Los camareros estaban empezando a servir los entremeses, cuando Julian se inclinó hacia Brooke y le pidió que lo siguiera a la sala principal del restaurante, para hablar un momento en privado.
– ¿Es la manera que has encontrado de llevarme a los lavabos? -le susurró, mientras lo seguía-. ¿Te imaginas el escándalo? Si alguien nos sorprende, sólo espero que sea la madre de Sasha…
Julian la llevó hacia el pasillo donde estaban los lavabos y Brooke le dio un tirón del brazo.
– ¡Te lo decía en broma! -exclamó.
– Rook, acabo de recibir una llamada de Leo -dijo él, mientras se apoyaba en un taburete alto.
– ¿Ah, sí?
– Está en Los Ángeles y supongo que está teniendo un montón de reuniones en mi nombre.
Parecía como si Julian tuviera algo más que decir, pero se interrumpió.
– ¿Y ha surgido algo interesante?
Al oír aquello, Julian ya no se pudo contener más. Una enorme sonrisa le iluminó la cara, y aunque Brooke sintió de inmediato en la boca del estómago que eso que parecía tan interesante no iba a ser nada agradable para ella, lo imitó y sonrió también.
– ¡Cuéntamelo! ¿Qué es? -preguntó.
– Bueno, verás… -Julian bajó la voz y abrió mucho los ojos-. Me ha dicho que Vanity Fair quiere incluirme en el grupo de artistas emergentes que aparecerá en la portada de octubre o noviembre. ¡Una portada! ¿Te lo puedes creer?
Brooke le echó los brazos al cuello.
Julian le dio un beso rápido en los labios y se apartó en seguida.
– ¿Y sabes qué más? ¡Annie Leibovitz hará la foto!
– ¿Estás de broma?
– No -sonrió él-. Seremos otros cuatro artistas y yo. De diferentes disciplinas, creo. Leo me ha dicho que probablemente seremos un músico, un pintor, un escritor, ya sabes… ¿Y sabes dónde harán la foto? ¡En el Chateau!
– ¿Dónde si no? Pronto seremos clientes habituales.
Brooke ya estaba calculando mentalmente qué hacer para perder el mínimo de horas de trabajo y aun así acompañarlo. También tendría que pensar en las maletas…
– Brooke.
La voz de Julian era normal, pero su expresión parecía dolida.
– ¿Cuál es el problema?
– Siento mucho hacerte esto, pero tengo que salir ahora mismo. Leo me ha reservado un asiento en el vuelo de las seis, que sale del aeropuerto JFK, mañana por la mañana, y todavía tengo que volver a Nueva York y recoger un par de cosas del estudio.
– ¿Te vas ahora, en este instante? -preguntó ella, horrorizada porque sabía que el billete de Julian ya estaba reservado, y que por mucho que él intentara mantener la expresión solemne, se veía claramente que apenas podía reprimir el entusiasmo.
En lugar de seguir intentándolo, Julian la abrazó y se puso a acariciarle la espalda, entre los hombros.
– Ya sé que es una putada, nena. Siento que todo sea tan repentino y siento tener que irme en medio de la fiesta de tu padre, pero…
– Antes.
– ¿Qué?
– No te vas en medio de la fiesta; te vas antes. Todavía no hemos empezado a comer.
Julian guardó silencio. Por un momento, ella se preguntó si no iría a decirle que todo había sido una broma y que no tenía que irse a ningún sitio.
– ¿Cómo vas a volver a casa? -preguntó finalmente, con la voz teñida de resignación.
Él la acercó para darle un abrazo.
– He llamado a un taxi para que me lleve a la estación, así nadie más tendrá que dejar la fiesta. Además, de ese modo, tendrás el coche para volver mañana. ¿Te parece bien?
– Sí, claro.
– ¿Brooke? Te quiero, nena. Y voy a llevarte a celebrarlo en cuanto vuelva. Todo son cosas buenas. Lo sabes, ¿verdad?
Brooke se obligó a sonreír, por él.
– Lo sé y me alegro mucho por ti.
– Creo que estaré de vuelta el martes, pero no estoy seguro -dijo, antes de besarla suavemente en los labios-. Deja que yo lo organice todo, ¿de acuerdo? Quiero que hagamos algo muy especial.
– Yo también.
– ¿Me esperas aquí un segundo? -preguntó-. Voy a volver a la sala, para despedirme rápidamente de tu padre. No quiero llamar mucho la atención…
– Será mejor que te vayas sin decir nada -replicó Brooke, que en seguida notó el alivio de Julian-. Yo les explicaré lo que ha pasado. Lo entenderán.
– Gracias.
Ella hizo un gesto afirmativo.
– Ven, te acompaño afuera.
Bajaron la escalera cogidos de la mano y consiguieron salir al aparcamiento sin toparse con ninguno de los invitados de la fiesta, ni con nadie de la familia. Una vez más, Brooke le aseguró que lo mejor era que se marchara de aquella forma, que ella se lo explicaría todo a su padre y a Cynthia y daría las gracias en su nombre a Randy y a Michelle por su hospitalidad, y que todo aquello era preferible a montar una gran escena de despedida, en la que tendría que dar un millón de explicaciones. Julian intentó conservar la expresión contrita mientras la besaba para despedirse y le susurraba cuánto la quería; pero en cuanto llegó el taxi, salió corriendo hacia él, como un alborozado perro de caza en busca de una bola de tenis. Brooke se recordó que debía sonreírle y agitar alegremente la mano para saludarlo, pero el taxi arrancó y se alejó antes de que Julian pudiera darse la vuelta para devolverle el saludo. Volvió a entrar en el restaurante, sola.
Echó un vistazo al reloj y se preguntó si aún le quedaría tiempo para salir a correr un poco, después de su última paciente y antes de ir a visitar a Nola. Se prometió hacer lo posible por salir, pero en seguida recordó que el termómetro marcaba treinta y cuatro grados en la calle y que sólo una demente habría salido a correr con ese tiempo.
Llamaron a la puerta. Era su primera sesión con Kaylie desde el comienzo del nuevo curso escolar y tenía muchas ganas de ver a la niña. Los mensajes que recibía de ella le parecían cada vez más positivos y estaba convencida de que pronto se adaptaría por completo al colegio. Sin embargo, cuando se abrió la puerta, la que entró fue Heather.
– Hola, ¿qué tal? Gracias otra vez por el café de esta mañana.
– Oh, no tiene ninguna importancia. Oye, sólo quería avisarte que Kaylie no vendrá esta mañana. Está en casa, con una especie de gastroenteritis.
Brooke miró la lista de las ausencias del día, que tenía sobre la mesa.
– ¿Ah, sí? Sin embargo, no está en la lista.
– Sí, ya lo sé. Ha estado en mi despacho hace un rato y tenía muy mala cara, así que la he mandado a ver a la enfermera y ella la ha enviado a su casa. Estoy segura de que no es nada grave, pero quería avisarte.
– Te lo agradezco.
Heather se volvió para marcharse, pero Brooke la llamó.
– ¿Cómo la has visto? Aparte de que tuviera mala cara.
Heather pareció reflexionar un momento.
– Es difícil de decir. Era nuestra primera entrevista desde el curso pasado y no se ha sincerado del todo. Hablando con otras chicas, me han llegado rumores de que ahora es amiga de Whitney Weiss, lo que me parece inquietante por razonas obvias; pero Kaylie no lo ha mencionado. Una cosa que me ha llamado la atención es que ha adelgazado muchísimo.
Brooke levantó bruscamente la cabeza.
– ¿Cuánto dirías que es «muchísimo»?
– No sé… Diez kilos, quizá doce. De hecho, estaba estupenda. Parecía realmente contenta consigo misma. -Heather observó que Brooke parecía preocupada-. ¿Por qué? ¿Es malo?
– No necesariamente, pero son muchos kilos en muy poco tiempo. Si a eso le sumamos la amistad con Whitney Weiss, digamos que hay razones para encender una lucecita roja de alarma.
Heather asintió.
– Bueno, supongo que tú la verás antes que yo. Mantenme informada, ¿de acuerdo?
Brooke se despidió de Heather y se reclinó en la silla. Doce kilos eran una cantidad enorme de peso perdido en apenas dos meses y medio, y la amistad con Whitney aún la inquietaba más. Whitney era una chica extremadamente delgada que había engordado dos o tres kilos el curso anterior, cuando había dejado de practicar hockey sobre hierba, y a su esquelética madre le había faltado tiempo para presentarse en el despacho de Brooke y pedirle que le recomendara un buen «campamento para gordas», como ella misma lo expresó. Las vehementes afirmaciones de Brooke de que el aumento de peso era completamente normal e incluso positivo en una chica de catorce años que aún estaba creciendo no sirvieron de nada, y por fin su madre la envió a un selecto campamento al norte de Nueva York, para que recuperara su peso anterior haciendo ejercicio. Como era de esperar, desde entonces la niña había empezado a ayunar, a darse atracones, a vomitar y a purgarse, un tipo de conducta con el que era preferible que Kaylie no tuviera ninguna relación. Brooke se propuso llamar al padre de Kaylie en cuanto tuviera la primera sesión con la niña, para preguntarle si había observado algo extraño en la manera de comportarse de su hija.