lo que pensaba Heather.

– No es eso. Creo que la tomaron justo en esa rara fracción de segundo en que él la está mirando de ese modo, como hechizado.

Era eso, entonces. Otras personas habían hecho comentarios similares, usando palabras tales como «adoración» o «fascinación», todo lo cual era absolutamente ridículo.

– ¡Claro! Mi marido encuentra guapísima a Layla Lawson, lo que significa que no se diferencia del resto de hombres con sangre en las venas de este país -rió Brooke, intentando con todas sus fuerzas parecer despreocupada.

– ¡Desde luego! -asintió Heather con excesivo entusiasmo-. Además, seguro que todo esto ha sido muy bueno para su carrera y para darse a conocer.

Brooke sonrió.

– De eso puedes estar segura. En una sola noche, esa foto lo cambió todo.

La expresión de Heather se volvió más seria tras oír aquel reconocimiento. Miró a Brooke y le dijo:

– Ya sé que todo es muy emocionante, pero también debe de ser muy difícil para ti. Imagino que nadie hablará de otra cosa. Cada segundo de cada día, todo girará alrededor de Julian.

Ese último comentario sorprendió a Brooke con la guardia baja. Nadie (ni Randy, ni sus padres, ni siquiera Nola) había podido concebir que la reciente fama de Julian pudiera tener algún aspecto mínimamente negativo. Miró a Heather con agradecimiento.

– Sí, pero supongo que pasará pronto. ¡Un par de semanas más en la prensa y ya está! Dentro de nada estaremos hablando de otra cosa.

– Tienes que defender a muerte tu intimidad. ¿Sabes lo que le pasó a Amber, mi amiga de la universidad? Se casó por la iglesia con su novio del instituto, ¡una boda perfecta! Pero menos de un año después, su marido se presentó a «American Idol», ese programa para descubrir nuevos cantantes, y lo ganó. ¡Eso sí que fue una revolución!

– ¿Tu amiga está casada con Tommy, el de «American Idol»? ¿El que ganó una de las primeras ediciones?

Heather asintió.

Brooke reaccionó con un silbido.

– ¡Vaya! No sabía que estuviera casado.

– Claro que no. Cada semana sale con una chica diferente; no ha parado desde que ganó el concurso. La pobre Amber era tan joven (¡veintidós años!) y tan ingenua, que no quería dejarlo por muchas infidelidades que cometiera. Estaba convencida de que las cosas se asentarían con el tiempo y todo volvería a ser como antes.

– ¿Y qué pasó?

– ¡Puf, fue espantoso! Tommy le siguió siendo infiel y cada vez lo disimulaba menos. ¿Recuerdas aquellas fotos en las que salía bañándose desnudo con una modelo, aquellas que aparecieron publicadas con los genitales emborronados, pero con todo lo demás a la vista?

Brooke asintió. Incluso entre el torrente constante de fotos sensacionalistas, aquéllas le habían parecido particularmente escandalosas.

– Bueno, siguió más de un año así, sin ninguna señal de que fuera a cambiar. Llegó a ser tan horrible, que su padre cogió un avión para ir a hablar con él y se presentó en su hotel durante una gira. Le dijo que le daba veinticuatro horas para rellenar los papeles del divorcio o que se atuviera a las consecuencias. Sabía que Amber no iba a pedírselo (es muy buena chica y en aquel momento todavía no había acabado de digerir lo que estaba pasando), así que Tommy inició los trámites. No sé si era muy buen tipo antes de hacerse famoso, pero lo que sí sé es que ahora es un imbécil integral.

Brooke intentó mantener una expresión neutra, pero su impulso habría sido pegarle a Heather una bofetada.

– ¿Para qué me cuentas todo eso? -le preguntó, con tanta serenidad como consiguió reunir-. Julian no es así.

Heather se tapó la boca con una mano.

– No ha sido mi intención sugerir que Julian se parezca en nada a Tommy. ¡Nada de eso! Si te he contado todo esto, ha sido porque poco después del divorcio, Amber envió un mensaje a todos sus amigos y familiares, para rogarles que dejaran de mandarle fotos y enlaces por correo electrónico, y recortes de prensa por correo postal, y para que dejaran de llamarla por teléfono para contarle las últimas noticias de Tommy. Recuerdo que al principio me pareció un poco extraño. No podía creer que tanta gente le estuviera mandando las entrevistas que encontraba de su ex marido. Pero un día me enseñó su bandeja de entrada y entonces lo comprendí. No era que intentaran hacerle daño, sino que eran totalmente insensibles. Por alguna razón, creían que ella quería enterarse. En cualquier caso, desde entonces Amber ha vuelto a encarrilar su vida, y probablemente ahora entiende mejor que nadie lo muy abrumador que puede llegar a ser todo ese asunto de la fama.