Tomó unas notas sobre las sesiones anteriores y después salió del colegio, para dejarse aplastar por el sofocante manto de humedad de comienzos de septiembre, que hizo saltar por los aires su determinación de coger el metro. Como si un ángel hubiera leído sus pensamientos o, más probablemente, como si un taxista bangladesí la hubiera visto agitar la mano levantada, un taxi se detuvo justo delante del colegio para que bajara un cliente y Brooke se dejó caer en el asiento trasero del vehículo con aire acondicionado.
– A la esquina de Duane y Hudson, por favor -dijo, mientras acercaba las piernas al aire frío que salía de la rejilla.
Pasó todo el trayecto con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Poco antes de que el taxi se detuviera delante del portal de Nola, recibió un mensaje de texto de Julian.
«¡¡¡Acabo de recibir un mail de John Travolta!!! Dice que "le encanta" mi nuevo álbum y me felicita.»
El entusiasmo de Julian palpitaba a través de la pantalla.
«¡¿John Travolta?! -le respondió ella-. ¿De verdad? ¡Impresionante!»
«Le escribió a su agente, y su agente le pasó el mensaje a Leo», explicó Julian.
«¡Enhorabuena! ¡Qué bien! ¡No lo borres!», escribió ella, y en seguida añadió: «En casa de Nola. Llama cuando puedas. Besos.»
El apartamento de un solo dormitorio de Nola estaba al final de un largo pasillo y tenía vistas a la terraza de un café de moda. Brooke entró por la puerta que su amiga había dejado abierta, dejó el bolso al tiempo que se quitaba los zapatos y fue directamente a la cocina.
– ¡Estoy aquí! -gritó, mientras sacaba una lata de Coca-Cola Light de la nevera. Era su placer culpable favorito y sólo se lo permitía en casa de Nola.
– Hay Coca-Cola Light en el frigorífico. ¡Tráeme una a mí también! -gritó Nola desde el dormitorio-. Casi he terminado de hacer la maleta. Voy en seguida.
Brooke abrió las dos latas y le llevó la suya a Nola, que estaba sentada entre montones de ropa, zapatos, cosméticos, aparatos electrónicos y guías de viaje.
– ¿Cómo coño esperan que meta todo esto en una mochila? -soltó, mientras arrojaba al suelo un cepillo redondo, tras fracasar en el intento de meterlo en el bolsillo delantero de la mochila-. ¿En qué estaría yo pensando, cuando contraté este viaje?
– Ni idea -respondió Brooke, observando el caos-. De hecho, hace dos semanas que me pregunto lo mismo.
– Esto es lo que pasa cuando los días de vacaciones no se pueden pasar de un año a otro y no tienes novio. Tomas decisiones como ésta. ¿Dieciséis días con once desconocidos en el sureste asiático? La culpa es tuya, Brooke, de verdad.
Brooke se echó a reír.
– Me da igual lo que digas. Desde el primer momento te dije que era la peor idea que había oído en mi vida, pero tú no me quisiste oír.
Nola se levantó, bebió un sorbo de Coca-Cola Light y se dirigió al cuarto de estar.
– Deberían ponerme como ejemplo aleccionador para todas las mujeres solas del mundo: nada de viajes contratados impulsivamente y en el último minuto. ¡Vietnam no va a moverse de su puto sitio! ¿A qué venía tanta prisa?
– ¡Oh, ya verás como te diviertes! Además, puede que haya algún tío con buena pinta en tu grupo.
– Ah, sí, claro que sí. Apuesto a que no serán parejas alemanas de mediana edad, ni hippies con ganas de volverse budistas, ni un montón de lesbianas. ¡No! Serán todos hombres adorables y sin compromiso, de entre treinta y treinta y cinco años.
– ¡Me gusta tu actitud positiva! -replicó Brooke con una sonrisa.
Algo llamó la atención de Nola, que en seguida se acercó a la ventana del cuarto de estar. Brooke miró y no vio nada fuera de lo corriente.
– ¿No es Natalie Portman la de la primera mesa a la izquierda? ¿No es ella, con gorra de visera y gafas de sol para pasar inadvertida, como si su esencia «natalie-portmaniana» no fuera a traslucirse de todos modos? -dijo Nola.
Brooke volvió a mirar y esa vez se fijó en la chica de la gorra, que bebía una copa de vino y reía por algo que había dicho su compañero de mesa.
– Hum, sí, creo que podría ser ella.
– ¡Claro que es ella! ¡Y está fantásticamente guapa! No entiendo por qué no la odio. Debería, pero no la odio.
Nola inclinó la cabeza, pero sin quitar la vista de la ventana.
– ¿Por qué ibas a odiarla? -preguntó Brooke-. A mí me parece una de las más normales.
– Razón de más para odiarla. No sólo es increíblemente atractiva (incluso con la cabeza completamente rapada), sino que encima ha estudiado en Harvard, habla algo así como quince idiomas, ha viajado por todo el mundo para promover los microcréditos y le importa tanto la naturaleza que nunca usa zapatos de piel. Y por si todo eso fuera poco, quienes han trabajado con ella e incluso aquellos que se han sentado alguna vez junto a ella en un avión aseguran que es la persona más simpática, sensata y amable que han conocido en su vida. Ahora dime, por favor, ¿cómo es posible no odiar a alguien así?
Nola abandonó finalmente su mirador y Brooke la siguió. Las dos se tumbaron sobre sendos sofás enfrentados y se pusieron de lado para verse.
Brooke bebió un sorbo y se encogió de hombros, pensando en el fotógrafo que había delante de su casa.
– Supongo que me alegro por Natalie Portman.
Nola meneó lentamente la cabeza.
– ¡Dios, qué rara eres!
– ¿Qué he dicho? No lo entiendo. ¿Debería obsesionarme con ella? ¿Sentir celos? ¡Si ni siquiera existe!
– ¡Claro que existe! Está sentada ahí abajo, justo enfrente, ¡y está estupenda!
Brooke se apoyó un brazo sobre la frente y gimió.
– Y nosotras la estamos espiando, lo que no me hace ninguna gracia. Déjala en paz.
– ¿Te preocupa la privacidad de Natalie? -preguntó Nola, en tono más suave.
– Sí, supongo que sí. Es muy raro. La parte de mí que ha leído todas esas revistas durante años, que ha visto todas sus películas y se sabe de memoria los vestidos que ha llevado a todas las galas querría quedarse delante de la ventana y pasar toda la noche mirándola. Pero la otra parte de mí…
Nola apuntó el mando a distancia al televisor y fue pasando de un canal de radio a otro, hasta encontrar el de rock alternativo.
– Ya te entiendo -dijo, apoyándose sobre un codo-. ¿Qué más ha pasado? ¿Por qué tienes ese humor de mierda?
Brooke suspiró.
– Tuve que pedir otro día libre para ir el fin de semana que viene a Miami, y digamos que a Margaret no le entusiasmó la idea.
– No puede pedir a sus empleados que no tengan vida privada.
Brooke resopló.
– Pero no podemos culparla si nos pide que vayamos a trabajar de vez en cuando.
– Estás siendo demasiado severa contigo misma. ¿Podemos hablar de algo más divertido? No te ofendas.
– ¿De qué? ¿De la fiesta de este fin de semana?